Maria Inés Montiel/ Agrupación Landivariana de Estudiantes de Medicina/
Las mujeres han estado involucradas en el área médica desde tiempos antiguos. Muchas mujeres funcionaban como sanadoras y aprendices del arte de la medicina en la civilización egipcia aproximadamente en 1500 a.C. y en la antigua Grecia y Roma. Pero su papel a lo largo de la historia ha sido limitado. Es más, durante los siglos XIII a XVIII las mujeres que practicaban la medicina o técnicas de curación eran consideradas como brujas y se les prohibió acceder a cualquier tipo de conocimiento teórico o práctico relacionado a medicina.
Si nos adelantamos en el tiempo, no fue hasta el 11 de enero de 1849 en el Geneva Medical College de Nueva York en Estados Unidos que a Elizabeth Blackwell se le reconoce como la primera mujer médico en el mundo. A pesar de sus logros y de que era altamente capaz de ejercer la práctica médica, muchos le recomendaron que no lo hiciera y se dedicara mejor la homeopatía, naturalmente la Dra. Blackwell ignoró dichos comentarios y fundó junto con otras dos mujeres el “Dispensario para Mujeres Pobres y Niños de Nueva York”, un hospital atendido únicamente por mujeres. Como la Dra. Blackwell, muchas otras mujeres destacan en la historia de la medicina y la ciencia.
Les resultará interesante conocer que, Marie Curie, una mujer polaca que le aportó a la medicina uno de sus avances más importantes e increíbles, jamás fue reconocida como médico y se le negó la entrada a la Academia Francesa de las Ciencias. A la gran Curie se le unen grandes personajes como Sophia Jex-Blake, Trotula dama de Salerno (Italia), Hildegarde de Bingen y muchísimas mujeres más quienes contribuyeron y lucharon por la educación científica de la mujer y su formación como médicos.
Al conocer y analizar la lucha de todas estas mujeres, resulta ridículo y hasta molesto que aún aquí y en todos los hospitales del mundo muchas mujeres no son reconocidas como médicos.
El título de “Doctor” o “Doc” pareciera que estuviera reservado únicamente para los colegas de sexo masculino, como que si las estudiantes de medicina e incluso médicas ya graduadas no estuvieran a la altura de la situación o no fueran igual de capaces que los compañeros hombres—a ellas se les refiere como “seño”, “niña”, “patoja” e incluso “cht, cht usted”.
Querido lector, querido paciente, queridos colegas e incluso queridos docentes, el sexo no determina la calidad de atención que recibe el paciente. Yo, una mujer, soy tan capaz como cualquiera de mis colegas para brindar una atención en salud de carácter excelente. Al igual que mis compañeros de sexo masculino, yo también he estudiado, me he sacrificado y me he formado tanto científica como humanamente para poder contribuir a la salud de la población y creo que yo como todas las mujeres que estudian y ejercen la medicina merecemos respeto porque no somos “seños”, “niñas” o “patojas”—somos Doctoras y ya es hora que se nos reconozca de esta manera.
Ya ha costado bastante que se incluya en la mujer en la medicina como para que ahora se le discrimine.
Llamemos a las cosas por su nombre, un hombre o una mujer te puede salvar la vida de igual manera si adquieren los conocimientos necesarios. Es importante que les demos el lugar a las mujeres como lo merecen, así como los hombres ya lo tienen. No trato de desprestigiar al sexo masculino o de acusar a todos los pacientes y al personal de salud de ser misóginos o machistas sino simplemente, te pido—les pido que por esfuerzos iguales nos respeten de manera igual. No es solo justo sino es necesario. La desigualdad y discriminación de género equivale al estancamiento del progreso social. Guatemala debe avanzar como sociedad eliminando todas las formas de discriminación contra las mujeres y niñas, es más acabar con la discriminación frente a cualquier persona, grupo étnico o de clases sociales, para poder acelerar un desarrollo que es necesario como país. Una simple palabra representa un gran paso.