Edson Ademar Alvarado/ Colaboración/
La capacidad humana para soportar el sufrimiento y el abuso es impresionante, ¿pero en qué condiciones las personas pueden actuar para cambiarlo?
Razones para sentirnos indignados por las injusticias en nuestro país sobran. Desde que nos levantamos en la mañana para formar parte de un sistema de transporte arbitrario al estilo sálvese quien pueda, viendo en las calles a personas que no tienen que comer, rogando por algunas monedas a quienes conducen carros de lujo. Personas que ven temerosos y desconfiados a todos, revisando que su celular o billetera sigan en sus bolsillos. Vemos esa injusticia en la ineficacia del sector público en defender a quienes se encuentran en condiciones desiguales, en el alto costo de la vida y los sueldos que no alcanzan. En el fuerte que hace lo que quiere, y el débil que calla y espera en vano el apoyo de los demás. La pregunta es ¿cuáles son los mecanismos que ahogan el sentimiento de justicia, de reivindicación?
Barrington Moore en su libro “La injusticia, bases sociales de la obediencia y la rebelión”, intenta dar elementos que nos permitan entender la aceptación de la injusticia y la autoridad moral de quienes la ejercen. En primer momento diremos que existe un orden sobre el cual se organiza la sociedad, sea este impulsado y mantenido por el grupo dominante o mediante un contrato social, dígase la Constitución Política de la República en nuestro caso. Este orden es el que señala las reglas y límites que no se pueden sobrepasar. Puede que si de acuerdo a las reglas merecemos un castigo y lo recibimos, nos sentiremos aliviados al quitarnos ese peso de encima. Y ese castigo existe cuando se cuenta en primer momento con una autoridad basada en el miedo y la opresión, los cuales llegan a internalizarse y finalmente aceptarse en la persona, por lo que no es necesario mostrarse constantemente violento para que la autoridad sea obedecida.
Moore describe tres casos en los que las personas llegan a aceptar el sufrimiento y la injusticia.
El primero es el de los ascetas, quienes por propia elección se producen dolor físico. Rechazan responsabilidades sociales como lo son el matrimonio, la familia y la propiedad. Se preparan para infringirse dolor, renunciando al placer y la satisfacción. El ascetismo es un sustituto funcional de la rebelión, puesto que se acepta el sufrimiento como inevitable y se dirige hacia adentro la hostilidad que esto provoca.
El segundo caso es el de la casta “intocables”. En la India existen castas que determinan la profesión y modo de vida de quienes la integran. La casta se determina al nacer en una familia que pertenezca a una u otra casta, ya sea en la casta superior que es la de los brahmanes o sacerdotes, o en la inferior que es la de los intocables. Estos llevan a cabo tareas desagradables y duras sin necesidad de una fuerza material que losobligue, como sería la policía o el ejército. Las normas sociales han tenido tal arraigo que logran internalizarse en los intocables quienes aceptan la autoridad de las clases superiores, legitimando su situación de inferioridad y la obligación de cumplir su “deber” como miembros de esa casta.
El último caso que nos presenta Moore es el de los campos de concentración nazis. Si en los casos anteriores el sufrimiento se da por elección o nacimiento, a los prisioneros de los campos de concentración se les impuso de manera violenta y cruel. La degradación y destrucción del auto respeto facilitó la aceptación de la autoridad del ejército alemán. La limitación y el miedo se volvieron una costumbre dando lugar a una feroz competencia entre los mismos prisioneros por obtener los escasos recursos disponibles. Los prisioneros apolíticos de clase media que creían en la ley, consideraban un error su confinamiento en los campos, desarrollando lástima de sí mismos y perdiendo el ánimo para sobrevivir. Por otra parte, aquellos con fuertes convicciones ideológicas tuvieron una mayor capacidad para organizarse y sobrevivir.
Y es que el hecho de sufrir por propia voluntad, por creer que es nuestro destino, por la coerción y violencia o por cualquier otro caso, resulta en la aceptación de la autoridad moral de quien nos daña.
Pero hasta qué punto las personas llegan al límite de rebelarse contra las normas establecidas y a quienes las defienden y aplican. Rosa Parks, una costurera de Alabama, Estados Unidos, quien por obligación debía ceder su asiento a un hombre de piel blanca por ser ella afrodescendiente, se negó a hacerlo. Este hecho encendió la chispa de protestas contra la segregación racial y a favor de los derechos civiles para todos. Dichas protestas fueron dirigidas por un pastor que se convertiría en un símbolo nacional y mundial, Martin Luther King. Un abogado indio fue forzado de pasar del vagón de primera clase al de tercera por no tener la piel blanca. Ante este y otros actos indignantes llegaría a liderar varios movimientos contra la discriminación de su pueblo y a favor de la independencia de su país, que posteriormente lo consideraría su padre, Mahatma Ghandi. Recordemos que a pesar que existen varias figuras dentro de las reivindicaciones sociales, estos no actuaron solos sino que fueron las caras visibles de organizaciones y movimientos. Por ello debemos recordar que si bien se puede tener la iniciativa de actuar, solo la unión de esfuerzos y energías pueden hacerle frente a las situaciones injustas.
Moore señala que un elemento fundamental de estas organizaciones debe ser la autonomía moral, entendida como el proceso de desarrollo y construcción personal que permite realizar juicios basados en valores para actuar conforme a estos, ser coherente entre lo que se dice y se hace, asumiendo compromisos éticos, personales y sociales. Asimismo deben construir la fuerza moral, siendo esta la fuerza de voluntad para defender nuestra convicción, resistiendo a las presiones sociales y amenazas que nos obligan a obedecer órdenes injustas.
Quienes decidan hacerle frente al sistema injusto deben entender que el heroísmo es perseguido, más aún el que se basa en emociones momentáneas y no el guiado por ideas claras, conscientes y concretas. Deben tener claro que el propio sistema destruye la autoestima, cuya eliminación destruye el orgullo y el valor para actuar. Que las limitaciones materiales constituyen el incentivo que facilita a los sectores dominados someterse a los grupos altos a cambio de algún tipo de mejora en sus condiciones de vida y que la desigualdad destruye los lazos de solidaridad entre las personas. Las organizaciones y movimientos sociales que busquen mejorar las condiciones de vida de la sociedad y por ende se opongan a quienes protegen el status quo no deben suponer que por más justas que sean sus causas, la sociedad se les unirá espontánea y masivamente. Pero también deben estar conscientes que estos sentimientos de injusticia y opresión se encuentran acumulados en las personas, y que bajo las condiciones y tiempo adecuados pueden llegar a manifestarse.
Deben saber que el poder de los opresores no es ilimitado, que hay ciertas restricciones al poder más allá de las cuales no esperan obediencia. Y por ende la capacidad de soportar la injusticia por parte de la sociedad también tiene su límite. Los movimientos reivindicadores deben saber que los intentos por imponer nuevos principios para corregir la injusticia de los anteriores generarán disturbios y conflictos, pero si bien la capacidad de las personas para soportar la injusticia es basta, así debe ser su capacidad para mantenerse firmes y resistir los embates de los grupos que los han oprimido por generaciones.