Despierto diez minutos antes de que suene la alarma del celular. Intento volver a dormir. Despierto dos minutos antes. Me levanto, camino al cuarto de baño y me siento al inodoro de una vez. No hay razón para examinar mi cara de muerto al espejo.
He preferido dejar de usar acondicionador, son diez minutos de enjuague. También tomé otras precauciones. En la mañana tomo la quince avenida, el semáforo de la trece me toma cuatro minutos más. Además, para llegar a la oficina uso las gradas eléctricas, ya que el elevador hace una parada en el primero, el tercero y el cuarto nivel.
El jefe, como reconocimiento a mi puntualidad, me ha concedido el permiso de salir media hora antes. Aunque tuve que mentir sobre el lugar donde vivo, para poder alegar las tres horas de tráfico en hora pico, no me arrepiento. De regreso a casa procuro tomar el carril izquierdo. Las paradas obligatorias del derecho restan trece minutos y cambiarse de uno a otro atrasaría mi retorno en dieciséis.
Vuelvo por fin, el día ha acabado. Y fue un éxito ¡debo celebrar!
Esta vez obtuve dos minutos más: dos horas y diecisiete minutos para ver televisión.