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José Andrés Franco / Opinión /

Cuando se estudia la carrera de Ciencia Política en Guatemala, es común que, al no comprender el porqué de dicha disciplina, se busque compararla con otra carrera. Es así como suelen preguntarte si es algo relacionado con comunicación o derecho, por ejemplo. Otra situación es cuando piensan que la carrera está enfocada única y exclusivamente en hacer política partidista.

Sin embargo, nunca había escuchado un adjetivo como vago o leninista al referirse a la carrera que estoy estudiando. Es decir que, no todos conocen la carrera pero eso no es razón suficiente para motivar un prejuicio o insulto como ese.

Desde pequeños se nos enseña que no se debe dormir o comer enojado, pero mientras voy creciendo también me he dado cuenta que no se debe dar una opinión enojado, sobre todo cuando esta es enfrente de los medios de comunicación y eres el presidente de un país.

Y es que el enojo nos puede llegar a traicionar de dos maneras: hace que nos expresemos de una manera en la cual no pensamos lo que estamos diciendo y por tanto hacemos que se perciba una opinión distinta a la que queremos expresar; o podemos llegar a decir algo sobre un tema que estábamos ocultando por una u otra razón.

Parece ser que la segunda situación fue la que traicionó al señor presidente, mostrando el enojo que sentía hacia las constantes críticas a la implementación del salario mínimo diferenciado en cuatro municipios del país. Su reacción provocó que salieran de su boca insultos -hacia los politólogos específicamente-. Sin embargo, la opinión y percepción del presidente Maldonado no es exclusiva, es compartida por más de una persona en este país.

Es por eso que el catalogar a los analistas y politólogos como vagos o leninistas (por parte del Presidente Maldonado) simplemente es la percepción ignorante de muchas personas en este país, personas que no entienden o no quieren entender el porqué es necesaria la ciencia política en el país.

Los pocos estudios e investigaciones académicas que se realizan en el país, la forma tan ambigua de entender las instituciones públicas, el rechazo hacia la utilización de los mecanismos institucionales para la participación política, y el poco interés por conocer los derechos y libertades políticas que se establecieron legalmente en el país son algunas de las consecuencias del poco reconocimiento de la ciencia política en Guatemala.

La interacción de los actores y las instituciones dentro de una sociedad está dada por una parte, en la legitimidad expresada en el régimen político, y por otra, en la eficacia materializada en un programa de gobierno. Esta interacción y sus diferentes elementos se desarrollan dentro del sistema político. Los mecanismos y procesos institucionalizados que se establecen en un país están allí para desarrollar la interacción necesaria antes mencionada.

Por lo tanto, el establecimiento, cambio o reforma de las instituciones que conforman un Estado son parte de uno de los enfoques que se desarrollan dentro de la ciencia política. Pero, cuando se ignora el estudio de estos procesos dentro de un país como Guatemala, dificulta -en gran medida- los esfuerzos para plantear caminos que permitan resolver problemáticas importantes.

 Lastimosamente en este país los debates sobre temas políticos importantes tienden a volverse confrontaciones, porque en muchas ocasiones a las personas que se les brinda un espacio tanto en radio, televisión o prensa para opinar sobre estos temas, no son necesariamente los más preparados, ni utilizan un leguaje académico o al menos uno que busque respetar la opinión de los demás.

La utilización de un lenguaje que nos permita comprender las instituciones y su lógica dentro del Estado llevaría a expresar la información en torno a los hechos que pueden llegar a afectarlas, de una forma clara y poco confusa.

Sin embargo, cuando un periodista no sabe la diferencia entre Estado y Gobierno, o cuando los “análisis” en varios programas de televisión están conformados por discursos repetitivos que describen lo que ya se ha presentado más de una vez en el noticiero, son claros ejemplos del porqué el estudio de categorías básicas de la ciencia política son necesarias en Guatemala.

En la primera columna que escribí, ser políticamente raro en Guatemala, expliqué por qué la radicalización de una ideología o forma de pensar puede llegar a cerrar o aislarnos de cualquier otra forma de pensar, buscando atrincherarnos en un “bando” específico.

Es por esta razón que hablarle a una persona comunista para insultarla, por ejemplo, resulta tan poco racional, debido a que se sigue buscando etiquetar y crear prejuicios entorno a una persona, como si su forma de pensar estuviese poniendo en peligro mi vida (curiosamente, como si siguiésemos viviendo en la Guerra Fría).

Estos y otros problemas son producto del poco desarrollo que tiene el país, entorno a entender sus procesos e instituciones políticas.

Sin embargo, la desestimación y los insultos no nos llevarán a comprender la dimensión de los problemas que tenemos como sociedad para aceptar nuestra ciudadanía y entender que más allá de beneficios, el conocimiento serviría para contrarrestar las barreras creadas por la ignorancia y los prejuicios.

Así que más que ser un vago, leninista o cualquier otro apodo que se le ocurra al señor presidente, ser politólogo requiere de un conjunto de conocimientos tan importantes como los de otras ciencias sociales y naturales.

Porque la construcción de una democracia requiere de instituciones y procesos que respondan a las dinámicas en la sociedad, y por lo tanto, las opiniones que se emitan de una forma académica y ética entorno a las decisiones que se presentan en los gobiernos, se expresan para que estas ayuden a corregir o mejorar las decisiones que se toman y que pueden afectar a la población.

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