Roberto Nájera/
Y ahí estaba yo, un hombre tan común y tan corriente que solo había heredado el nombre de mi padre y el apellido de mi abuelo. Parecía que este mundo no necesitara más héroes, que debía seguir el orden de la vida, nacer, crecer, intentar vivir y posteriormente morir, únicamente mi misión sería perpetuar el apellido de mi familia para que en el registro del pueblo tuviera evidencia que existimos. Pero la vida con sus vueltas y disparates me tenía una gran sorpresa pues sería testigo de una guerra más por estas tierras.
En esos años era conocido como Sargento de Brigada, mi hermano pequeño estaba en la escuela estudiando leyes, solo lo veía dos o tres veces por año, pues ya estaba radicado en un destacamento lejos de todo, siempre las mismas charlas, en cada comida, el ejército era el que tenía el poder mientras que él decía que la verdadera fuerza estaba en el pueblo, siempre discutiendo, mi padre reía. Una tarde, en esas charlas, me llegó la solicitud para el servicio pues la guerra había empezado.
Sigue la guerra ya son casi diez años y estos tontos no se dan por vencidos, qué les pasa no entiendo, he visto tanta sangre correr que no puedo creerlo, sueño cada día con muertos, duermo poco, no he hablado con mi familia y la verdad no sé qué está haciendo el idiota de mi hermano. Espero que no sea de esos pendejos que están contra nosotros, pero seguro mi madre lo tendrá en la casa, mientras yo aquí librando a mi tierra de los enemigos.
Me convertí en coronel, esta guerra me está matando, el idiota de mi hermano se metió en problemas y lo apresaron en la capital, quiero terminar con la guerra, ¡vaya bruto! En lugar de venirse a comer lodo como yo en las trincheras, quiere hacerlo con cartelitos y tonterías, en lugar de ayudar a mi madre que ya está vieja. Esta es la última vez que lo ayudo.
Ya soy teniente, la guerra está sentando bien.
¡Qué da que algunos mueran! Igual, de algo deben morirse, al final nadie es eterno en la vida. Mañana salgo a patrullar las zonas altas, por primera vez en muchos años, iré al frente pues ya no soy soldado raso, solo debo mandar y someter a las personas.
Pero no todo es alegría, ese día, exactamente mi primer día en las líneas, me arrepentí al llegar a un poblado, no podía creerlo, eran pequeñas casas hechas de caña y paja, en su interior no había nada, muchas de ellas ardían y de ellas sólo salían gritos, la tierra estaba rojiza, llena de sangre, los soldados gritaban y festejaban mientras torturaban a los prisioneros, violaban a las mujeres y destruían sus casas. ¿Qué está pasando? No lo entendía, un nudo se hizo en mi garganta, cada vez más apretado.
Mientras miraba la destrucción, mientras regábamos con sangre los cultivos, matábamos personas, destruíamos vida y marcábamos generaciones. Todo por un grupo de generales que deseaban el poder, que querían ser los gobernantes, únicamente por poder. Qué nos ha dejado esta guerra, me pregunto, muerte destrucción, pena y angustia.
Pasaron los días, mi madre me llamó, mi hermano había desaparecido. Parece que lo habían secuestrado, usé todo mi poder como teniente general. Un puñado de hombres. Fui a rescatar a mi hermano a un pueblo en las montañas arrasé por completo con él. No me importó nada, quemé las casas, maté a las mujeres a los niños. Destruí todo a mi paso, no encontré nada apenas un puñado de armas viejas que usaron para defenderse. De nuevo me equivoqué, me convertí en el monstruo que odiaba. Mi hermano nunca más apareció.
La guerra, que duró treinta y seis años, dejó doscientos cincuenta mil muertos. Qué tontería, gente inocente muriendo, destrucción y soledad lo único que dejó esta guerra, por el simple hecho de un desacuerdo sobre quién gobernaría este país. Pero la guerra continuó, no en un campo de batalla ahora con letras, conocimientos, con valentía y gallardía para reparar todo el daño hecho. Sé perfectamente que aún existen malas personas pero las buenas, o bueno, aquellas que hemos intentado cambiar, persistimos. Ahora sé que mi hermano estaba en lo correcto y que el pueblo tiene el poder del cambio, sé que él no murió en vano, sé que debo honrar su memoria y ahora lucharé para que en mi país, todo suceda correctamente. Ya no seré un militar ahora seré un periodista y a través de mis palabras cambiaré a mi país. Diré cada injusticia que encuentre.
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