deforestado

Gabriela Carrera/ Opinión/

Salimos al a calle, respiramos el aire de la mañana, vemos lo brillante del sol, sentimos el viento de los árboles, escuchamos un pajarito cantar, y nuestra vida sigue. No reparamos en el contexto ambiental, aquel que no permite la vida, y nos preocupamos por otras cuestiones que creemos más importantes. Discutimos de política, hacemos análisis económico, macro o micro, decimos que tal proceso legal está viciado, pero del ambiente solo sabemos que hay que plantar árboles y no tirar basura en la calle. El problema es que es mucho más grave que eso, yo me pregunto ¿cuál es el riesgo climático y ambiental en Guatemala, el verdadero, sin exagerar?

Hace alrededor de un año escuché a alguien del Instituto de Ambiente y Recursos Naturales –IARNA- hablar de esto, pero debo decir que no entendí mucho de lo que se mostró en las gráficas, en los mapas, en los indicadores técnicos. Ahora he tenido otro chance, he leído sobre los riesgos que en pocas decenas de años estaremos enfrentando como región, y mi primera impresión fue de temor.

El escenario es casi apocalíptico, por lo menos pareciera de cambios profundos.

Por un lado hay un riesgo inminente. El sistema económico del mundo –en concreto los responsables de hacer todo aquellos que permite producir lo que consumimos y que busca tener la mayor ganancia sobre nuestro consumo- ha hecho desmadres en el mundo. Ha contaminado, se ha comido bosques enteros y desperdiciado miles de ríos. Aunque como región tenemos responsabilidad en esto (sobre el uso de los recursos de manera irresponsable y hemos dejado que otros, extranjeros, lo hagan también, no tenemos orden urbano), los efectos internacionales nos caen enteros: somos un “punto caliente” y aunque dé para pensar libidinosamente, es más grave. Somos una de las áreas más vulnerables del mundo: nos vamos a achicharronar o bien, nos hundiremos en los diluvios. Hay que prepararse para un calor pandemónico y unas lluvias de Noé.

Y esto afecta  todo, todo cambia. Por ejemplo: las cosechas tienen un tiempo de sol y un tiempo de lluvia, pero si calienta de más, se seca la semilla y si llueve de más se pudre; la agricultura como la conocemos como hoy, está en peligro. Eso quiere decir que nuestra seguridad alimentaria está en riesgo, estamos en peligro de no tener que comer, de tener hambrunas masivas. No solo eso, el cambio trae consigo otros muchos desastres naturales, impredecibles por el momento.

Guatemala y la región centroamericana, están en un riesgo inminente. Los Estados de estos países deben ser conscientes de que en 40 años, 50 años, los cambios y los efectos de malas relaciones con el medio ambiente se harán sentir. El riesgo conlleva dos grandes retos. Por un lado el de tratar de mitigar lo avanzado de la situación: proteger áreas y pulmones del país y del mundo; resguardar la biodiversidad, que mantiene el equilibrio de cientos de ecosistemas en los países vecinos y el nuestro; cuidar el agua.

Esto pasa por regular la manera en cómo hacemos uso de los recursos naturales, sobre todo cómo las grandes empresas y transnacionales hacen negocio con nuestra vida, y nuestro futuro es cada vez más cercano. Pero hay otro reto y es de cómo pensamos la adaptación. El cambio viene con todo y poco o nada estamos creando en cuanto a conocimiento y estrategia de adaptación como Estado y como sociedad, ¿cómo cultivar en temperaturas más calientes, cómo con más lluvia? ¿Qué animales y seres vivos es necesario cuidar para proteger nuestra sobrevivencia?

¿Esperaremos que el sol caliente demasiado para reaccionar y lamentarnos?

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