Son las 4 de la mañana y el estridente sonido de la alarma prevalece en medio del silencio y el frío de un nuevo día. Los ojos no quieren abrirse, pelean entre sí. Empieza la lucha interna. La cama está muy cómoda y acogedora como para salir a lidiar con las cosas del mundo real. Parece que solo ella entiende que el día anterior estuvo pesado y que los ánimos decidieron escaparse al filo de la noche. De hecho, fue hace unos años que se marcharon sin avisar. Fue un día cualquiera cuando hicieron sus maletas. No se despidieron. Nunca regresaron.

Así que desde hace un tiempo, la vida ha sido un capítulo que se repite todos los días: los mismos lugares, los mismos personajes, los mismos problemas, los mismos miedos y así, sin alguna forma de poder controlar lo que pasa, el mundo acontece alrededor de unos ojos que en los últimos años han sido anfitriones de varias temporadas de lluvia, pero no de cualquier lluvia, sino de aquella que cae y brota del alma.

Finalmente, arrastrado quizás por la convicción de que “hoy sí será el día”, se levanta y en medio de los menesteres matutinos, la mente es un campo de batalla, un ir y venir, una montaña rusa que cuando parece encontrar estabilidad, sufre un cambio abrupto y vuelve a empezar el ciclo de preguntas y respuestas, pensamientos positivos luchando con los negativos, que según el historial, estos últimos siempre acaban venciendo, pero de alguna forma no son los suficientemente fuertes para hacer eco adentro. Son victorias efímeras. La lucha ocurre cada 3 segundos. A veces más, a veces menos, pero siempre hay un vaivén adentro: ideas tratando de abrazar sentimientos y un corazón angustiado por revivir momentos y personas que solo existen en un rincón muy lejano allá en el recuerdo. El pasado se ha adueñado de su presente y no hay tiempo para pensar en el futuro y la incertidumbre que lo caracteriza. El hoy es el ayer.

Por mucho tiempo ha tratado de descifrar el sentido de su existencia y ha caído en la trampa de querer encontrar la causalidad de los hechos que lo han arrastrado a estar en medio del mar, lejos de tierra firme, desprovisto de todo, sosteniendo su esperanza en un sueño que con el pasar del tiempo se oxida, pero lo mantiene en alta mar.

El día avanza y la frustración no tarda en visitar. Un pensamiento encuentra la manera de propagarse y busca nuevas rutas para establecerse a lo largo y ancho del camino hacia al corazón. Sin ningún aviso, su mente está enfocada en la irrefutable idea de que la vida se está haciendo añeja en un cubículo y un escritorio que sirve para darle dinamismo a lo que llaman la actividad económica pero que encierra un sueño que quizás no está siendo cumplido. El sueño está ocurriendo allá afuera y eso lo atormenta.  Pero, como todos los días, gana el pensamiento de la responsabilidad y la importancia de la gratitud por tener un medio que permite satisfacer las necesidades materiales.

Por muchos años buscó la felicidad en lugares, personas, méritos, objetos y cualquier cosa con un falso potencial de llenar el gran vacío, pero fue como perseguir al viento. Llegó al punto en donde vio descender una nube que se estableció para recordarle que el camino hacia la paz y la plenitud es, quizás, inexistente.

Y abrazó su dolor y quiso aprender a convivir con él. Creyó que aceptando la realidad y el estado presente de las cosas se iba a inhibir del dolor. Fracasó.

Hoy, a pesar de las batallas diarias y el caos del mundo que lo rodea, está aprendiendo a reinventarse cada día. Está buscando un camino que lo lleve a la infancia, y aunque tal cosa es imposible, quiere ver el mundo a través de los ojos de un niño: anhela disfrutar lo sencillo de la vida, lo que no tiene fecha de vencimiento, los pequeños detalles que se dan por sentado pero que siempre están ahí, susurrando al oído que aunque el camino no ha sido fácil, la vida, a pesar de todo, es buena.

El tiempo lo ayudó a entender que la felicidad tal vez se encuentra en tratar de ponerle nombre a las estrellas y en hablar con el silencio de vez en cuando. Ama a su familia con todas sus fuerzas, disfruta cada risa con los amigos y siempre está buscando la forma de observar la ciudad iluminada cuando todos están conciliando el sueño. Arquitecto de sueños en el día y constructor del mundo en la noche.  Minimalista, recatado, pero aventurero de las cosas que valen la pena.

Esa persona quizás soy yo, mi vecino, el policía de la colonia o alguien que por cuestiones del azar llegó a estas líneas. Siempre voy a admirar a los que deciden luchar contra las adversidades y los infortunios del destino. A los que van por la vida amando al prójimo a pesar que su universo interno está cayéndose en pedazos. A los que a pesar que sus ánimos nunca regresaron, se levantan y la docilidad de sus corazones hacen que la vida sea más bonita. A todos ellos, este mundo les pertenece.

Cuando sea grande quiero ser como ellos.

Soy fan. Muy fan.

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