Manuel Canahui / Corresponsal /

Soy Manuel Canahui y no sé qué quiero hacer con mi vida.

A mis frescos 22 años me estoy haciendo por enésima vez la pregunta ¨¿qué vas a ser cuando seas grande?.” Recuerdo escucharla en cumpleaños, reuniones y en los silencios incómodos inevitables de las conversaciones con adultos, quienes en lugar de preguntar ¿quién sos?, preguntan a los niños ¿quién vas a ser? Las respuestas iban desde las totalmente esperables: abogado, médico, astronauta o bombero, hasta las menos comunes y un poco más memorables: mago, actor y cantante o malabarista del circo.
Pero ¿en dónde están esos magos, actores y cantantes, malabaristas y astronautas en la secundaria, al graduarse? Probablemente junto a mí, diluidos en el mar de futuros ingenieros, arquitectos, abogados y notarios, haciendo decisiones más económicas que vocacionales al momento de inscribirse en la universidad. Escogiendo las carreras que la sociedad espera que escojan, ignorando a veces lo que su corazón esperaba de ellos.

Me he preguntado a veces si no fui yo uno de esos que sacrificó sus sueños locos de niño en beneficio de la salud mental de sus padres, que esperaban que fuera un exitoso ingeniero o abogado con un cheque de salario asegurado. Lo he meditado últimamente en medio de una angustia existencial que me pega más fuerte que nunca en mi quinto año de carrera, a punto de convertirme en abogado y notario y que puede resumirse mejor con la interrogante ¿Qué estoy haciendo acá?

Cosas buenas, por supuesto. He logrado tener exposición a los campos que me interesan del Derecho y he mantenido mi afición por la escritura y la lectura. Pero eso no me asegura que hice la mejor elección profesional.

Fui con algunos amigos para averiguar si estoy solo en esta vorágine de incertidumbre profesional. Les hice a todos la pregunta
¿Hiciste la decisión correcta al estudiar tu carrera? Y he aquí lo que encontré…

Esmaylin Escobedo – pensum cerrado en Relaciones Internacionales, Universidad Rafael Landívar.
Me lo pregunté cuando estudié ingeniería. Estuve tres años en la Universidad Mariano Gálvez estudiando ingeniería electrónica. Tuve que dejar la carrera por circunstancias fuera de mi control; cuando regresé me cambiaron pensum y por eso paré en Políticas. De todos modos, siendo ingeniero, me hubiera dedicado a la política. Nunca me ha pasado esto ahora que estoy en la facultad de Políticas, la verdad estoy súper convencido de que esta es mi área y lo que realmente me apasiona.

Juan Diego Orellana – tercer año de Ingeniería Administrativa, Universidad Francisco Marroquín.
Mi área me encanta… Tal vez es la U y ciertas clases lo que detesto. Es la metodología y la forma en que me han dado las clases la que no me ha permitido sentirme completamente cómodo, pero no cambiaría la profesión por nada del mundo.

Andrea Reyes Zeceña – cuarto año de Derecho, Universidad Rafael Landívar
Cada año me lo pregunto… cuando me toca exponer en público o hacer cosas que no me gustan. Me resulta molesto cómo, por trampas protocolarias, el sistema se estanque en algo que parece no tener fin, y cuando al fin lo tiene es absurdo reclamarlo. Cada vez que a nuestros legisladores se les ocurre algo con el fin de modernizar el Estado guatemalteco, olvidándose de garantías obvias, dejando un manifiesto desastre en la ley y sobre todo, el oportunismo de muchos colegas, la falta de sinceridad, y la manera en que nos vemos obligados a tapar con mentiras las averías de la realidad.

Carlos Andrés Reyes Silva – primer año de Antropología, Universidad del Valle de Guatemala
Lo más importante al momento de tomar una decisión vocacional, sobre todo al tratarse de una carrera universitaria, es entender que será una afirmación de nuestra individualidad. Implica conocerse y aceptarse con todos nuestros defectos y virtudes, y a la corta edad de 17 años, eso es pedir mucho. Es por eso que no es dramático afirmar que aquellos que acertaron en el primer intento son excepciones, afortunadamente para ellos. Al resto nos quedan dos caminos: la resignación del estoicismo o el coraje del cambio.

De estas dos ninguna es peor que la otra, simplemente son decisiones que serán tomadas con la madurez y la experiencia que nos faltó en el primer momento, donde decidimos mal. En mi caso opté por la segunda, y lo hice por la razón más obvia: porque podía. Se nos dice que querer es poder, pero a veces las circunstancias de la vida nos invitan a ser más prácticos y voltear aquel refrán de motivación barata; también poder es querer, y a veces simplemente no se puede, entonces permanecer se presenta como opción. Cuando sea así recordemos que la educación superior es importante y te determinará, pero esa determinante nunca será tan poderosa como para derrumbar toda tu individualidad; esta se forma con tus lecturas, tus experiencias y tus ideas. La carrera será una herramienta, pero el fin debe ser la plenitud. Mantener esa jerarquía es lo que garantizará, en último caso, plenitud.

Regresando a mi drama mental…
Pueden imaginar que me siento un poco más tranquilo ahora. Todas las personas a las que les hice la pregunta admitieron haberse cuestionado, como yo, su decisión, ya de carrera ya de universidad.

Al parecer, no es la seguridad completa en el futuro el común denominador que mueve al estudiante universitario, sino la DUDA completa. Es la constante formulación de preguntas existenciales de este tipo la que nos asegura que no tenemos todas las respuestas por ahora y que eso está bien.
Está bien no saberlo todo. Está bien cambiarse de carrera una, dos o tres veces hasta caer en la correcta. Lo que no está bien es que el miedo a no saberlo todo y a fracasar nos impida hacer cosas que nos hagan cada vez más felices.

He descubierto que las personas más interesantes son las que admiten no tener ni idea de lo que están haciendo con sus vidas. Les recomiendo este video, lo dice mejor que yo.

Soy Manuel Canahui, ya estoy grande y no sé qué es lo que quiero hacer con mi vida. Pero estoy en camino de averiguarlo.

Fotografía: www.federicodelossantos.com

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