Quizás las dos décadas que he recorrido por este mundo me impiden hacer un análisis histórico serio sobre cómo ha sido el pensamiento crítico y el debate político en el país (a juzgar por lo que he leído, parece ser que antes, aun en medio de la guerra interna, el debate contaba con actores e ideas más robustas). En el presente, la actual contienda electoral pone de manifiesto lo que en este espacio he exteriorizado en muchas ocasiones: el pensamiento crítico y las ideas que reinan en la opinión pública actual apelan a la emoción, a la devoción a figuras, a los sentimientos y a cualquier otra cosa que permita polarizar a las personas y de alguna forma, de manera sigilosa, imponer una agenda política.

El debate toma otro rumbo cuando las etiquetas aparecen para encajonar a las personas que no comparten el mismo sistema de creencias que los demás (incluso se vuelve una discusión estéril, sin destino y con una gran inclinación a las falacias ad hominem). De nuevo, como se ha criticado en este espacio y a modo de ejemplo, el caballo de batalla de cierto grupo del país ha sido el famoso #PactodeCorruptos, para señalar a todos los que no rinden pleitesía y amor eterno a las figuras ensalzadas por ellos mismos.

Ahora, ante el calor del proceso electoral y el auge (al menos en redes sociales) de los candidatos de la facción de la izquierda del país y en especial, de la candidata del partido Movimiento para la Liberación de los Pueblos, Thelma Cabrera, el debate político vuelve a teñirse de etiquetas para defender a capa y espada a un personaje político. Así como en los últimos meses se ha señalado de corrupto a todo el que no abraza a la exfiscal Aldana, como la figura mesiánica que puede sacar adelante al país, ahora los devotos del MLP tienen su propia versión de #PactodeCorruptos para limitar la discusión a simples etiquetas y no a las ideas que promueve su candidata.

Y es que sin duda alguna, ante la flaqueza y el rotundo fracaso (teórico y empírico) del ideario del grupo político al que representa la candidata Cabrera, es fácil tachar a los que piensan distinto como racistas o defensores del status quo para cerrar espacios para un debate sano y de altura. Lo más triste, es que la casta intelectual y académica del país es la que ha jugado un papel importante en empobrecer la discusión de ideas para poder analizar de mejor forma a los candidatos.

Es cierto que Guatemala tiene un grave problema de racismo y de gente que no está familiarizada con el concepto de amor y respeto al prójimo (y que tal fenómeno no conoce ideologías políticas), pero ello no significa que criticar un plan de gobierno de un grupo que tiene como horizonte la Venezuela de Maduro convierta a las personas en racistas o clasistas.  Sus defensores se basan en la idea de que todos los que no compartimos la propuesta del MLP “le tenemos miedo a perder nuestros privilegios” y que nuestra crítica se encuentra infundada en el hecho de que ella es mujer, indígena y activista y no hay nada más erróneo que eso. Nuestra crítica se basa en el hecho de que estamos en desacuerdo en apoyar a una candidata que lidera a una agrupación que ejerce su “derecho a la resistencia” violando los derechos de los demás y que balbucea cuando le preguntan si en su gobierno se respetaría la propiedad privada (institución principal para el desarrollo social y económico y satanizada por la izquierda local).

De igual manera, no compartimos su visión dialéctica del mundo y las formas en las que ella piensa que el país puede salir adelante, sobre todo cuando todo aquello que tiene el potencial de activar la ruta del crecimiento económico, como las exportaciones y la inversión extranjera son vistos como injusticias sociales que hay que atacar.

Aunado a ello, y como parte de la agenda de los formadores de opinión pública, parece que solo los candidatos de izquierda son moralmente superiores para tomar las riendas del aparato público y de nuevo, estar en desacuerdo con tal disparate es sinónimo de ser corrupto, facho, neoliberal, de extrema derecha, privilegiado, racista, elitista, clasista, etc.

Como siempre, el país nadando en la polarización sin entrar a discutir las soluciones a los problemas que realmente preocupan a las personas. Quizás el problema no solo son los políticos y se encuentra en las profundidades de la sociedad en la que vivimos y nuestra escasa e inexistente capacidad de generar consensos porque ni siquiera existe un debate serio que no esté plagado de argumentos contra las personas y calificativos absurdos.

Ojalá algún día le ganemos a este gigante. Por el momento, nada parece cambiar y las cosas se mantienen igual o peor que hace unos años. Curiosamente, los que tanto están en contra del status quo, son los que han ayudado a perpetuarlo.

Ah, país de incoherencias.

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