Gabriela Maldonado/ Opinión
Ya me quité el maquillaje, ahora quiero quitarme la ropa.
Hace dos semanas más de 60 mujeres nos juntamos en San Cristóbal Las Casas respondiendo al llamado de la Colectiva LesBrujas para participar en el espacio “Tejiendo Rebeldías: Jornadas Lesbofeministas Anti-Racistas“.
De camino hacia Chiapas me comencé a poner nerviosa. Compartir un bus con 11 chicas y por más de diez horas era todo un reto para mí que nunca tuve muchas amigas. ¿Cómo iba a sobrevivir una semana con tantas otras mujeres y desconocidas? — la pregunta daba vueltas por mi cabeza mientras sentía la ansiedad aumentar dentro de mí.
Aunque al inicio si me sentí un poco fuera de lugar, a los dos días llegué a sentirme tan cómoda y tan a gusto compartiendo con las chicas que no quería que el tiempo juntas terminara al finalizar la semana. El espacio que compartimos siempre estuvo lleno de una energía cálida y de confianza, lo que hizo que me sintiera bienvenida y apreciada. Mis favoritos fueron los muchos momentos en que nos abrazamos, en parejas, grupitos y entre todas, para afirmar nuestras vidas y validar nuestros esfuerzos.
Todavía estoy procesando todo lo que recibí durante el encuentro. Lo que más resalta, por el momento, es la valentía de algunas mujeres durante la marcha de cierre en protesta al racismo. Estas mujeres se quitaron las camisas y escribieron sobre sus cuerpos mensajes señalando los tipos de violencia que sufrimos las mujeres, incluyendo el racismo, la gordofobia y el acoso callejero.
Quiero quitarme la ropa, despojarme de todo lo que esta sociedad ha impuesto sobre mí. Quiero quitarme el miedo, quitarme la vergüenza, quitarme la inseguridad. Estos trapos, descoloridos y ratosos, aprisionan mi cuerpo-verdad. Quiero quitarme la ropa, sin desabotonarla o bajar zippers — no hay tiempo para eso; quiero arrancarmela de encima.
Habiendo crecido en un hogar religioso, se me enseñó a cubrir mi cuerpo por pudor, es decir por vergüenza de la desnudez misma y de la sexualidad. Así aprendí que mi cuerpo era malo y mi sexualidad pecaminosa.
Beatriz Gimeno lo explica de esta manera, “Las mujeres no podemos enseñar los pezones porque están sexualizados y las mujeres no tenemos sexualidad, o no debemos tenerla, o no debe notarse; porque nuestro cuerpo es un objeto que no es para sí mismo (para sí misma) sino para otros” (fuente).
Lo incómodo que se sienten la mayoría de personas con los cuerpos desnudos — es decir, los cuerpos que no son exhibidos para el consumo de la vista varonil — es muestra de la hipocresía de nuestra sociedad y de lo penetrante que es la ideología judeo-cristiana del puritarianismo.
Al ver un cuerpo femenino semidesnudo rápidamente se le tilda de vulgar y a la mujer de “puta”.
Quiero quitarme la ropa porque está manchada de tu maldita hipocresía, tus mentiras elegantes, tu culpa y tu vergüenza. No lo quiero; no es mío. ¡Aléjate de mí y aleja tu control!
Esta ropa no la escogí yo; me la pusiste tú. Me cubren tus miradas reprobadoras, tus prejuicios y tus expectativas de cómo vivir de manera “correcta”. Esta ropa te sirve para controlarme, para asegurar que no me salga del espacio que has designado como el “apropiado” para mí, para que tu mente cerrada pueda entenderme, para estereotiparme como mujer, como ladina, como clasemediera, como hetero. No te importa la complejidad de mi experiencia personal, los colores y estilos que me gustan, ni la manera en que me defino.
De la misma forma en que el Subcomandante Marcos describe a la lucha de los Zapatistas “Para que nos vieran, nos tapamos el rostro; para que nos nombraran, nos negamos el nombre “, nosotras desnudamos nuestros cuerpos para que nos dejen de ver como objetos sexuales a su disposición machista. Nuestros cuerpos — nuestra desnudez — ¡no son pornográficos!
Pero nuestros cuerpos si han sido abusados, explotados y violados, usados para el fin inmediato de satisfacer a hombres y a largo plazo para la acumulación de riquezas y poder de parte de los agresores. Por eso buscamos reivindicar nuestros cuerpos como armas políticas y como instrumentos de placer propios. No es que todas las mujeres deban desnudarse y no se trata solo en un sentido físico, pero sí que todas sepan que pueden hacerlo cuando se les de la gana.
Como cantamos durante la marcha “Mi cuerpo es mío, yo decido, tengo autonomía, yo soy mía!”
Quiero quitarme la ropa, caminar desnuda y así enfrentar al mundo: con ligereza, sintiendo el viento erizando mis pezones, sin que hayan barreras entre mis amores y yo; que me vean como soy, piel morena, pelos en la cara, uñas limadas, pechos firmes y pequeños, estomago aguado… Quiero vestirme de amor propio, de confianza, de valor. Quiero que el calor de otras cuerpos me arrope; quiero verme reflejada en sus ojos y validada por su lucha.
Crédito Fotografías: Ina Riaskov/Rotmi Enciso/Producciones y Milagros Agrupación Feminista A. C.