¿Cuál es el origen de todos?, ¿De dónde venimos?, ¿Quién nos creó? Hay tantas respuestas para la misma pregunta, que al final no importa si piensas que somos el resultado de una gran explosión y reordenamiento de millones de partículas de materia. Si crees que somos la creación de un ser supremo, tal vez el resultado de años de evolución y supervivencia o incluso si nunca te has cuestionado nuestro origen. Quizá, un día y sin pensarlo, el existencialismo te aborde y quieras saber la respuesta a estas preguntas o te hagas unas propias.

Personalmente, creo que hay otras preguntas que somos capaces de hacernos para encontrar cosas y significados trascendentales para nuestra vida: ¿Qué hacemos como parte de este mundo? Y, ¿Por qué estamos aquí? La respuesta que suelo dar es algo trillada, pero creo que estamos en este mundo con un propósito. Es más que evidente, que nuestra presencia en el aquí y ahora, tiene una finalidad, un propósito o una razón de ser. Hay quienes pasan la vida buscando sentido o significado a la vida, todos las hallan tarde o temprano. Pero lo importante es no dejar pasar la vida sumergido en una búsqueda que nos impida disfrutar del paisaje con el que te encuentres durante el viaje, las cosas ordinarias de lo cotidiano y esos momentos (buenos y malos), que nos hacen sentir vivos.

El universo es desconocido. En la vastedad del espacio y tiempo, somos pequeños e insignificantes; muy parecidos a estrellas fugaces que van de paso, breves y finitos en el tiempo. Pero, aun así dejamos huella, crecemos, lloramos, aprendemos, luchamos, reímos, fracasamos y contemplamos.

Todo esto sucede mientras migramos y no de domicilio como suele ser, sino de vida, pensamiento. Añadimos virtudes a nuestra esencia, volamos, crecemos y envejecemos.

Es allí cuando te das cuenta de que la vida es una constante metamorfosis, muy parecida a como la mencionada por Kafka:  un cambio de piel que te renueva, te hace mejor, te abraza y te hace sonreírle a la vida, que te permite aceptar tu pequeñez para pensar en grande y no conformarnos con lo mínimo.

¿Por qué conformarnos con lo que dicen las masas? ¿Por qué hacer lo que los otros esperan de nosotros si nuestra vida es tan finita, el tiempo tan corto y la existencia tan fugaz como para estar perdiendo el tiempo dando respuestas a preguntas que no nos estamos haciendo? Si tenemos la decisión en nuestras manos hay que tomar valor, sentir confianza y entusiasmo por la infinidad de experiencias, oportunidades y altibajos que estás a punto de enfrentar. Esas son las estrellas fugaces que nos han de mover, hacen temblar y estremecen el interior de cada uno.

Un día, terminaremos por darnos cuenta de que la vida da vueltas, cambia, mejora, empeora y evoluciona. Nos coloca en lugares inesperados, con gente que no deseamos y en circunstancias que suelen estar fuera de nuestro control, dejando el corazón, la mente y la alma patas arriba. Por lo mismo, sentirnos como una ínfima partícula de materia en una inmensidad del cosmos, es algo extrañamente normal en alguna parte de nuestra vida. Y ante este sentimiento, si todos nos rindiéramos a la primera, si dejáramos que lo insignificante de nuestra existencia nos abrumara, posiblemente no estaríamos donde estamos hoy como humanidad, país, comunidad o personas; quizá nada de lo que nos rodea estaría aquí y ahora, limitando a la raza humana a simplemente existir.

Dejar el miedo de ser el mismo siempre,  y añadirle a tu persona las cosas que te apasionan e interesan, es lo que te hace infinito y trascendental.

La decisión de vivir y no limitarse a existir está en tus manos. No te queda más que tomar valor, sentir confianza y entusiasmo por la infinidad de experiencias, oportunidades y altibajos que estás a punto de enfrentar. El juego apenas comienza.

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