José Coronado/ Opinión/

Todos queremos ayudar, pero nadie sabe cómo. Al guatemalteco le cae la cultura de todas partes y nadie le dice qué hacer con tantas instrucciones. Sale a la calle y la realidad le pega bofetadas, en el peor de los casos, tal vez un balazo. Prende la televisión para escapar y recordarse que un poco al norte, la vida es diferente. Se sube al internet y las horas pasan en un limbo de inescapable trivialidad. ¿Cómo es posible reconciliar tanta información que pinta mundos tan diferentes?

Hasta hace pocos años las cosas eran muy distintas. Era fácil cerrar los ojos y dejar los paradigmas, el racismo, el sexismo, la homofobia y otras clases de discriminación fluir. Hoy la información acerca del estilo de vida francés o estadounidense la podemos descargar a 1, 2, 5, o 10 megabytes por segundo. Era de esperarse que rápidamente nuestras expectativas acerca de la sociedad del presente y el futuro se dispararan por los cielos, y este fue el comienzo de la crisis mundial de la cultura y la identidad.

Cuando la tormenta cultural llega a un país, trae consigo una lluvia de instituciones.

La globalización viene como un baño de agua fría, inesperado y saludable. Pero a diferencia de la tecnología, el humano no evoluciona en periodos de dos años, la transición hace brotar ciertas fallas en el sistema. Para dar un caso concreto: el sufragio activo de las mujeres en nuestro país se incrementó rápidamente, el sufragio pasivo se quedó atrás. Somos impacientes y al ver las zancadas que nuestros vecinos dan hacia la igualdad, nos dan ganas de apresurarnos a nosotros también.

Aquí el problema que me gustaría tratar, pues en un mundo de dulces alguna carie ha de brotar. Nuestra emoción por llegar a la meta de la “civilización” mezclada con la predecible impaciencia que trae consigo nuestra mortalidad, nos ha llevado a caminos cuestionables. Una manera de pensar popular en nuestras sociedades latinas, es la que va algo así: si está mal, seguramente es culpa del gobierno, y para arreglarlo hay que hacer una ley.

A veces pensamos encontrar una solución tan buena a un problema, que creemos que si tan solo todos pensaran como nosotros, el problema desaparecería. El diálogo y el intercambio mundial, han aumentado tanto que hasta importamos soluciones, leyes e instituciones que otras culturas han inventado como la cura a nuestros males. A veces confiando erróneamente en la sabiduría de un tercero. Guatemala rápidamente se está convirtiendo en una artista del plagio, en lugar de innovar preferimos copiar.

Continuando con la analogía del voto femenino; nos hemos hecho a la idea de que debe haber una representatividad política igual para ambos sexos, y si esta no se da rápidamente de una manera natural, falta poco para que la intentemos forzar. Con la fe que tenemos en la legislación, no sorprendería que alguien propusiese un sistema de cuotas como garantía de la justicia social, cabe preguntar: ¿es así como queremos formar la sociedad guatemalteca, poniéndole una pistola en la espalda y obligándola a cambiar?

El país parece no tener un carácter muy fuerte, eso me da igual, lo que si me gustaría ver es que cada guatemalteco tenga el criterio y el valor para cuestionar influencias y consejos heterónomos, vengan de nuestro gobierno o de otro país. Es probable que hoy en día estemos tan enfocados en informarnos sobre el mundo e intentado cambiarlo, que se nos olvide parar por un momento y cerciórarnos de no estar trabajando para el enemigo: después de todo, muchos han deseado el bien que han traído el mal. La identidad comienza contigo lector, y puedes empezar dudando de esta opinión.

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