alejandro jodorwsky

Gabriela Maldonado / Corresponsal / Opinión /

De repente tengo 28 años y hace más de 8 que vivo fuera de Guatemala, lejos de la gente y la cultura que llenaron mi vida desde que nací. Vine a Estados Unidos con la intención inicial de quedarme por unos 3 o 4 años mientras terminaba la licenciatura e inesperadamente mi estadía se fue extendiendo y extendiendo. Pero la semana pasada finalmente compré un pasaje solo de ida con destino a Guatemala. ¡Sí, regreso a Guatemala a mediados de diciembre y me quedo por tiempo indefinido!

Me lleno de emoción al pensar en las posibilidades de mi nueva vida en Guate, pero también tengo algo de preocupación. Sin mencionar lo difícil que será dejar la ciudad que ha sido mi hogar durante casi una década, pensar en regresar a Guatemala me causa algo de ansiedad. Por un lado están las cosas prácticas: dónde voy a vivir, de qué voy a vivir, etcétera. Y por otro, las cosas no tangibles: mi ajuste a la cultura, desarrollar nuevas amistades, encontrar mi espacio.

Sin embargo, lo que más pesa sobre mí es la certidumbre de la frase “No se puede regresar al hogar nuevamente”. Aunque regresaré al mismo lugar geográfico donde nací y crecí, social y culturalmente ese lugar ha cambiado. Las personas que formaron parte de mi primer hogar también han dejado de ser las que eran antes; han añadido y quitado detalles a sus personas adaptándose al paso del tiempo. Y así, el lugar que una vez consideré mi casa y mi hogar dejó de existir.

Asimismo y como es de esperarse, yo también he cambiado y he expandido mi ser. Me fui siendo miembro regular de una iglesia evangélica, trabajando como locutora en una radio de música cristiana contemporánea, comprometida con mi crecimiento en la fe cristiana y el de las personas que me rodeaban. Regreso como miembro de una comunidad feminista, trabajando como activista de políticas anti-racistas y anti-sexistas, comprometida con una espiritualidad enfocada en descubrir y reclamar nuestra conexión a nosotros mismos y al resto de los seres vivientes.

¿Cómo me recibirá Guatemala ahora que ya no soy la que se fue?

Estando consciente de estos cambios en lo que fue mi hogar y en lo que soy yo, es mi deseo mantener y establecer relaciones de honestidad y respeto con mis seres queridos y amistades cercanas con los que ya no comparto la fe ni la doctrina cristiana, entre otras cosas. Pero, ¿cómo se logra esto dentro de un país profundamente dividido por ideologías y creencias? ¿cuál ha sido tu experiencia?

En lo personal, he ido descubriendo que hay dos factores necesarios para poder establecer relaciones con aquellos que piensan y actúan distinto a nosotros: 1) confianza en uno mismo y 2) aceptación y entendimiento como base de las relaciones. En esta ocasión quiero compartir con ustedes un poco más sobre el primer punto.

trust the journey

Cuando uno piensa y actúa de manera contraria a la mayoría de la sociedad, uno constantemente recibe mensajes que nos dicen que estamos equivocados, que nuestras creencias son erróneas y nuestras acciones malas. Se nos desprecia verbal y hasta físicamente. Lo mismo sucede si uno difiere en términos religiosos, económicos, de orientación sexual, educativos, etcétera.

En cierta forma es el trabajo de la sociedad hacernos sentir mal por ser diferentes y forzarnos a seguir las normas establecidas.

De pequeña yo aprendí a callar y a ceder a lo que otros querían con tal de no ser ridiculizada o molestada por ser y pensar distinto. En la primaria prefería ser invisible ante la posibilidad de que al verme, alguien se burlara o me tratara mal. Sin embargo, al crecer esos mecanismos de defensa se han vuelto inútiles y hasta dañinos para mi salud emocional y física. Por ceder a lo que otros querían no he expresado mis pensamientos y necesidades, no he cuidado de mí y he creado barreras que limitan mi relación con otras personas.

Pero en los últimos años ha habido un despertar dentro de mí, gracias a la influencia de la filosofía budista, las teorías críticas de raza y género y conversaciones con diversos amigos. Este despertar me ha permitido establecer una conexión profunda con mi persona (mente, cuerpo, espíritu) y con el mundo social que me rodea. Ahora vivo confiando en que “es posible ser yo misma sin pedir permiso ni dar excusas”. En el proceso también voy aprendiendo a transformar mi silencio en acción.

Así que la confianza en uno mismo requiere de vulnerabilidad y valentía. Vulnerabilidad para explorar lo profundo de nuestras emociones y pensamientos con sinceridad y sin juzgarlos por muy distintos o locos que parezcan. Valentía para resistir la presión social que trata de amoldarnos, expresándonos en público sin importar las consecuencias.

“Confiar en nosotros mismos, en nuestros cuerpos y nuestra sabiduría interna — tanto como individuos y como grupos — es el fundamento del empoderamiento. Esta fe requiere cuidar de nosotros mismos, y lleva hacia el gozo de entender que fundamentalmente somos buenos y que podemos acceder al poder para cambiar nuestras propias vidas, y fortalecernos a nosotros mismos y a nuestras comunidades.  ~ Sharon Doetsch-Kidder

Esta confianza en uno mismo es solo una parte de lo que se requiere para establecer una relación con quienes piensan diferente. El próximo mes les compartiré más sobre la otra parte: aceptación y entendimiento. Mientras tanto, ¿cuál ha sido tu experiencia?

De repente tengo 28 años y voy de regreso a Guatemala: no a mi antiguo hogar sino a crear uno nuevo donde quepa yo tal y como soy.

Imagen 1: http://www.tumblr.com/; Arte: http://stasiab.carbonmade.com/

Imagen 2: http://kellyraeroberts.com/

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