“Ha llegado con las lluvias, camarada, aquel a quien, por lo que dicen, lleva cada uno en la espalda.
Ha llegado con las lluvias, triste, y no se ha secado aún.
Yo he arrancado algunas veces desde entonces. He abordado unas cuantas orillas nuevas. Pero no he podido desentristecerlo. Me canso ahora. Mis fuerzas, mis últimas fuerzas… Su ropa mojada –¿dónde está la mía para empezar?– me da escalofríos. Ya va siendo hora de volver a casa”
Henri Michaux.
Empecé a escribir cuando empecé a necesitar huir.
Y entendí que huiría constantemente para volver, eventualmente, al punto de partida. La teoría del eterno retorno, ese círculo dispuesto a convertirse en la frontera de fuego, en la última prueba, en la última puerta.
Mis escritos fueron y son concebidos por el frío y me entretengo de manera malsana arquitecturando mundos inexistentes, esbozando caricias fugaces que desean eternidad en el aliento tibio de la chica en cuyo cuerpo la vida brama; en el hombre que materializa su perfidia y la convierte en arte esculpiendo y deformando la inocencia.
Empecé a ficcionalizar la realidad cuando me pareció horrorosa.
Desde entonces, todo esto es una divina enfermedad que nace de la cópula entre el papel en blanco y la pluma febril; de los dedos necesitados de proferir historias; de la imagen que corrompe las ideas y del intento de comunicar mi motivo de desasosiego, la escritura es, pues, gritar la necesidad de proximidad, la necesidad de cerrar los ojos y creer por un momento, que en la pluma de alguien aún muriendo no vamos a morir; que aún vivos sentimos que estamos muertos, que puedo resucitar y resucitarme en un verso, que toda palabra escrita es como un conjuro lanzado a la violencia de los vientos. Que nuestro interior es esa triste casa donde lloran las bestias cuando nos ocurre el accidente fatal de dejarnos ultrajar por un poema que nos haga crujir.
Escribo para distraer a la certeza y a la fatalidad. Y así encontré el eje sobre el cual giraría mi mundo: dedicarme a contar historias donde la desesperanza, el hedonismo, la muerte, el caos, son estéticamente bellos e imaginables pues, al final, forman parte de nuestra realidad y prefiero imaginar que detrás de toda sonrisa, también existe el dolor. Exorcizando nuestra maldad elevándola a ficción, podremos hacer de la nobleza una verdad.
No escribo para intentar hacer un mundo mejor. Escribo para engañar temporalmente a la tristeza y a la fugacidad. Y en ello he encontrado mi paz. Me desapego absolutamente de la noción de literatura comprometida socialmente. En todo caso, el compromiso es conmigo misma: un ejercicio de catarsis donde me permito prestidigitar la temporalidad y engañar al vacío: la literariedad y la angustia bastan para darme motivos que derivan en mi intento de devenir literario y filosófico.
Y esto es así desde la niñez. Vivir para imaginar la decadencia de los tiempos y la extinción del sol, para valorar la fragilidad y los fragmentos de esperanza que cada día los hombres dejan caer cuando se dejan vencer por el cansancio. Para encontrar el elemento estoico del amor y su brutalidad. Para permitirme ser y sentirme vulnerable cuando me pongo en el lugar del lector.
Sé que no pude haber elegido mejor. Que fue la escritura la que me eligió a mí. Solamente presto mis manos para entregarme y concebir ideas en la búsqueda de la lucidez poética. Y esa lucidez puede ser reconocer que somos seres de luz y de oscuridad. Por eso no creo en el absolutismo estatuario de la belleza ni de la bondad. Escribo por el placer estético de crear y de reconocer que soy un ser receptivo al momento histórico que me contextualiza y esa es mi noción de hacer el bien.
Puedo decir que, de todos los peligros, desde siempre escogí el más feroz. Y escribir es, de todos los suicidios, el más atroz. Por eso mismo, el más blando y húmedo camino para sembrar elucubraciones que tarde o temprano, darán a luz el pensamiento crítico que nos haga discernir el bien del mal. Ya el lector decidirá y creará su propia noción de belleza y colaborará con la sociedad.
Por su parte, mucho bien hace a los demás el escritor al domar a sus propios animales del instinto y al convertir en arte sus obsesiones. Al entregar oscuridad para que otros puedan eventualmente resplandecer.
Mónica Navarro
He publicado en Revista La Cuerda, Te Prometo Anarquía, Revista de la Universidad de San Carlos. Tengo estudios en Psicología y Comunicación y Letras. Actualmente estoy trabajando en mi primer poemario impreso.