José Coronado / Opinión /
Quien diría, un país que fue fundado por migrantes intentando escapar de las malas condiciones de vida, la opresión y la pobreza ahora cierra sus puertas a otros que se encuentran en esas mismas condiciones. Vemos los aviones regresar a Guatemala llenos de compatriotas y parece normal preguntarse: ¿qué cambió?
¿Será que nuestros vecinos de arriba han sufrido un caso colectivo de amnesia, que son unos apáticos descorazonados que no se apiadan de otros que pasan por lo mismo que ellos hace siglos?
Los estadounidenses son personas al igual que nosotros, no creo que las hormonas en su leche los hagan pensar tan distinto, y me gustaría pensar que no es porque los humanos seamos desalmados que tomamos esta clase de decisiones: debe haber otra razón. Después de todo, hasta hace 100 años las fronteras de dicho país se encontraban completamente abiertas; ese fue el año de la Gran Guerra. La migración, como es comprensible, se ve afectada por eventos como este, pero este hecho particular coincide de cierta manera con el surgimiento del clima de ideas cuyo fruto se hace aparente hasta el día de hoy.
Tendemos a tener la noción de que si se le pregunta al típico americano sus opiniones sobre los inmigrantes, nos hará una cara fea y responderá algo sobre cómo se roban sus trabajos y solo son buenos para parasitar de la sociedad. Quizá alguno se recuerde de algún conocido y se “ponga la mano en el corazón” pues sabe de los peligros por los que pasa un mojado persiguiendo su sueño. Vaya si no es triste la situación. ¡Me gustaría hacerles entender que las personas son riqueza, y que si un latinoamericano emigra lo hace para trabajar y ser productivo, nunca para ser una carga para la sociedad! Pero quizá eso sería un análisis muy pobre de la situación…
En algo tienen razón: la migración puede conllevar altos costos para el país que la recibe, y no estoy hablando ahora de los sueldos para los policías en la frontera. Los ciudadanos del estado moderno pagan impuestos -entre otras cosas- con la esperanza que el Estado los mantenga y los proteja en diversas situaciones, hablo ahora del verdadero enemigo del migrante: el “Estado de Bienestar”. Todas aquellas políticas que involucran al estado como un proveedor de servicios sociales y garantías materiales mínimas para sus ciudadanos.
De acá se deriva la inviabilidad económica de una política de fronteras abiertas.
Anterior a la Primera Guerra Mundial la persona que migraba a EE.UU. lo hacía bajo el entendido de que cuando llegase debía ser productivo, su supervivencia dependía de este hecho. Se embarcaba y enfrentaba a increíbles peligros para poder llegar a la tierra de los libres, y allí nadie lo volteaba a ver dos veces, sabían que “el nuevo” debía aportar algo de valor para la sociedad pues de lo contrario no duraría mucho. El país floreció bajo esta simple dinámica de responsabilidad individual. Las reglas del juego cambiaron, y ahora vemos una situación un tanto diferente. Es posible para un migrante llegar al país, aprovecharse de los beneficios sociales instituidos y hacer a otros pagar los costos por su visita.
Esta es la situación que describía el economista Milton Friedman, y la razón de porqué existe un incentivo para hacer de la migración un crimen. Bajo el “Estado de Bienestar” parece salir más barato tener migrantes ilegales. De esta manera se aprovechan de la mano de obra barata y no otorgan los beneficios de la legalidad. No es difícil ver como todos salimos perdiendo: los estadounidenses crean una barrera a la riqueza, dinamitan sus arcas y su seguridad jurídica; los latinoamericanos seguimos viajando y siendo deportados en un ciclo innecesario de sufrimiento con un alto costo moral para todos los involucrados, en especial las familias.
Le llaman solidaridad, lo disfrazan de conciencia social, pero valdría la pena pensar en cuales son los costos poco aparentes de estas buenas intenciones.