No es ningún secreto que la formación médica es agotadora: largas horas, poco sueño, jerarquías rígidas, y la disciplina que conlleva el estudio en sí. Por ello, es desafortunado pero no sorprendente que esta sea la carrera en la que casi un cuarto de los estudiantes experimentan síntomas de depresión y uno de cada diez experimenta pensamientos suicidas (Journal of the American Medical Association, 2015). Pero, ¿es peor para las mujeres que para los hombres?

En realidad, podría sorprender a muchos que el género es un problema que aún afecta a aquellos que se están capacitando para una carrera como médico. Después de todo, hay más mujeres en medicina y en ciertas áreas de la práctica han dominado las mujeres. Sin embargo, las actitudes de género pueden influir en casi todos los aspectos de la educación médica.

Un tema recurrente sobre las experiencias de las estudiantes en formación es la conducta estereotipada que presentan los pacientes, profesores y hasta compañeros. Desde ser confundida con un miembro del personal no médico: “pensé que usted era la enfermera” hasta el rechazo que presentan ciertas personas al ser atendidos por una mujer: “¿será que me podría atender un hombre por favor?”

Una de las formas más concretas en que las percepciones de las diferencias de género pueden manifestarse en el mundo de los estudiantes es en la decisión de las especialidades que los alumnos escogen. Por ejemplo, existen más hombres en especialidades como cirugía y medicina interna, mientras que las mujeres dominan áreas de pediatría y ginecología, siendo usualmente las de menor paga.

Otro de los problemas más alarmantes es la violencia que viven las estudiantes. En el libro “Agresiones e intimidaciones en la formación y práctica médica: datos y testimonios en la voz de estudiantes” de Eduardo Sacayón se destaca que existen varios casos de discriminación, de violencia psicológica y de violencia física (profesores hacia estudiantes, estudiantes hacia profesores, estudiantes hacia estudiantes). Demostrándonos que en efecto vivimos en un país donde de alguna manera, la sociedad en su conjunto ha aprendido las normas de la intolerancia.

En esta obra se recopilan experiencias de varias estudiantes: un profesor obligaba a las estudiantes a bajarse los pantalones hasta la mitad de las piernas para exponer los glúteos y enseñar a los demás a inyectar intramuscularmente; otro profesor universitario que efectuaba insinuaciones sexuales por teléfono a estudiantes coaccionándolas con notas académicas, pero la estudiante que lo denunció, desistió de su demanda por lo complicado del proceso y porque recibió amenazas adicionales. ¿El factor común? Todos estos testimonios son de mujeres,  en la mayoría de casos, no hubo justicia, puesto que por ser estudiantes “se debe de aguantar y hacer el sacrificio.”

La experiencia de las estudiantes de medicina durante el curso de su formación es variada. Las formas antiguas de pensar sobre los roles de género, la indolencia y pasividad del estudiantado ante las injusticias de género y la indiferencia institucional,  pueden determinar que se viva el proceso de aprendizaje como algo perjudicial, lo cual puede tener altos costos que limitan la formación en salud.

 

Ma. Fernanda Herrera Aguilar

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