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Gabriel Reyes/ Opinión/

Vivimos en una sociedad enferma, donde el crimen y la violencia son alimentos de nuestro proceder para sobrevivir, somos una ensalada de ambientes micro, donde las ideologías radicales, los argumentos sin referente teórico y la “opinión personal” no suelen tener congruencia con el sistema institucional y con las leyes, no solo nacionales, sino globales. Nuestro subdesarrollo es producto de muchas cosas, pero es en parte culpa de nuestra ignorancia colectiva a los principios universales que provocan la paz y el desarrollo, uno de esos principios son los Derechos Humanos.

Es evidente al tener acceso al “mundillo” opinativo de las redes sociales, que el concepto de Derechos Humanos es esquivo para un sector educado de la sociedad. En el reciente caso Sperisen se evidenció fundamentalmente este desconocimiento general. No conozco al ex director de la policía y no sé si es una “buena persona” o tiene “buen corazón”, me resulta indiferente también lo que piensan sus amigos o lo que un sector de la clase alta argumenta como defensa a la sentencia a cadena perpetua a la que fue condenado en Suiza, por haber asesinado a un reo y haber sido cómplice de otros 6 asesinatos durante el gobierno de Óscar Berger, en el famoso operativo a la granja penal Pavón. Tampoco conozco el caso, ni si la evidencia presentada es suficientemente incontrovertible para la sentencia declarada.

Lo que es importante analizar, es la calidad de estos argumentos que defienden el proceder de este individuo.

Primero es importante entender que los Derechos Humanos (DDHH) por definición, solo pueden ser violados por el Estado o por funcionarios del Estado, es por eso que cuando un criminal comete un delito, dicho delito (por definición universal y no por decisión o negligencia de los organismos de Derechos Humanos) no viola los DDHH. En el imaginario social, existe un equívoco generalizado de estos grupos que basan su argumento ignorando este principio, aducen que los DDHH en Guatemala y sus organismos representativos defienden a los criminales que en este caso fueron asesinados extrajudicialmente por funcionarios del Estado, violando evidentemente los DDHH.  A estas alturas es complicado negar la existencia de actos de este tipo durante el gobierno de Berger, lo pertinente entonces, le guste a usted o no, es encontrar a los culpables.

La ignorancia es entendible, como el ignorar un asunto legal, el problema es la asepsia ante un asunto de moral básica, es entender que la violencia es un flagelo que crece de forma exponencial, el argumento más nefasto, es pensar que el ex director de la policía, al cometer dichos delitos (de los que hasta el momento es culpable) estaba “trabajando por Guatemala” o “haciéndonos un favor”. No solo el dilema ético es complejo, entiendo el rencor que las personas sienten hacia los criminales, lo que no entiendo es cómo en el imaginario colectivo, las violaciones a los DDHH parecen ser distintas dependiendo quien las comete, y esta forma de pensar contradice puntualmente todo lo que estos principios universales, a los que Guatemala se ha suscrito, implican, mandan y predican. En un ejemplo más puntual, muchas de las personas que hoy defienden a Sperisen, hace unos meses pedían la cabeza de Maduro, por haber cometido crímenes sino iguales, muy similares y viceversa.

Esta doble moral es producto de un odio profundo e histórico que tiene sus raíces en un conflicto ideológico y de las heridas de una guerra que sangró a una nación, con la bandera de una ideología de un lado y la otra del otro. Hoy somos una guerra fría que late en el refugio de la opinión y se esconde entre el ciberespacio, nuestras ideologías ni siquiera son prácticas para nuestro sistema de partidos políticos y las operaciones de nuestro gobierno, la pistocracia es la ideología predominante en esas oficinas.

Aquí creemos lo que queremos creer, no sé si Sperisen o Vielmann son inocentes o no, lo que sí se es que la isonomía es fundamental, sobre todo en materia de Derechos Humanos.

Y también sé que históricamente las estructuras criminales que han habitado en el Estado, han hecho un daño casi irreparable al predominio de la paz, basta con volverse al caso Gerardi y entender que la complejidad con la que operan estas estructuras es mucho más profunda de los que nuestro colectivo ha podido percibir, he ahí la necesidad de la CICIG como órgano encargado de identificar y evidenciar a estos grupos criminales, independientemente de si usted piensa que ha sido eficiente o no. Aquí cuando el Estado mata, no es casualidad.

La dificultad que representa quitarnos el antifaz de la ideología para analizar casos tan complejos como el de Ríos Montt o el de Sperisen, hacen que la justicia parezca imposible, piénselo, la justicia no debe depender de su concepción de la vida, o de un sistema económico, ni siquiera del historial familiar del implicado. La justicia debe ser universal, los asesinos deben estar en la cárcel, no importa de qué familia sean, o si otros asesinos andan libres. Y tenga usted cuidado de caer en el discurso que han hecho público Sylvia Gereda, Luis Figueroa y Alfred Kaltschmitt, que pintan a Sperisen de héroe, no sé si es un asesino, eso es materia de los juristas que los procesan, de lo que estoy seguro, es que no existió nada de heroico en los actos porque los que está siendo procesado, juzgue usted, pero infórmese antes.

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