Laysa Palomo / Colaboración
Levanté mi mirada y vi pasar un avión muy cerca de nosotros: “People Express” pude leer. Habíamos esperado su llegada unas dos horas, habían cancelado el primer vuelo por lo que decidimos esperar el segundo. No teníamos idea de lo que íbamos a conocer, pero sabíamos que la palabra “migrantes” era algo que los etiquetaba en un grupo específico de personas. La Asociación de Apoyo Integral al Migrante (AIM), con su programa Bienvenido a Casa, ofrece varios servicios al retornado dentro de la Fuerza Aérea de Guatemala y en esta ocasión, nos había invitado a conocer de cerca lo que viven las personas al retornar a Guatemala.
Pude observar a lo lejos cómo bajaban los pasajeros de este avión con sus sueños arrancados.
Luego, uno a uno iban entrando a la sala de recepción en donde les daban ingreso y les entregaban sus pertenencias, que claro, no eran más que un cincho y en el mejor de los casos, una billetera. Una mujer les dio la bienvenida a Guatemala con una plática de “motivación” en donde por mi mente pasó todo el tiempo: ¿cómo esto puede ser parte de un programa de deportados? Les preguntaban si estaban felices y que debían de responder a las preguntas de sus familiares “Me fui, pero no me gustó Estados Unidos”. En varias ocasiones escuché al público aplaudir, pero ¿verdaderamente lo habrán hecho convencidos de lo que estaban escuchando? Con un último grito termina la plática motivacional:
“BIENVENIDOS A SU PAÍS, LA TIERRA DE LOS TRABAJADORES”.
Abrieron dos puertas grandes de vidrio y vi por primera vez el rostro de aquellos a los que llaman retornados. Hombres y mujeres, salieron desorientados de vuelta a “su vida”. Como parte de los servicios de AIM, se les brindaban dos teléfonos para llamar a Guatemala y a Estados Unidos para comunicarse con sus familiares.
-¿Alo? Mamá, estoy aca en Guate, me cachó la Migra. Sí, sí tranquila, estoy bien, perdí el dinero, pero ya que, hay te veo en unos días.
– Hi Rob, I’m at Guatemala. No, I’m not kidding, Migration found me on my way to work. I don’t know, I guess I’ll come back in a few weeks. Tell my wife I’m here. I’ll talk to you guys later.
Mientras hacían la cola para utilizar el teléfono, me acerque a una joven mujer. Auri me dijo que se llamaba y que vivía en Monterrico. “Me gasté Q30,000 para el guía y ya en Houston me encontraron. Íbamos unos 10 y nos salieron corriendo. Los demás se fueron, pero yo me caí y me alcanzaron. Pasé ocho días encerrada en enormes congeladores. Viera como nos trataban, habían hasta mamás con sus hijos pequeños allí”, pude observar que no sabía que hacer y que seguía muy asustada por todo el proceso.
Luego, tuve la oportunidad de hablar con Verónica: “yo ya no regreso. Pagué $3,500 y eso que solo fue la mitad. Iba para Nueva York para juntarme con una amiga. Me encontraron en la frontera de Houston y el guía nos dejó cuando vio a la Migra”.
La ropa de la mayoría en la sala de bienvenida, estaba desgastada, sus tenis no tenían cintas y sus suelas ya no daban más. Pero entre la cola de las llamadas a Guatemala, pude ver a alguien que no estaba mal vestido, muy presentable en comparación al resto. Así que me acerqué: “mucho gusto, me llamo David” y comenzó a contarme su historia. Él llevaba viviendo 5 años en Texas y lo atraparon yendo a dejar a las personas con quien trabajaba a sus casas. “Me paró la policía y no tengo licencia. Se dieron cuenta que era indocumentado y pues me regresaron. Nadie sabe que estoy aquí. Ojalá me contesten.” Cinco años pensé, todo lo que podés hacer en cinco años. “Ya mandé a traer mi camioneta, y en unos 15 días me regreso”. Esto último me lo dijo con una sonrisa de confianza, seguro del regreso a su hogar.
“No tengo nada en Guatemala, me tengo que regresar”. Johny nos interrumpió, también lo encontraron en Houston. Era alto y de ojos claros. No lo había notado, pero él tampoco estaba mal vestido. “Yo soy el único que queda aquí. Toda mi familia ya está allá y me van regresando dos veces”. Dos veces. Eso quiere decir que no le importa lo que ha pasado, él siente esa obligación de llegar a Estados Unidos para reunirse con sus papás y hermanos. –“Yo te puedo llevar, mi tío pasa gente”- y así entendí la sonrisa de seguridad que me había hecho David hace un momento.
“Estaba buscando un teléfono para llamar a Nueva York, me pidieron mis papeles y pues… aquí estoy”.
Houston, todos habían hablado de Houston. Al parecer, es común utilizar la ruta de Guatemala a Reynosa, México, para luego cruzar por McAllen, Texas. Según la Agencia de Aduanas y Protección Fronteriza de Estados Unidos, en el 2013 aprehendieron a 235 mil 567 personas, haciendo de esta frontera, la principal ruta de los inmigrantes a ese país. En el mes, habían realizado diferentes “levantes” como ellos los llamaban, para encontrar a migrantes latinoamericanos y sacarlos del país. Tan solo en Texas existen 2 mil 540 agentes de patrulla fronteriza, por lo que ahora entiendo lo difícil que ha de ser para un guatemalteco esconderse de esas rondas continuas que hacen.
A la mayoría los había llegado a recoger su familia, pues no tenían mucho tiempo de haberse ido al norte. Las personas los esperaban detrás de una puerta con barrotes y afuera en la calle, sin seguridad, ni condiciones “decentes” en comparación a como estamos acostumbrados a hacerlo en el aeropuerto. Casi todos se habían marchado ya del lugar cuando conocí a María Isabel. “Soy de Quiché, nos fuimos hace un mes con mi marido, pero tuvimos que separarnos en Reynosa. A los guías no les gustaban las mujeres y siempre le preguntaban a mi esposo que si se quería ir esa noche con ellos. Decidimos que teníamos que separarnos porque conocimos a dos parejas que llevaban dos meses en la bodega en donde estábamos por querer irse juntos y no aceptar irse en días diferentes”. Luego de escuchar su historia me puse en su lugar y pensé, si yo decidiera partir con mi novio sería para cruzar juntos y comenzar una vida juntos. ¿Qué les garantiza que van a volverán a verse bajo esas circunstancias?
“Él se fue esa noche y yo a los días. Íbamos ocho mujeres, nos atrasamos un poco y cuando nos despertamos nos dimos cuenta que el guía nos había dejado porque tenía que entregar la droga. Ninguna sabíamos que hacer y solas pasamos la frontera. Así ni hubiera pagado nada. Todas nos gritábamos y cuando llegamos a la ciudad con los grandes edificios me puse nerviosa y yo creo que por eso me vio la migra”. También la habían atrapado en Texas y ahora estaba esperando a hablar con su esposo que estaba en Maryland con su hermana, para saber qué hacer.
Según AIM, de lunes a viernes se recibe al menos un vuelo con 135 migrantes, en otras ocasiones son tres diarios y desde enero de este año, van aproximadamente 27,500 guatemaltecos que han sido deportados. Veintisiete mil quinientas personas que salieron del país porque las condiciones en las que viven no son las adecuadas para su desarrollo. Cualquiera podría pensar que con Q30,000 (que es lo que ahorran para pagarle al coyote), podría servir para comenzar un negocio, pero luego de entender un poco la situación, se comprende que las oportunidades justo para esas personas aquí son muy limitadas. Todos ellos se van con la convicción de querer salir de la pobreza y luchar por llevar una vida digna. Todos concordaron en que sabían del riesgo al que se enfrentaban cuando decidieron irse de “mojados”, pero varios me respondieron: “¿qué otra opción tengo?”.
Y entonces comparo la realidad a la que regresan, ofertas de empleo como electricistas o choferes de bus, ¿cuánto podrán realmente ganar con eso? ¿Cómo mantendrían a sus familias numerosas?
Existe muy poco apoyo para estas personas que regresan y debo confesar que de no ser por esta visita, no habría entendido mucho de lo que pasan. Programas como los de AIM aportan a su reinserción social, pero es triste conocer los pocos recursos que tienen para hacerlo. Ellos, al igual que La Casa del Migrante, funcionan básicamente por donaciones de personas o algunas empresas, por lo que su presupuesto no es muy grande. La invisibilización e indiferencia a los migrantes es grande y los jóvenes, aunque tenemos noción de lo que pasa con estas personas, no tenemos idea de la magnitud del problema. Hablémoslo y no se necesita fundar otra ONG para ayudar a todos estos guatemaltecos, apoyemos a los movimientos que ya existen y divulguemos su labor para que empresas se interesen en promover su responsabilidad social hacia ese eje.
No olvidemos que estas personas se fueron del país -no por ser delincuentes- sino por tener al igual que nosotros, un deseo de salir adelante. Lógico, no bajo los mejores términos ni de la forma más legal que existe, pero apoyarlos en su regreso a Guatemala es como brindarles un abrazo y decirles: “no pierdas la fe”.