Oscar Eduardo Ramírez Soto/ Colaboración/
Muy común es en la sociedad guatemalteca, el radicalismo religioso y la intervención de este en los eventos de magnitud pública y política. Este radicalismo ha sido factor de muchas disputas e incluso confrontaciones entre la población del país. Particularmente, existe una lucha a muerte entre católicos y cristianos evangélicos. La primera, una religión centrada con una larga historia; y la segunda, una secta que se generó con pedazos de las visiones calvinistas y luteranas. El principal objetivo de estas religiones fue dar un conocimiento, respeto y valoración del Dios Padre y su hijo Jesús.
Conforme se fue dando el paso del tiempo, ese objetivo principal se convirtió en una interpretación personal y una forma distorsionada en mucha de la población que asistía regularmente a las iglesias. Poco a poco esas ideas radicalizadas, fueron un detonante para que se llegara a influir la religión con la política. La historia es clara en ese sentido, ambas iglesias o religiones han tenido un impacto muy duro en la política de Guatemala. Por ejemplo: en el año de 1954, la iglesia católica intervino e hizo campañas de acusaciones comunistas y crueles contra el gobierno de Jacobo Árbenz, haciendo pues, que parte de la población guatemalteca radicalizada ya, permitiera la intervención estadounidense y el establecimiento de un gobierno radical y despótico.
La secta evangélica, comenzó a tener poder cuando el Gobierno del General Ríos Montt fue influido por esta. Desde ese momento en 1982, comienza el ascenso económico y social de una doctrina que comenzó a lavar cabezas de manera directa y ganó adeptos de su rival más cercano. Ahora en el siglo XXI, ambas religiones tienen un concepto ideológico más fuerte e influyente en las decisiones populares; en la materia de los casos, ambas religiones son como perros y gatos, peleando y queriendo imponer sus ideas cueste lo que cueste.
No generalizo que todos los fieles sean radicales, pero esa parte que lo es, difama a todo el conjunto religioso.
Hemos aprendido que nunca se habla de religión o política, más cuando hay personas en las charlas muy radicales y probablemente, violentas en sus argumentos y razones. Hemos aprendido también, que ser creyente es imitar el ejemplo de amor que Jesús nos dejó. Casi siempre se menciona que los problemas de la sociedad se arreglan con la oración y la fe puesta en Dios, pero no compañeros, no basta con rezar. Cada día vivimos un reto muy fuerte en la sociedad, la fe no es portadora de actos, solo es portadora de creencias. Movámonos todos como un conjunto poblacional que busca lo mejor.
La religión, no tiene que ser un instrumento de adquisición económica por parte de los cristianos evangélicos, ni uno de adquisición de poderes por parte de los católicos. Al final de cuentas, somos todos nosotros una sola comunidad que se separó en algún momento por falta de tolerancia y diálogo. Como dice un viejo dicho: “Se predica con el ejemplo”, pero qué clase de ejemplo estamos dando a la sociedad cuando nuestras disputas sociales son en contra de nuestros compañeros de la religión contraria.
Para cambiar Guatemala, necesitamos movernos, no quedarnos en la doctrina. Necesitamos poner en conciencia nuestra mente y aplicar una dialéctica práctica. También, necesitamos dejar de solamente doblar rodillas y ponernos a trabajar como buenos obreros del cambio político y social. No basta con rezar, porque la sociedad necesita agentes de cambio y no más radicalización que bloquea los cambios y las nuevas tendencias de este siglo.
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