Oscar Miranda / Colaboración /
Siempre escuché historias sobre el terremoto del setenta y seis, pero en realidad nunca pensé que nos fuera a tocar de nuevo y mucho menos que un día San Marcos fuera a ser fuertemente afectado por uno.
Cuando el reloj marcaba más o menos las diez y media de la mañana del 07 de noviembre de 2012, se escuchó un ruido y todo empezó a temblar. Mis amigos cuentan que las cosas iniciaron a caerse y moverse de lugar. Yo no me encontraba en San Marcos, estaba de viaje, así que no puedo decir cómo fue pero estoy seguro que esos segundos de terror no se borrarán de la mente de nadie que los vivió.
Regresé a San Marcos al día siguiente de esta tragedia con la esperanza de no encontrar todo el desastre del que hablaban los medios de comunicación; pero para mi mala suerte todo ese desastre sí había ocurrido. Llegué a San Pedro Sacatepéquez y encontré las primeras casas derrumbadas. No quería ver nada más, aunque eso era inevitable. A todos los lugares donde dirigía la mirada encontraba escombros. Llegué a mi casa y abracé a mis familiares con tanta fuerza que parecía que no los había visto en años.
Creo que era mi manera de agradecer que estuvieran vivos.
Horas después decidí ir a ver cómo había quedado la casa de mi abuela que también se había caído. En el recorrido de veinte cuadras que separan mi casa a la de mi abuela, encontré por lo menos diez casas desplomadas y a sus dueños barriendo los escombros… y sus sueños. También descubrí personas peleando por agua lo que, siendo sincero, nunca imaginé pasaría en San Marcos. Al ver esto mi pecho también fue sacudido por un temblor que partió mi corazón y el agua que no tenía la ciudad empezó a correr por mis ojos, pues encontré las heridas que había dejado el sismo.
San Marcos, su gente y sus calles no eran lo que conocía. En el ambiente estaban presentes la tristeza, el miedo y la desesperación.
San Marcos era un niño herido con una cicatriz en el rostro.
Al llegar a la casa de mi abuela – por cierto fue en esa casa donde viví por primera vez, y la encuentro deshecha, la poca valentía que me quedaba también se desplomó. Un vecino intentó consolarme diciendo: “Lo bueno es que todos están bien, las cosas materiales se recuperan.” Ese comentario me devolvió a la vida y recordé las palabras de mi gran amiga Oly: “Hay mucho que hacer pero gracias a Dios estamos vivos para hacerlo.”
A pesar que el miedo y las lágrimas siguen presentes, estoy seguro que en menos de lo pensado SAN MARCOS SE VA A LEVANTAR.
Fotografía: www.diariodecaracas.com