Carta 4 1

Karla Herrera / Colaboración / 

19 años han transcurrido desde el cese oficial de un conflicto interno que flageló las raíces más profundas de Guatemala, cuya cicatriz sigue abierta, a pesar de los múltiples intentos por ocultarla.

 Al hablar de la guerra y de los crímenes cometidos siempre salen a relucir las matanzas, secuestros, atentados, entre otros delitos que hirieron profundamente a la población. Pero la violencia sexual nunca había sido considerada como una estrategia de guerra o como una falta que necesitara sanción. El caso Sepur Zarco es un ejemplo de lucha y valentía femenina, que a pesar de sufrir de represión y esclavitud, hoy, 30 años después, continúan exigiendo justicia; siguen testificando, asistiendo a todas las audiencias y presentándose sin importar que tan duro sea rememorar ese episodio tan oscuro de sus vidas.

Como mujer, no puedo sentir nada más que indignación y rabia por lo ocurrido y por la tardanza del juicio, pero además, nacen sentimientos de esperanza y hambre de justicia para que paren tantos actos de abuso sexual a los que no se les presta atención, que ocurren día a día y poco a poco se convierten en una cínica rutina.

Estas mujeres, pese a que poseen una cosmovisión diferente de descendencia q’qechi’, tienen una herramienta poderosa; su testimonio, a través de él, cualquier mujer puede sentirse identificada, porque el cuerpo es la propiedad más importante que se tiene y al ser ultrajado deja una marca difícil de superar. Además, ese testimonio es la luz del camino de la justicia que es un reparo mínimo comparado a todo el dolor que pasaron durante el tiempo que estuvieron recluidas.

Es deber de la juventud de hoy no olvidar estos crímenes perpetuados en la historia, trabajar para que no se vuelvan a cometer e infundir un mensaje de respeto a la mujer, que sigue construyendo su camino hacia la igualdad.

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