Antonio Flores / Opinión /
Escribir sobre medicina ha resultado sumamente interesante, no pensé que hablar sobre la otra cara de la moneda le resultara incomodo a muchas personas; parece que estamos más acostumbrados a criticar, burlarnos y pretender que no pasa nada. Nuestros hospitales públicos se caen a pedazos, se sostienen solo de la buena voluntad de sus trabajadores, estudiantes y médicos como lo he dicho hasta el cansancio; pero detrás de las puertas, no solo está la realidad que ignoramos, está también algo que se calla por tabú, miedo o machismo: el acoso hospitalario. Si las paredes de los hospitales hablaran creo que no se callarían nunca, son mudos testigos de lo que pasa a diario, del dolor, de las penas y carencias, de los secretos y lo que sufren las mujeres en los nosocomios.
Me he dedicado a revindicar un poco la labor de los bata blanca, de su heroísmo y amor por el prójimo, de sus virtudes y el ingenio con el que afrontan las carencias, pero no sería justo si en algún momento no hago hincapié en que son humamos, que nos equivocamos, que somos fanfarrones o soberbios, que hay algunos bata blanca que abusan de su poder. Porque callar y pretender que no pasa nada es el común denominador de nuestra cultura, fue eso lo que nos llevó al abismo en el que estábamos no solo “la corrupción” o “la violencia”. Callamos por miedo, miedo a ser heridos, miedo al que dirán, miedo a hacer lo correcto.
Entrar a la universidad es darte cuenta de que el mundo no opera con los valores e ideales que le gusta proclamar; si para mi que “soy hombre” me costó adaptarme a las jugarretas sucias del sistema y facultad, no imagino como la pasaron mis amigas.
Supongo que escuchar a un profesor decir “pase al frente y bájese el calzón” durante una clase era motivo de risa y morbo para mis compañeros, pero mucha molestia para mis compañeras, porque el señor catedrático quería enseñar “correctamente” la exploración y palpación de los genitales. Ante la negativa de todas las presentes, la molestia del profesor siempre se acompañaba de un “aprenda a no tener pudor, porque esto es medicina, no diseño gráfico”, y eso era apenas el primer año. Conforme se avanza como estudiante en el pensum de la carrera, esta claro que la dificultad de los cursos aumenta y con esto las propuestas indecentes o abusos de los profesores, quienes entre broma y broma, disfrazan su acoso a las estudiantes; muchos de ellos ofrecen exámenes o subir notas a cambio de “tiempo de calidad y a solas”
No faltan los compañeros también, que se valen del atractivo de una de sus compañeras para tener más puntos en un trabajo, cambiar fechas de entrega, saber alguna pregunta del examen o no hacer una tarea. Las quejas o incomodidad de la compañera recibían el típico “ay vos, aguántate, dale lo que quiera así nos da todos los puntos y ganamos esta clase”. Pero hay de aquella atrevida que no le daba lo que quería, que denunciaba, que exigía respeto y ponía en evidencia a estos catedráticos o compañeros; no habían puntos para ella, se le condenada a repetir el curso y la difamaban en la facultad.
Pensar que llegar al hospital es ver como las cosas se ponen peor, allí el silencio es el mejor aliado de cualquiera que vea algo que no debía ver… todo “por su propio bien”. Si van y preguntan entre las estudiantes, muchas no hablarán por temor a represalias o dirán que no les ha tocado vivir algo de eso, aunque su mirada y sus gestos nos demuestren lo contrario. Alguien me contó sobre un residente que llevaba a las externas (estudiantes de 4to o 5to año) a un cuarto de mantenimiento y les decía “haceme feliz y no le digas a nadie”, la lógica me lleva a pensar que el también le exigía a “la bonita” de su clase que hablara para que les dieran todos los puntos. Más indignante que todo esto fue cuando una amiga, en ese entonces reportera de elPeriódico quiso hacer un reportaje sobre el tema en las facultades y su solicitud no hizo eco, porque esos son temas que no se hablan, no se manejan o no se tiene “la autorización” para hablar públicamente.
Las cosas que nos enteramos no representan ni una cuarta parte de lo que en realidad sucede o está sucediendo en este momento, lo que yo pueda contarles tampoco evitará que las cosas sigan sucediendo, pero por algo debemos empezar, de alguna forma hemos de romper tabúes y estereotipos absurdos.
En algún momento de mi vida fui machista, homofóbico y manipulador, como todo buen “torito semental” criado en una sociedad que nos engrandece porque el azar dicto que fuéramos XY y no el “inútil y sentimental XX”; toma tiempo cambiar, toma unos cuantos errores y una buena dosis de realidad darte cuenta que no eres más que una mujer (no se es más que nadie de hecho), que la genética no dictamina tu potestad para humillar al sexo opuesto o que tus oportunidades serán mejores y más accesibles. Pensamos que el acoso se vive exclusivamente en la calle, pero también lo encuentran en donde estudian, en su trabajo, con sus “amigos” y a veces en su propia familia… mientras nos mentimos a nosotros mismos diciendo una y otra vez que ellas son el sexo débil.
No importa si es estudiante, catedrática, residente, interna, jefa de piso o paciente, en el campo de batalla que son los hospitales todos somos iguales, todos nos esforzamos igual por atender un paciente, por estudiar para un examen, por salvar una vida… por más ridículo que a muchos les parezca. Aún somos una sociedad que no acepta que las mujeres son tan capaces como los hombres, porque el feminismo existe a causa de nosotros los machos irrespetuosos y las madres que crían “buenos hombres”.
Ojalá mis amigos, mis compañeros o cualquiera que lea esto ya no se quede callado y deje de tener miedo, que tenga el valor de ser “feminista” y velar por el respeto de las personas, que no le de pena llorar o expresar como se siente. Que la próxima vez que vean una mujer siendo acusada por un profesor, un residente o jefe de servicio, no importe la nota final o el que dirán y pongamos un alto en seco a los abusadores, porque el silencio nos hace cómplices y parte de lo que ellas viven.