José Ochoa/ Opinión/
Son varias las ocasiones en las que he visitado algún estadio de fútbol del país. Puede que no tantas como quisiera, pero sí las suficientes para darme cuenta a lo que uno se expone.
Al que más he asistido es el Estadio Nacional Mateo Flores. Histórico y referente, la cancha de la zona 5 la recuerdo por ser hogar de los Rojos y de la selección nacional –con sus múltiples fracasos. Hubo alegrías, sí, como aquella del 2011 en la que Gerson Lima (Mictlán) y Henry López (NY Cosmos), hicieron los tantos del 2-1 sobre Estados Unidas para clasificar al mundial de la categoría sub-20 en Colombia.
En contraparte, una de las visitas previas no fue tan alegre. Un aburrido 0-0 entre Municipal y Comunicaciones en el juego de ida de un torneo hace unos cuatro años. Junto al grupo de compañeros del colegio con los que llegamos al lugar, nos acompañaron unas chavas, amigas de algunos de ellos que participaron. No sé si ellas han vuelto al estadio desde entonces; pero estoy seguro que, de no hacerlo, esa noche fue la razón.
Era de noche. De inicio, entrar el estadio requirió saltar un charco que parecía de lodo pero el olor nos confirmaba que había algo más. Pasamos el obstáculo. Ya dentro se vio un partido aburrido, sin goles y muchos alegatos por parte de la grada. No niego que me reí con alguno de los insultos, pero pasado el tiempo me di cuenta de la homofobia y machismo arraigados dentro. Desilusionados, intentamos salir del estadio pues un lío de porras fue dispersado con gases lacrimógenos.
No fue gran peligro, pero sí pude ver como algunos, e incluso nuestras acompañantes, veían aturdidas lo que pasaba mientras intentaban alejarse del humo que no deja respirar y provoca ardor en los ojos.
Y pese al susto –que por fortuna se quedó en eso-, a todos se nos quitó un poco la gana de ir. Ni el espectáculo ni las condiciones. Además que a más de cuatro años del hecho, todo sigue igual, o peor. Pues no existe la voluntad estatal, federativa o de los clubes para contrarrestarlo.
Por motivos de trabajo me mantengo al tanto de lo que sucede en el fútbol nacional. La falta de regularidad económica es un problema para los jugadores. Ya ni se diga el que no existan condiciones adecuadas para la práctica del deporte. Intimidaciones de aficionados, agresiones a jugadores juveniles, destrozos a las afueras y las sanciones por parte de la federación: nada; se imponen, luego se reducen. Como para acentuar el apretón de manos entre negociantes.
No hay nivel. Tampoco espectáculo. Lo cierto es que quienes asisten al estadio en su mayoría, buscan pasar un buen momento. Porque qué es el deporte, el arte, sino un espacio para que podamos desentendernos, aunque sea 90 minutos, de todo lo que sucede a nuestro alrededor.
El fútbol es lindo, sí; lo cierto es que sin la voluntad de las autoridades –que acaban de comenzar un nuevo periodo de trabajo- no hay ni ganas de ir a los estadios. No a los de acá, al menos.
Hay quienes se resisten a la mediocridad. Son pocos los agresores, pero los hay. Xelajú, errores aparte, mantiene una media de asistencia que destaca en el país. Coatepeque, que comienza a tropezar, aprovecha las lindas instalaciones del Israel Barrios. Otras que apoyan a sus patojos. El Marquesa de la Ensenada, con buena presencia de aficionados, ve cómo los juveniles marquenses debutan en el principal equipo del departamento, con fútbol de calidad y entrega.
Hay motivos para creer, por fortuna. Pues administrativamente se acumulan los errores. En este caso, es uno que afecta a nosotros los espectadores. De un país como Guatemala que sufre, pero goza ver a la selección con la selección. La que, para más inri, no tiene director técnico. Mientras que Costa Rica y Honduras preparan el Mundial, Panamá confirma al “Bolillo” Gómez y, El Salvador, confirma un amistoso contra la campeona del mundo España.