Gabriela Sosa/Corresponsal/ Opinión/
Mucho se ha dicho últimamente sobre la religión debido al rechazo hacia los matrimonios homosexuales. Escucho diferentes puntos a favor y en contra, uno diciendo que todos somos hijos de Dios y otros diciendo que es antinatural. Sin embargo, la pregunta que me surge no es la que todos buscan contestar: ¿Quién tiene razón? En su lugar me pregunto: ¿De dónde viene esa necesidad de creer en algo más poderoso que nosotros, en un dios?
No intento faltarle el respeto a las creencias de alguien, ni decirles en qué creer; pienso que cada quien tiene derecho a creer en absolutamente lo que se le dé la gana. Sin embargo, solo por curiosidad: ¿alguna vez se han preguntado por qué creemos? ¿Por qué la humanidad siempre trata de buscar uno o varios seres todopoderosos más fuertes que nosotros?
Tampoco pretendo presentarles un estudio exhaustivo, pero si algo he aprendido en mis cortos años de vida, es que todos, todos y cada uno de nosotros creemos en algo. Incluso la creencia en la selección natural y el Big Bang es una creencia -tal vez más comprobable que otras- en algo más poderoso y superior a nosotros, algo completamente fuera de nuestro control.
Y es que esa es la clave: creemos en algo fuera de nosotros para quitarnos un poco la responsabilidad.
Necesitamos creer en ese algo o alguien porque no queremos tanta carga, no queremos el peso del mundo en nuestros hombros. Nos gusta creer que incluso cuando ya somos adultos e independientes, hay alguien cuidándonos, encargándose de nuestros problemas. Por eso rezamos (o esperamos, soñamos) por situaciones específicas o por fuerza, valor, paz… Pedimos por cosas que necesitamos para nosotros mismos, pero que al ser difícil de encontrar, al conllevar trabajo y esfuerzo de nuestra parte, imploramos para quitarnos un poco ese peso, para que alguien mayor nos cuide y proteja como si aún fuéramos niños. De ahí las vitales figuras del padre y la madre en las diversas religiones a lo largo de los siglos.
Repito que no pretendo molestar a alguien, yo también fui criada para creer en un dios todopoderoso y hasta cierto punto aún creo en Él. Simplemente me parece curioso cómo jugamos a pelear entre creencias, insultando algunos a quienes creen en un dios, cuando usualmente estos se lamentan reclamándole al destino y viceversa. Incluso el llamarle “destino” parece ser una seria ofensa para aquellos que creen en un único Dios. Reclamarle a un dios –o varios- o reclamarle al mundo en sí, llamándolo injusto; es en realidad lo mismo.
No importa cómo le llamemos, todos creemos en algo similar, simplemente con un nombre diferente.
Las figuras, nombres, lugares e historias pueden variar, más todos buscamos algo más allá de nosotros para liberarnos un poco de nuestras acciones y darle sentido a lo que ocurre a nuestro alrededor. El problema es que también usamos esa creencia para justificarnos, usando las normas de cada religión para juzgar a otros: “es mandato de Dios, es lo natural”, he escuchado a muchos decir. Pero, ¿a cuál dios se refieren? ¿Quién decide que ese dios tiene más razón que otros, que una creencia es más válida que otras?
Puedo equivocarme, pero me parece que en un mundo con diversas pero a la vez similares creencias, la ley debería ser similar para todos, el respeto definitivamente debería ser igual hacia todos.
Todos somos distintos, con distintos estilos de vida, diferentes formas de pensar y creer (incluso dentro de una misma religión, cada quien la practica a su propia manera) y si una creencia o estilo de vida no daña a alguien más, ¿por qué no es permitido practicarla? ¿Y por qué es permitido darle prioridad a una sobre la otra?
Porque simple y sencillamente es más fácil hacer valer lo que pensamos, usando la excusa de “Dios lo quiere así” en vez de aceptar nuestro papel en el daño que podríamos causar a otros.
Si tratáramos de contestar la pregunta que todos se hacen: ¿quién tiene razón? La única respuesta aceptable es: todos. Por esa misma razón la ley debería darle lugar a todos.
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