María Alejandra Morales/ Corresponsal/
En variados discursos hemos escuchado la palabra “juventud”, claro, desde que este significativo grupo, más que un futuro, ha pasado a representar también el presente. Pero, ¿cuáles son esos cambios tan prometedores que ofrece una juventud casi tan segmentada como lo fue la generación pasada? Es curioso que quienes claman por una renovada nación trasplanten, sin darse cuenta, los errores del pasado. En un país deseoso de paz en donde se anhela y valora cada oportunidad, parece casi imposible imaginar que tras tantos y repetitivos años de malestar se deje espacio a la desigualdad. A estas alturas de mi escrito seguramente ya he sido etiquetada en alguna categoría, porque hablar de desigualdad es bastante controversial en un territorio tan ideologizado.
Muy a su manera, la generación de jóvenes del siglo XXI se ha pronunciado en diversas posturas por medio de las redes sociales, reuniones, puntos de encuentro, entre tantas otras. Si puedo decir algo a favor del joven de este siglo es que no sabe quedarse callado, no agacha la cabeza y lucha por lo que cree; sin dejar de mencionar que todos, o al menos la gran mayoría, ha perdido a más de algún amigo por sostener su opinión.
Este fenómeno se hace cada vez más presente desde que las universidades se han convertido, más que en una casa de estudios, en hogares del dogma.
En diversas ocasiones he escuchado a estudiantes de las diferentes universidades guatemaltecas mencionar la palabra ‘adoctrinamiento’, cuando revelan la experiencia vivida dentro de sus casas de estudios. Por supuesto, para que este sea efectivo debe traspasar los límites de su lugar de enseñanza, y en efecto ocurre cada vez que más estudiantes pretenden esparcir por todos los rincones sus convicciones tomadas y aprendidas dentro de las aulas. No intento atacar la libre expresión, lo que en realidad pretendo es resaltar las consecuencias que como resultado ha traído esta nueva ideologización.
Se ha puesto muy de moda entre los universitarios guatemaltecos etiquetarse con títulos como ‘socialistas’, ‘capitalistas’, ‘libertarios’, ‘comunistas’, ‘guerrilleros’, ‘burgueses’, ‘derechistas’; utilizándolos de forma despectiva la mayoría de veces. Asimismo es preocupante observar la forma en que estas ideas son llevadas a conversación y notar que no se deja espacio para la persuasión, no porque deba ocurrir siempre, sino porque es imposible que suceda dentro de mentes cerradas. Esa, en mi opinión, es la principal consecuencia del adoctrinamiento en las universidades, en donde se están formando hoy en día futuros profesionales con una incapacidad evidente de dialogar, de conocer una posición opuesta o de siquiera tomar la molestia de informarse por otros medios acerca de lo que no creen. El problema no es que nos hagamos menos intelectuales, el verdadero error está en permitir que los dogmas estén por encima de las acciones, que dominen lo que hagamos o dejemos de hacer, no solo por nosotros sino por nuestro país.
Dentro de todo discurso, sea cual sea su categoría, se menciona a la juventud como sinónimo de esperanza y cambio, pero el panorama no es muy prometedor cuando los integrantes de esta generación no están en busca de unificación.
Algunos argumentarán que sí, que en efecto el joven chapín está trabajando y preparándose para construir una nueva nación y que no se siente alejado de sus contemporáneos por ninguna idea en particular; sin embargo es difícil sostener esta idea cuando las acciones demuestran lo contrario. Me parece magnífico el hecho de que la gente, aunque esté ‘tirando party’, se introduzca en cuestiones de interés actual y se dialogue de manera intelectual, lo preocupante es cuando se hace con afán de derrotar a quien opina diferente, con interés de acabar todo aquello que sea contrario a lo que cree. Quizás sean solo palabras en ese momento, pero el problema ocurre cuando la ideología se materializa en acciones; cuando en un trabajo, por ejemplo, el capitalista ni loco imaginaría tener de colega a aquel comunista, todo porque desde un inicio la enemistad no nació por la diferencia de opiniones sino por la doctrina.
Hoy en día somos testigos de los resultados que trae una sociedad dividida, y sin buscar reconciliación decidimos mejor hacernos aliados de algún bando porque al parecer nos queda bien la fragmentación. Lamentable actitud que estando rodeados de tantas nuevas oportunidades y con infinidad de habilidades nos prestemos al juego que hace décadas se inauguraba en naciones a kilómetros de aquí, donde ni las condiciones ni la cultura eran siquiera similares a lo que es ser un chapín. Que esta generación sea la primera en ser tolerante y aceptar que ninguna idea es infalible. Ser guatemalteco es más que predicar un credo occidental, trabajar por Guatemala conlleva mucho más que prepararse encontrando únicamente razones para dividirnos. Yo soy chapina, tengo 20 años, pertenezco a esta generación y la única idea por la que daría mi vida es por una Guatemala mejor.
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