José Ochoa/ Opinión/
En el siglo XIX, “los 10 000 reinos africanos que habitaban el continente –cuenta Ramón Lobo- fueron reducidos, unificados, simplificados en el Congreso de Berlín, en 1885”. El periodista español recopila para la revista Jot Down la incursión europea en África, en donde reyes y gobernantes vieron una nueva América en regiones con muchos minerales y poca resistencia. Las tribus en África se mudaban continuamente sin sacar el pasaporte.
No conocían el concepto de nación y frontera. Pero Europa llegó y, “abolida la esclavitud, se creó la esclavitud de los países”.
Una bandera, colores, un himno y la imposición de un idioma como oficial fueron la constante en la región centroafricana durante el siglo pasado, marcada por la violencia a mano de los blancos. Uno de los países más afectados fue la República Democrática del Congo, bajo la terrorífica gestión del rey Leopoldo II. Para Lobo, el monarca Belga está a la altura de Hitler y Stalin.
Es inevitable recordar dicha historia, cuando a tan solo cuatro días del Mundial, la selección de Camerún se negó a viajar a Brasil al no alcanzar un acuerdo sobre las primas de participación. Se quejarán algunos que cómo era posible pensar en dinero cuando se tiene la oportunidad de representar a tu país, y en un Mundial. Sucedió igual con Togo en el de 2006. En Guatemala, dicen otros, nos encantaría haber sido el “uno” en aquel partido donde Hungría se festejó ante El Salvador con un 10-1 en 1982. Todo por estar en una Copa del Mundo como país. Porque ¿qué es un país?
Camerún es una nación francófona, independizada de Francia y el Reino Unido en 1960. Ahora es mejor conocida por ser una selección de tradición en las copas del mundo. Roger Milla es uno de los delanteros menos conocido por su labor en clubes pero sí por sus goles y bailes, en especial en Italia 1990, con la camiseta verde en el pecho.
Los países africanos son la eterna promesa. Sus futbolistas son las nuevas materias primas, y en Europa tienen los ojos bien abiertos cuando algún rápido joven comienza a hacerse nombre en una liga local; así como en la época de la colonia. Ahora ya no son los minerales, sino un chico con piernas rápidas una potencial fuente de fortuna. Algunos futbolistas, muy jóvenes, ven cambiadas sus vidas cuando se les ofrece un contrato profesional que, en algunos casos, ha sido objeto de explotación. Ya se hablará de eso luego.
Ahora, Camerún, tras alcanzar un acuerdo monetario, llegó a Brasil con el objetivo de avanzar a semifinales, algo inédito para una nación africana.
El primer rival será México. Ellos también lucen el color verde en sus camisetas, pero las realidades son muy distintas. México cree en hacer un buen papel. En lavar la cara después de esa frustrante fase de clasificación, donde se sudó de más y puso en riesgo 600 millones de dólares en ingresos para la industria mexicana. Se estima que 13 mil mexicanos pasearán por las ciudades brasileñas. En cuanto a periodistas, México es, después de Brasil, la nación que más periodistas acredita para estar en la cobertura del mundial. La camisola del “Tri” se vende en casi igual cantidad que las de Alemania y Argentina.
Siempre me gustaron las naciones africanas porque les gusta bailar. Son alegres. Después de cada gol se festeja con una creativa celebración; mientras el pequeño grupo de aficionados que les acompaña, con los rostros pintados, mueve los brazos durante todo el partido y llena de cantos las gradas. Tal vez es eso, la cultura, lo que más perdura en los jóvenes países africanos. Es probable que de haberles dado la elección, África jugaría hoy con otros nombres y uniformes. La etapa de la colonia dejó heridas muy profundas en el continente negro. Aunque la historia de Camerún es más “sana” en comparación a sus países vecinos (Nigeria, colindante, es el gran contraste), el hecho de cobrar para representar a tu lugar de nacimiento demuestra que el patriotismo para ellos no es una cualidad obligatoria. Y se entiende.
Puede que tal vez, ahora el fútbol, permita a los africanos reconciliarse con el concepto de nación. Algo que les fue impuesto, pero ahora les pone ahí, en Brasil 2014. Y en el único lugar en donde un país de verdad significa algo. Pues, al final, la ONU tiene 193 estados afiliados; la FIFA, 209.