Mario Valdizón. 2015 /
– ¡A la gran pushica! Vos, Ronald ¿Estás bien?- Expresó Juanito, con su típica expresión de preocupado, pero más que preocupado, de ahuevado. La jugada había sido sustancialmente rápida. La sacó Pepe de la portería, a la derecha estaba Catracho, luego, Catracho la pasó al centro y la tomó Rotoplast. Rotoplast se la filtró a Ronald, pero en esa jugada Juanito estaba decidido a no permitir más goles; toda la vida le habían destacado su singular parentesco con la mierda, pero en los últimos días la clara analogía había sido aún más resaltada. Diez a dos el lunes, once a cuatro el martes, quince a uno el miércoles, nueve a cero el jueves y ese viernes, Juanito había decidido terminarlo, de una vez por todas. Pero se excedió, uno no se barre y con plancha en pleno concreto, y menos aún al viejo del grupo.
Llegó Danny – Dejálo vos Juan- y tras una pausa resaltó –serote-. Danny era el mejor cuate de Ronald. Se habían conocido en los primeros días de primero básico. Ronald tenía fama de poco estimulado tempranamente en el aspecto intelectual, además de estar repitiendo primero básico por tercera vez. En lenguaje habían pedido hacer grupos, y nadie quería emparejarse con Ronald. Danny lo vio, tomó su escritorio y se acercó a donde estaba él. Ronald adoptó una mirada de desentendido. Danny lo vio y extendió su mano – Soy Danny-. Ronald no estrechó la mano, pero desde entonces Danny era al único al que Ronald trataba con respeto, y no era que Ronald insultara a diestra y siniestra a todo aquel que se le acercaba, sino que era callado, pero con una mirada expresaba su posición ante cierto aspecto, o que tanto le agradabas. – Vos, Ronald ¿Mucho te duele?- preguntó Danny. Ronald respondió con un suspiro varonil, y una mirada matadora hacía Juanito. –No lo mires Ronald, es un imbécil- agregó Danny al darse cuenta de sus intenciones. Ronald intentó levantarse, pero no pudo. El dolor era intenso y punzante, y empezaba a hincharse su espinilla derecha. –A la madre, y ¿ahora qué hacemos? Vos Ronald, ¿no hay alguien en tu casa?- preguntó Catracho, moreno y alto, un tanto desnutrido. Ronald contestó un “no” con su cabeza. Danny sacó unas cuantas fichas de su bolsillo, contó las pocas que tenía – Vos, maje. Chino. Tené cuatro varas. Compra un calmante, una bolsa con hielo y lo que te sobre de chéster-. –Vivo, maje- contestó el Chino, y con total amabilidad fue a la tienda. -¿Nadie tiene Cofal y una venda en su casa?- preguntó Catracho. – Bien, yo tengo Cofal del viejo, y una venda que uso para ir a jugar los domingos- contestó Byron. –Vivo pues, andá a traerla- agregó Danny. –Acompañame, Güicho- dijo Byron, -Vamos pues- expresó Luis, moviendo la cabeza en dirección a la casa. Llegó el Chino con un calmante, una bolsa de hielo, una carterita y dos cigarros rojos. –Buena onda, Chino – dijo Danny, y prosiguió a encender uno, el otro lo guardó junto con la carterita. El calmante se lo dio a Ronald – Comete esto, te va a ayudar con el dolor- tomó la bolsa con hielo y le dijo a Ronald –Y esto, dejátelo en la pierna-. Danny exhaló el humo y veía como el cielo poco a poco se oscurecía.
Byron y Güicho iban caminando con dirección de ir a traer la venda y el Cofal, cuando en su camino pasó María Fernanda. Los dos la observaron con detenimiento, para asegurarse que era ella y no un ángel con aire sensual. –Vos Byron, a mí como me encanta la María Fernanda. Es que, maje, esas piernas, por Dios, esas piernas. Por esas piernas vuelvo a la Iglesia con mi vieja, maje. Serote, si me dijeran que sacando el primer lugar de la clase me la agarro, huevos que salgo a jugar. Me leo todos los libros de arriba para abajo. Es que… joder, Byron, solo mira esas piernas. ¿No te gustaría devorar esas piernas? Una por una, lentamente, derretirlas con los labios, comenzando desde la punta de sus pies, y subir, beso por beso, contacto por contacto, hasta donde las piernas se encuentran y son divididas. ¿Te imaginas eso, Byron? Y eso que solo hablo de las piernas. ¿Te imaginas cómo ha de ser que te deje subir? Y llegar al ombligo, Byron, pero no besarlo, sino que rodearlo, lentamente. Besar su estomaguito, serote, ¿te podes imaginar eso? Yo sí puedo, y subir aún más, como la efervescencia, hasta poner mis labios entre sus pechos. Uf, Byron, entre sus pechos. Dormir un instante entre ellos, tipo sol entre las montañas, puro crepúsculo, mano. Y no quedarme ahí, no maje, uno no debe morir en la mitad del trayecto, Nelson Mandela. Tomar sus brazos y que me rodeé, serote, que se venga, que se aferre a mí, como que si no se agarra, muere. Y con sus piernas también maje. Y de sus pechos, subir a su cuello, besarlo, y subir aún más, hasta llegar a su boca. ¡A su boca, serote! ¿Te podes imaginar eso? A la madre, Byron, y eso que solo hablo de besar. Ya te imaginas si te diera la descripción de todo lo que falta. Uf, lo que falta-. – ¿Y vos qué putas Luis? Si tan caliente estas, por ahí anda la Jazmín, maje, ella le suelta a cualquiera-. –Nel, Byron. La Mafer me va a estrenar y yo sé que la voy a estrenar a ella. Doble cartelera, maje, doble cartelera -. – Como digas pisado. Vos, y a todo esto, ¿qué es crepúsculo? -. – ¿Cómo así?-. – Vos lo dijiste, con no sé qué cosa del sol entre las montañas -. -¡Ah! Es cuando el sol se oculta -. – O sea que es cuando se pone oscuro -. –Sí, ahuevos -. -Entonces, ¿se te apaga la piocha? -. –Nel, ¿cómo así? -. Qué entonces, cuando pones tu cabeza en sus chiches como que acabas. Entonces ya terminaste. Aguante más mierda -. – No, serote, es solo el comienzo -. –Es que a mí me da a entender eso, que sos precoz -. –Va pues, tipo sol entre las montañas, pura alba -. -¿Y esa mierda qué es? -. –Cuando el sol sale por las mañanas-. –Buena mierda-. Los dos llegaron a la casa de Byron, pidiéndole este que lo esperara. Byron entró a su casa. Pasando por la sala observó a su padre recostado en el sillón, sin camisa y con unas doce latas de taconudas tiradas. La televisión se había quedado encendida. Prosiguió a apagarla. Recogió las latas del piso, fue al patio, y ahí las aplastó, para que su señor padre no se despertara, y de esta forma meterlas de una vez a la bolsa de latas que tenía para reciclar. Tomó el Cofal y la venda, y salió. –Vos Güicho, ¿no tenés unos tres quetzales para comprar una bolsa con mangos? -. Sí tengo, maje. ¿Qué onda, pues, no almorzaste? -. –Nel -. – ¿Otra vez tu viejo con la misma mierda? -. –Simón-. Luis introdujo su mano en su bolsillo, sacando un billete de cinco – Tené -. Compraron la bolsa con mango en el camino –Tené tu vuelto- dijo Byron, – Para el agua, maje – contestó Luis, regresándole el dinero. – Te lo voy a pasar -, -Yo sé que sí – finalizó Luis.
Llegaron a la cancha Byron y Luis. Los demás estaban sentados. Justo en medio se encontraba Ronald, tranquilo y serio, con una mano sostenía el hielo en su pierna derecha, y con la otra sostenía un cigarro que seguramente se lo había dado Danny. – ¿Cómo les fue, pisados? ¿Lo consiguieron? – preguntó el Chino, con el mayor del interés posible que se puede manifestar, y que tantas veces evidencio totalmente lo contrarío en clase. – Sí, Chino, aquí esta. ¿Podes sobarlo vos? – le preguntó Byron, al mismo tiempo que sacaba los objetos de su bolsillo. –Dame esa mierda, yo puedo – contestó Ronald, con total seguridad. Todos los demás se quedaron perplejos, en especial aquellos que nunca lo habían escuchado hablar en toda su vida, que solo sabían que se llamaba Ronald, que era el más viejo de la banda, y que una mirada suya era lo necesario para una sensación total de aceptación o escalofríos tan agudos con el efecto de poder atrofiar sus capacidades de retención de líquidos. A excepción de Danny, que sabía muy bien por qué Ronald había actuado de tal manera, tomó la venda y el Cofal y se las dio en la mano a Ronald. Fue entonces cuando Ronald tiró la bolsa que ya era más agua que hielo, y comenzó a sobar la parte dañada. El calmante había ayudado en cierta medida, tal vez no tanto por su efecto en sí, sino más bien por el deseo de Ronald de que le ayudara. – ¿Te ayudo, Ronald? – preguntó Juanito, un tanto tímido, que apuras penas pudo escuchar Danny que se encontraba justo a la par de él. – Vos, pisado, mira pues. Mejor cállate. Y no es que yo sea pura lata. Pero si Ronald apuras penas acepta mi ayuda, en el momento que te escuche a vos, ofreciéndote como ayudante, va a ver cómo carajos se levanta y te agarra a pura verga, porque primero: No le agradas. Segundo: Vos le hiciste eso. Y tercero: No le gusta que le ofrezcan ayuda. ¿Me entendes? – finalizó Danny, con la mayor tranquilidad del caso. – Y Danny, vos lo conoces muy bien. ¿Por qué ese maje es así? – le preguntó Juanito, inseguro de preguntar o no. – Voy a hacer de cuenta que no me preguntaste eso, pero sí querés preguntémole a Ronald. ¡Vos Ronald! -. Ronald volteó, y directamente observó a Juanito. – ¡Juanito quiere saber por qué sos como sos! ¡Contestale al pisado, así se queda tranquilo! ¡Como que le gustas que te quiere conocer! -. Ronald solo lo ignoró, estaba más enfocado en poder vendar con propiedad su pierna, que ir y pegarle a alguien que no valía la pena según él.
Juanito se asustó. Recordó las veces en las que su madre lo llevaba a la iglesia evangélica y le hablaban del enemigo. Creyó haber visto al enemigo en los ojos de Ronald. Buscó evadir la situación incómoda en la que se encontraba –Vos Danny, ¿y crees que Ronald va a poder jugar más noche?-. –Tengo mis dudas. Él es de los que se paran al instante -. En ese momento Danny recordó aquellas pocas experiencias relacionadas con Ronald: las veces que lo buscaba en su casa, eran las dos de la tarde, él no había ido al colegio, al igual que no había desayunado ni almorzado. Lo invitaba a su morada para comer un poco con el argumento de que – Solo te invito porque ya me canse de comer solo -. No era totalmente falso ese argumento, Danny se sentía un tanto de esa forma. Era el más pequeño de su familia, donde su madre se encontraba la mayor parte del tiempo en su cuarto, recostada en su cama haciendo quién sabe qué cosas, sus hermanos solo aparecían (de tener que aparecer) por las noches. Danny estudiaba porque su única hermana, la más grande, había tenido la valentía de dejar ese ambiente deprimente y de estancamiento en el que se encontraba. Le mandaba cierta cantidad de caudal a Danny, para hacer la despensa y pagar los aspectos relevantes del hogar. Su hermana sabía que a él era el único al que le podía encargar tan indispensable tarea por existir la probabilidad de que al ser alguien más, como a sus otros cuatro hermanos, el dinero se invirtiera en aspectos superfluos y del momento como aquellos inhibidores y analgésicos momentáneos que venía en forma de botella o pulmoncitos, o los otros, más especiales, que venían en bolsita, por lo que sería necesario invertir aún más en papos o en jeringas para su total degustación. De esas tardes en las que se encontraban Danny y Ronald, degustando de su almuerzo, regularmente un pan francés de media tira con un huevo estrellado y seis salchichas Bremen en su interior, bañadas de Pica Más, y demás salsas, acompañadas de Yus de Toki, que tendía a variar dependiendo el día, Danny logró saber más sobre la vida de Ronald. Fue de aquellas tardes donde el respeto mutuo aumento, sin la dificultad de sincerarse. – Mi viejo siempre me dice que soy una mierda -. – ¿Y tu mamá? -. –Se fue a la mierda cuando yo era pequeño. Mi papá le estaba gritando a ella, y a mí no me gustaba escuchar eso. Me fui a mi cuarto y me metí debajo de la mesa. Tenía un soldadito que mi mamá me había regalado, lo tomé y pase la noche así, con el estúpido soldado a mi lado -. Existió una pausa entre ambos, donde Ronald bajó la mirada. Observó su almuerzo con detenimiento. Levanto la vista –Cuando desperté, mi mamá ya se había ido a la mierda -. Danny entendió que Ronald no era estúpido, ni poco estimulado. Simplemente Ronald extrañaba a su madre, y además, para agregar, su padre tampoco fue el mejor modelo. –Mi viejo llega, y llega bien a verga. Y cuando te hablo de que llega bien a verga, no es por joder, en serio lo hace. Yo estoy dibujando o algo por el estilo en mi cuarto y entra. Y me pregunta “¿Vos qué putas miras?, ¿qué es esa mierda?”. Maje, y me rompe mis dibujos el muy serote. Ese bolo serote no hace ni verga, ni se está conmigo, ni trabajo tiene y cuando tiene uno lo mandan a la mierda por bolo. Ese serote es un fracasado, un maldito idiota, y el muy hijo de cien mil putas me dice que ¡yo soy una mierda! -. Danny no sabía que decir. Muchas veces considero su vida como una mierda al nunca haber conocido a su padre, y el hecho de que su madre se quedara sin hacer mayor cosa, pero el caso de Ronald era especial, ni mayor que el de él ni que el de ningún otro, simplemente diferente con resultados diferentes. – Vos Ronald, ¿vos jugas pelota? -. –Un poco, ¿por qué? -. –Porque va a haber un torneo en el barrio, y nos falta mara. Y no sé vos, pero yo quiero ganar esa cosa -. –No sé-. –Nos dan medallas y un trofeo-. –Aún no sé -. -¿Vos sabes quién es Marlon Castillo? -. –No-. –Es el serote que entrena al equipo campeón de futbol sala, y dicen por ahí que anda buscando mara-. – ¿Vos crees que yo…?-. –Ese es el plan, Ronald. ¿O no te querés ir a la mierda? -. –Metéme a esa mierda -.
Habían logrado ganar los partidos que se jugaban todos los viernes, y ese día era el de la final. Estaba fijado para las ocho de la noche. Ronald había sido la sorpresa del torneo, como goleador y creador. Por lo que Ronald no iba a dejar pasar esa oportunidad de poder llenarle la pupila al viejo de Don Marlon Castillo. Estaban sentados en las gradas, Danny sentado a la par de él, cuando Ronald le dijo –Hoy va a venir-. Danny le contesto con seguridad – Ahuevos que va a venir Don Marlon-. –No serote. Mi viejo. Hoy va a venir-. Danny se sorprendió, y entendió aún más la actitud de Ronald desde que tuvo el golpe. -¿Cómo sabes?-. –Me lo dijo. Cuando él dice algo es que lo va a hacer. Es de lo único positivo que tiene -. – ¿Cómo está la pierna? -. –Eso es lo de menos -.
Llegaron las ocho de la noche, la pequeña cancha polideportiva estaba llena, rodeada de una gran cantidad de personas. –Bueno pues mucha. Estos pisados son buenos, a los del Chicle los dejaron siete a dos, entonces vivos- dijo Catracho. – ¿Quiénes van? – preguntó Rotoplast. – Va Pepe en la portería, Catracho de defensa, Rotoplast por el otro lado. Arriba Chino y Byron de creador – dictaminó Danny, agregando – Si vamos muy pisados, hacemos los cambios -. El partido comenzó, terminando el medio tiempo dos a cero a favor del otro equipo. –Vos Danny, ya no aguanto, entra vos – dijo Catracho. –Vivo, a la mierda – contestó Danny. –Danny, quiero jugar – dijo Ronald bajando de las gradas, acercándose a Danny. Danny lo vio a los ojos –Vivo. Saca a Byron -. Se encontraban en la cancha, aún Pepe en la portería, Danny de defensa, Rotoplast por el otro lado, Chino arriba y Ronald como creador. Comenzó la segunda parte, pero antes Danny vio a las gradas, logrando distinguir al papá de Ronald. En los primero tres minutos en una jugada que comenzó Rotoplast, abrió la pelota hacia la derecha, ahí se encontraba Ronald, quien la filtro en el mismo lado hacía el Chino, metiendo el centro que finalizó en gol Danny que había subido. En una jugada posterior, Porfirio (grandulón, moreno, pelón, lampiño, y con una mandíbula prominente como gaveta entreabierta), se le barrió a Rotoplast, lesionándole el tobillo. En ese momento Danny le gritó a Juanito que entrara – ¡Entra serote! -. Con ese cambio también entró Luis en lugar del Chino, que ya se había cansado. De ese tiro libre que realizó Danny, llegó a los pies de Ronald, quitándose a tres personas y rematando. El tiro topó en el poste llegándole a Luis que culminó la jugada con un gol, celebrando como locos el empate. Vio a las gradas y ahí se encontraba María Fernanda. Ella le guiño el ojo y le lanzó un beso. Luis pensó lo sabrosa que es la vida.
Las cosas se encontraban dos a dos. Durante la celebración Danny le dijo a Juanito – Mira serote, cualquier pisado que venga le llegas con los mismo huevos con los que le llegaste a Ronald. Si pasa uno de esos mierdas y mete gol, juro que te busco después del partido, porque de encontrarte tengo -. Faltaban cinco minutos para el final. El otro equipo sacó el balón de la media cancha, lugar donde ambos equipos se disputaban el balón. En una de esas, el otro equipo, liderada la jugada por Piojo se fue por la banda izquierda, gritándole Danny a Juanito – ¡Con todo, Juan de mierda! -. Juan dejó por un momento ser quien era y volvió a ser aquel que horas atrás le había jodido la pierna a Ronald – Yo no soy ningún Juan de MIERDA, BOLA DE SEROTES -. Juan se barrió, quitándole el balón a Piojo, que de la caída topo con su brazo derecho el concreto, fracturándoselo. Además que su propio brazo no pudo detener por completo la caída, por lo que se agregó, por la inercia, su nariz en el impacto con la superficie, igualmente fracturándoselo. La jugada siguió. La tomó Danny, pasándosela a Luis. Luis se fue por la banda quitándose al defensa. La centró, llegándole a los pies a Ronald. Ronald intentó quitarse al portero, adelantando la pelota, pero fue votado por el portero que le tomó las piernas sin el balón, marcando de esta forma penal el árbitro, un cincuentón con una camisa negra con logo pirateado de reglamentado por FIFA, talla S en el cuerpo mantecoso de un XL, con sus medias rojas y pantaloneta negra. Ronald se levantó, ya no sentía la pierna, seguramente por la adrenalina de la jugada. Tomó el balón y les dijo – Yo lo hago -. No existió oposición, los demás sabían que era su momento. Llegó con Danny y le preguntó – ¿No has visto a mi viejo? -. – Ahí está ¿Y vos no has visto a Don Marlon? -. –A la mierda Don Marlon -. Llegó Luis y le dijo a Ronald pero con la intención de que todos escucharan – Es tu momento pisado, con todo. Mira que la Mafer ya me guiño el ojo y me lanzó un beso. Ya te imaginas si ganamos -. Ronald sonrió, vio a Juanito, lo llamó y le dijo – Bien Juan de… bien serote. Ahora déjamelo a mí. Vos ya cumpliste -.
Colocó Ronald el balón en el punto penal. La gente gritaba, y el portero baila como si realizara un ritual, con sus brazos extendidos al igual que sus piernas, de un lado a otro. Ronald inhaló profundamente, buscó entre la gente a su papá hasta encontrarlo. Lo observó seriamente por un momento. Después regresó su atención hacía la portería, exhaló, y por último bajo su mirada hacía el balón. Logró murmurar – A la mierda mi viejo -. El árbitro sonó su silbato. Detrás de él, Danny logró reconocer a Don Marlon, y pensó en su convicción de que estos tiros Ronald nunca los falla. Estuvo en lo correcto, efectivamente nunca los falla.