“La Iglesia no puede ser sorda ni muda al clamor de los oprimidos”

Imagínate estar entre una multitud de personas un lunes por la mañana.  Estás escuchando misa.  De pronto y minutos antes de la sagrada consagración, escuchás gritos y todas las personas cerca del altar corren de un lado a otro como buscando algo.   Tu mente se encuentra confundida y no sabés bien lo que está pasando. De pronto, escuchás a alguien que dice: “Mataron a Monseñor”.

Un francotirador. El Salvador. 1980.  Cualquier persona que haya estado presente cuando esto sucedió seguramente  tuvo un mal rato superándolo.  El 24 de marzo de 1980, un francotirador da muerte con una sola bala a Monseñor Oscar Arnulfo Romero mientras dictaba misa en  la capilla del hospital de La Divina Providencia en la colonia Miramonte de San Salvador.  Eran los años de la guerra, cuando en El Salvador al igual que en Guatemala, existía un enfrentamiento armado entre el Ejército y la guerrilla que estaba dejando muchos muertos, perseguidos y desaparecidos.   Monseñor Romero lograba a través de sus palabras, brindar esperanza a los más desfavorecidos.  Y por eso, debía morir.

Para aquellos que estudiaron en establecimientos educativos católicos, seguramente en algún momento de su historia estudiantil estudiaron a Monseñor Romero y sus enseñanzas.  Cada 24 de marzo en El Salvador y muchos lugares alrededor del mundo, se celebra y recuerda la vida de Monseñor.  ¿Por qué  este personaje logra que después de treinta y dos años la gente siga recordándolo?

Pues porque este personaje, que para muchos podría ser solo una víctima más de esta sangrienta época salvadoreña, vivió los últimos tres años de su vida entregando todo por los más desfavorecidos, los pobres, los perseguidos. Monseñor Romero decía en sus homilías mensajes muy fuertes hacia el ejército salvadoreño, sin temor a dar la vida por ello.  Sus mensajes son la mezcla perfecta entre mensajes fuertes y humildad personal.  A través de sus mensajes no estaba buscando el reconocimiento personal, que es lo que muchos actuales comunicadores buscan cuando lanzan al aire esos mensajes fuertes que nadie se atreve a decir.  A través de sus mensajes lo que él buscaba era empoderar a la población, darle las herramientas necesarias para convencerlos que su dignidad era lo más importante, y que nadie podía arrebatárselas.

Un día antes de su muerte, en la homilía del Domingo de Ramos, Monseñor Romero dio el siguiente mensaje:

[quote]Yo quisiera hacer un llamamiento, de manera especial, a los hombres del ejército. Y en concreto, a las bases de la Guardia Nacional, de la policía, de los cuarteles… Hermanos, son de nuestro mismo pueblo. Matan a sus mismos hermanos campesinos. Y ante una orden de matar que dé un hombre, debe prevalecer la ley de Dios que dice: “No matar”. Ningún soldado está obligado a obedecer una orden contra la Ley de Dios. Una ley inmoral, nadie tiene que cumplirla. Ya es tiempo de que recuperen su conciencia, y que obedezcan antes a su conciencia que a la orden del pecado. La Iglesia, defensora de los derechos de Dios, de la Ley de Dios, de la dignidad humana, de la persona, no puede quedarse callada ante tanta abominación. Queremos que el gobierno tome en serio que de nada sirven las reformas si van teñidas con tanta sangre. En nombre de Dios y en nombre de este sufrido pueblo, cuyos lamentos suben hasta el cielo cada día más tumultuosos, les suplico, les ruego, les ordeno en nombre de Dios: Cese la represión.[/quote]

Cese a la represión.  Un mensaje claro y una exigencia que hoy vemos como natural, pero que para 1980 era la representación evidente de que para ciertos grupos, Monseñor Romero necesitaba morir.  Y murió.  Pero su legado es tan grande que sus mensajes aún continúan vigentes; nos cuestionan, nos problematizan, pero también nos dan esperanza.  La Iglesia no debe ser sorda ande el clamor de los oprimidos y la sociedad.  Y la sociedad, es decir, nosotros, debemos ser agentes de cambio.    Debemos buscar la justicia con los más necesitados y buscar siempre la verdad.

[quote] Vivimos muy afuera de nosotros mismos. Son pocos los hombres que de veras entran dentro de sí, y por eso hay tantos problema. En el corazón de cada hombre hay como una pequeña celda íntima, donde Dios baja a conversar a solas con el hombre. Y es allí donde el hombre decide su propio destino, su propio papel en el mundo. Si cada hombre de los que estamos tan aproblemados, en este momento, entráramos en esta pequeña celda, y desde allí, escucháramos la voz del Señor, que nos habla en nuestra propia conciencia, cuánto podríamos hacer cada uno de nosotros por mejorar el ambiente, la sociedad, la familia en que vivimos.[/quote]

Que cada día estas palabras resuenen en nuestras mentes y corazones.  Pero principalmente, en nuestras acciones.

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