Estaba muy nerviosa, o quizá asustada, no sé exactamente. Llamé a mi mejor amigo, ese amigo que me ha visto llorar de felicidad y de alegría, buscando apoyo y fuerza. Solo tenía que bajar las gradas, entrar a la recepción y pedir una consulta. Era algo tan simple. Caminas a la universidad todos los días, subís las gradas en tu casa…pero ese día incluso caminar parecía más una hazaña que una acción que haces rutinariamente.
Finalmente, tuve uno de esos momentos de fuerza interna, entré y le indiqué a la señorita de la recepción que deseaba calendarizar una cita con el psicólogo. Completé el formulario un tanto intranquila, preocupada por lo que fueran a pensar. Pasaron los días y por distintas circunstancias, la consulta no se pudo realizar. Luego de ese intento fallido por ir a terapia, transcurrieron dos años. Más de 700 días para tomar nuevamente la decisión de ir a consulta psicológica.
De nuevo, pedí ayuda. En ese momento ir al psicólogo parecía un reto mayor. Tenía miedo…miedo de confrontarme a mí misma, miedo al dolor que pudiera provocar abrirme ante una persona; tenía miedo de ser yo. Cada paso que di desde el parqueo hasta la clínica fue un desafío. De no haber estado acompañada no lo habría hecho. Logré, por fin, hacer mi cita con la psicóloga. Si, lo logré. Conseguí dar el primer paso. Acepte que no podía sola, acepte que, como dice la frase, “a terapia no van los locos, sino quienes tienen la madurez de hacerse cargo de sus emociones”.
El siguiente reto para mí fue compartir mi decisión de ir a terapia. Me avergonzaba. Sí, a estas alturas de la vida y de los tiempos me ruborizaba admitir que iría con un especialista. De nuevo, le temía a las preguntas incómodas, a los comentarios sinceros y a las expresiones de sorpresa o desagrado. Por fin llegó el día. Me sentía inquieta, intimidada. Ese día no encontré compañía. Fui sola, entre sola y así me presenté con la recepcionista. Me sentía observada, juzgada. ¿Por qué estaba ahí? ¿Eran mis “conflictos internos” lo suficientemente grandes como para buscar ayuda de un experto? ¿Valdría la pena? ¿Ir a terapia me ayudaría a mejorar como persona?
Y así, luego de muchos líos, cuestionamientos y miedos…ahí estaba. Sentada en un pequeño sillón café. Dispuesta a hablar, dispuesta a ser escudriñada, dispuesta a conocerme y toparme con maravillas y desastres. Más que hablar de la psicología como un tabú, busco referirme a ella como un desafío personal para cada uno de nosotros. Llevo ya 4 sesiones y conforme vamos adentrándonos junto con la terapeuta en mi historia y circunstancias, la situación se torna poco a poco más compleja. No es fácil enfrentar el origen de lo que te mueve, te alegra y entristece. Es una lucha constante entre huir y seguir viviendo de la misma manera o quedarse y estar dispuesto a crecer.
Regalémonos a nosotros mismos la oportunidad de conocernos, aceptarnos y amarnos. Tomemos el tiempo, aunque sea solo por curiosidad, de ir con un psicólogo porque puede ser, solo puede ser, que ese sea el inicio de una nueva etapa.