Luis Ernesto Morales/ Colaboración/
En el año 2016 el presidente de los Estados Unidos, Barack Obama, hizo historia al ser el primer presidente de dicho país en visitar Cuba en 88 años tras la última visita, efectuada por el presidente Calvin Coolidge en 1928. La política exterior de Estados Unidos tras su llegada al poder, gracias en parte a su mano derecha John Kerry, ha logrado limpiar asperezas con viejos enemigos de su país y fungir de una forma pacificadora en la esfera internacional. La famosa visita a Cuba así como una apertura de relaciones comerciales con China y una relación estable con Rusia, además de visitas a países más recónditos como Kenya, han sido características de su gobierno. Son pocos los países que no han caído ante el encanto de Obama como los países árabes y la ermitaña Corea del Norte. El último paso de su política exterior fue la visita a Hiroshima, Japón el pasado mayo, en donde las cicatrices del pasado podrían sanar (o volverse a abrir).
El 6 de agosto de 1945 a las 8:15 hora local fue arrojado Little Boy (bomba de uranio-235) sobre Hiroshima. La bomba detonó en el aire desviándose de su objetivo, el puente Aioi, y cayendo sobre la Clínica quirúrgica de Shima. El efecto de la bomba fue inmediato quemando vivas alrededor de 100 mil personas y destruyendo por completo el 69% de las construcciones de la ciudad.
Años más tarde las repercusiones por la radioactividad de la bomba siguieron cobrando las vidas de más japoneses, llegando a un estimado de 140 mil víctimas.
La justificación del presidente Truman y del gobierno estadounidense en ese momento para haber lanzado la bomba, fue la negación de Japón a aceptar la declaración de Potsdam y no aceptar los términos de rendición de los aliados. El 9 de agosto Nagasaki sufría el mismo destino que Hiroshima, solamente que con una bomba de plutonio. Al pueblo estadounidense se les vendió la idea que las bombas eran la única forma de acabar con el Imperio Japonés y de esta forma salvar la vida de miles de soldados estadounidenses en caso de invadir la isla.
Tras el fin de la Segunda Guerra Mundial y la victoria de los aliados, el gobierno estadounidense nunca ofreció una disculpa al pueblo japonés por las dos bombas y mantuvo siempre la posición de que su acción fue justa, además de nunca llevarse un juicio por genocidio o crímenes de guerra por tal atrocidad.
A pesar de las buenas relaciones actuales de ambos países y su colaboración de distintas forma (incluso conflictos posteriores), la disculpa pública ha sido una cuenta pendiente que el pueblo japonés no ha exigido, pero que sí espera y añora.
Este desafío es el que enfrentó Obama a finales de mayo al ser por fin el primer presidente norteamericano en visitar una de los dos ciudades afectadas. El gobierno de EEUU declaró de antemano que la visita del mandatario no iba acompañada de una disculpa por parte de su país por las víctimas, sino que iba enfocada en la importancia de evitar conflictos nucleares en el futuro. Y sí, hay que afirmar la importancia de esto, especialmente con la cercanía de Corea del Norte y sus incesantes experimentos nucleares, los cuales han llegado a acreditarse una bomba de hidrógeno (3000 veces más poderosa que Little Boy). Sin embargo, la responsabilidad histórica de un verdadero crimen de guerra sí requiere de una retribución por parte de EEUU. Obama ha logrado sin admitir culpabilidad como en Cuba, dejar una buena imagen y limpiar asperezas del pasado. Ya veremos si Hiroshima logrará sonreír otra vez.