Ana-Raquel-Febrero

Ana Raquel Aquino / Opinión /

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“La educación y la libertad son la razón para luchar. No hay libertad sin conocimiento.

No hay paz sin libertad. ¡Paz y libertad van unidas!” -Arna Mer-Khamis

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Los diputados también regresaron de vacaciones y mientras el ciudadano común espera en largas colas debido al tránsito de principio de año, en el Salón del Pueblo del Congreso -allí donde está pintado el mural conmemorativo a la Revolución de 1944- el diputado Marvin Osorio Vásquez del partido Líder (antes del naranja) hace pública su intención de impulsar una ley que obligue la lectura y enseñanza de la Biblia a nivel primario, básico y diversificado tanto en las escuelas públicas como privadas así como por cooperativas. El chiste se debiese contar solo pero debido a las múltiples reacciones en los medios, los escalofríos imperan en vez de aumentar la tranquilidad y poder -al fin- afirmar que hemos progresado en opinión y en discusión de las aberraciones que cada día se cometen en nuestro Congreso.

Nuestra legislación está basada en varios principios fundamentales democráticos como lo es la separación iglesia y Estado.

El diputado Osorio debe saber que no es posible la aplicación de su proyecto de ley sin alterar la Constitución puesto que ésta promueve un Estado laico (aunque en ningún lugar de la misma se menciona la palabra laicismo).

Por otro lado, los derechos universales[1] nos expresan que toda persona tiene libertad de pensamiento, conciencia y de religión. La Declaración Universal de Derechos Humanos hace hincapié en que la libertad de religión incluye manifestarla ya sea individualmente como en lo colectivo, tanto en público como en privado, la libertad de poder enseñarla, practicarla y de realizar cultos.

Más allá de cualquier Declaración Universal o Pacto Político internacional, más allá de la Constitución o de cualquier ley ordinaria donde pueda indicar: la libertad de creencia o religión (ninguna ley nacional menciona el derecho de conciencia o a “no creer”); más allá del derecho a la educación -sin discriminación alguna- de la mano de una enseñanza laica basada en derechos humanos; más allá de la libertad de cátedra y de criterio docente, la enseñanza religiosa optativa en establecimientos oficiales, la promoción de la ciencia y tecnología como bases fundamentales del desarrollo nacional; más allá de las intenciones -a simple vista- del diputado Osorio y los jefes de algunas iglesias evangélicas se encuentra el trasfondo del asunto. No hay que pecar de ingenuos, mucho menos de ignorantes.

La movida de este “representante del pueblo” al querer tergiversar y reformar a su beneficio (y el de un par más) las leyes guatemaltecas no dará sus frutos. Ya sea por  presión o porque el Congreso no apruebe la güisachada jurídica que quiere lograr. Dudo que la iniciativa de ley sea aprobada pero Guatemala ya mordió la manzana, y el veneno corre ya en nuestras venas. Surtirá su efecto en las próximas elecciones. Bien lo dijo Juan Carlos Lemus: Así como hay cortinas de humo para distraer al pueblo, hay velos de fantasía provocadores de sueños. La cortina de humo provoca una asfixia mayor a la que se oculta, en tanto que el velo de fantasía pone babydoll a una monstruosidad.” Es lo que comúnmente se denomina como la “jaladera de votos”; las falacias religiosas son una carta ganadora si se utilizan con perspicacia (y vaya si no tenemos gente pilas en todos lados que le juegan la vuelta a la ley). Algo así como el As o el Rey de Espadas, una vez bajo la manga el diputado sonríe maliciosamente; fuera de ella se regocija frente a su victoria.

Es muy raro perder si se tiene del mismo lado al verdadero -cualquiera que sea- prometedor de la vida eterna, el paraíso y la salvación.

Escuché un sinfín de opiniones al respecto, increíble como la confusión de un color primario tiene tal alcance mediático, casi igual que este tema. Al punto que no sé qué asustaba más: si los comentarios o la noticia en sí. Los comentarios van desde que la Biblia era necesaria para acabar con la violencia y delincuencia en el país, hasta que el mismísimo Jesús estaría contento si se leyera la Biblia todos los días. Lejos de analizar si se debería o no leer las sagradas escrituras de no sé qué religión o de la interpretación que les deberíamos dar, si en caso se leyeran; lejos de analizar cómo se pudiese reformar la Constitución, propongo varias ideas que pueden encabezar conversaciones cotidianas distintas, temas de focalización en sus círculos inmediatos que pongan el tema en la mesa con esperanza de buenas respuestas, que nos ayuden a alcanzar más productividad ciudadana o soluciones casi milagrosas a nuestros problemas societarios:

  1. Los diputados son los representantes del pueblo. Nos encanta llenarnos la boca diciendo que el poder lo tenemos nosotros, la famosa soberanía  y el aclamado artículo 141 de la Constitución. Pero ojo, tiene truco, el poder lo tenemos en conjunto, como pueblo. Resulta que como pueblo estamos divididos por infinitas razones: historia, ideologías, creencias, procedencia, clases sociales, zonas. ¿Cree usted realmente tener el poder sobre las decisiones del gobierno? ¿Se siente representado? ¿Quién habla por usted y su familia en el Congreso?
  2. Dejar de perder el tiempo. Cada segundo que pasa aumentan las cifras de mortalidad por causas totalmente controlables. Los políticos nos dan atol con el dedo y cada quien juega a sus intereses. Trate de verlo con algún tema de su interés (tal vez un negocio) a ver si no le afectan las políticas que ellos aprueban. El reloj ni la rotación terrestre se detienen, las políticas deben ser integrales, verse como un todo. Hace falta legislar tanto y hace más falta aún hacer que las leyes actuales funcionen en la práctica. Letra muerta es gente muerta. Las leyes las hacen personas así como las instituciones; la burocracia no tiene vida propia. Este diputado y cualquier otro político propondrá literalmente lo que sea -esto incluye el cielo en la Tierra- por su candidatura; no se engañe, no es que realmente le interese la Biblia y sus enseñanzas, le interesa su voto que obtendrá gracias a su formación como creyente o feligrés.
  3. Leer la Biblia no garantiza nada. La religión o las creencias no son un requisito sine qua non para ser buena persona. El debate sobre si existe moral sin dios es casi siempre motivo de alegatos emocionales. Sin embargo, creo plausible el hecho de que las sociedades más evolucionadas son las que han dejado a un lado la religión y han apostado por la educación laica, la promoción de la ciencia y la separación iglesia y Estado. Leer la Biblia no es la fuente máxima y única de sabiduría. Tal como dice Sócrates: “¿Es algo bueno porque Dios dice que es bueno, o Dios dice que algo es bueno porque ya es bueno en sí mismo?”. Recomiendo “sin dios no hay moral” de Óscar Pineda para profundizar.

Hablar de la ley para la lectura bíblica obligatoria -ya sea que estemos en contra o a favor- solo provoca publicidad al diputado, a su partido y, por ende, a su máximo dirigente. No se olvide que existe una brecha enoooorme entre vivir en la capital y el interior del país. Existe un abismo entre levantarse e ir a la cocina por el cereal matutino y no tener absolutamente nada qué comer. Hay entre nosotros, guatemaltecos, realidades tan distintas y distantes que el mínimo común denominador de todos no debería de ser la Biblia, el Corán o la Ouija. En cambio: las ciencias, la filosofía, la literatura. Además, todos deberíamos de tener la opción de decidir si queremos visitar algún museo o ir a la iglesia.

El conocimiento debería ser nuestro cimiento colectivo y, como ciudadanos, la base de nuestra sociedad:

la búsqueda incesante del Bien Común.


[1] Declaración Universal de los Derechos Humanos: http://www.un.org/es/documents/udhr/

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