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Isaías Morales/ Opinión/

“No estoy de acuerdo” “Basta ya” “Es más de lo mismo”  “No es justo”, podrían enumerarse miles de frases las cuales denotan la apatía que carga sobre sus hombros una sociedad golpeada, lo cual provoca quejas, críticas destructivas y lamentos, sin poner en marcha soluciones viables para la problemática en la cual estamos inmersos. ¿Es posible hallar soluciones pacíficas sin confrontar? ¿Son las quejas la salida para la práctica de una democracia defectuosa?

Como buen ciudadano, no es válido desligarse de aquellos hechos que nos afectan a la gran mayoría; sin embargo, las problemáticas nos encierra en un dilema, entre estar informado e informarse de esa realidad que deja a un lado a la persona humana. Lo principal está en aceptar que suceden hechos lamentables, pero existen momentos en los que la atención debe centrarse en aquellas acciones que no son relevantes para la mayoría y transmiten una pizca de esperanza en el futuro próximo, que se encuentra en las generaciones con ideas dispuestas para el cambio que tanto eco ha replicado, pero que pocas acciones visibles se han visto.

No es lo mismo criticar que proponer; la primera es emitir opinión sobre un tema considerado de interés, realizándo bajo argumentos que sustenten la idea. El problema surge cuando la opinión se enfoca en señalar los defectos de aquello que se observa, la solución cercana es optar por propuestas que no se queden en el vacío o papel. Esto propicia no solo la edificación de realidades, sino también evita el ambiente hostil lleno de intenciones para destruir y no para construir.

¿Es válida la crítica? ¿Se puede opinar libremente? ¿Se puede manifestar? ¿Es posible alzar mi voz cuando no me gusta algo? Considero que sí, pero el sentido de demostrar nuestro inconformismo es también llevar esa dosis de aporte que tanta falta le hace al entorno en que cada ciudadano se mueve cada día. El problema no radica en buscar culpables o razones, el problema está en proponer soluciones concretas, que de verdad sumen a ese desarrollo del cual hablamos y opinamos todos los días.

Mi nombre es Isaías, a mis 21 años soy creyente de la esperanza posible en cada uno de los que viven a mi alrededor, con quienes comparto y veo a cada día, con los mismos que se atreven a cuestionar la perseverancia y la fuerza de la voluntad. No solo sé lo que pasa a mi alrededor, lo palpo a cada hora en cada espacio que piso; los números hablan por si solos, los datos de la ENEI, ENCOVI o IPC no se pueden negar, porque sería negar lo comprobable. Conozco la realidad cercana, porque la he vivido de cerca durante 19 años de mi vida, hace dos años emprendí un viaje hacia una esperanza que construyo cada día, porque al final de todo aquello que perseguimos, sin importar que sea lo más loco del mundo, tendrá su recompensa si se hace con pasión. Los medios no son ajenos a mi persona, soy estudiante de comunicación y sé que las salas de redacción y los estudios no quisieran trasladar la información porque es noticia, lo hacen sin importar que sea bueno o malo; a pesar de todas las circunstancias, es oportuno tomarse una pausa y tener otra perspectiva de aquello que nos atañe en conjunto.

Es bueno opinar, es bueno expresarse, pero lo que no es bueno, es el hecho de caer en una actitud de pesimismo sin buscar salida a aquello que nos afecta, sobre aquello de lo cual estamos cansados.

¿Puedes entonces dejar de buscarle un porqué a lo injusto y buscarle una salida a lo que puede llegar un día? La respuesta la tienes, en seguir creyendo en esa esperanza que no se pierde, que es más fuerte cada día y que suma en vez de restar.

 

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