Imaginen un mes sin comer nada más que granitos de elote asado o tortillas con sal, sin agua potable, energía eléctrica, educación, sin atención médica, condiciones de trabajo, sin nada. Sin el ánimo de ser extremista ni fatalista, esto representa el día a día de miles de guatemaltecos, y cientos de ellos buscan esperanzados conseguir una mejor calidad de vida, no necesariamente para ellos mismos, sino para sus familias. Se cruzan con el famoso Sueño Americano, y emprenden una travesía en busca de oportunidades, riqueza, educación para sus hijos y esperanza.

Sin saberlo, arriesgan su vida y se aventuran en un viaje de terror, lleno de peligros y sacrificios. Parece contradictorio, pero se endeudan queriendo salir de la pobreza, sin la certeza de no ser abusados o secuestrados ni siquiera de llegar con vida.

Viven una lucha por sobrevivir, entre pollos (quienes intentan ingresar ilegalmente a Estados Unidos) y Coyotes (contrabandistas), los creyentes invocan a Dios en todo momento y los ateos se vuelven creyentes. Las amenazas y riesgos que les esperan durante el trayecto de 3,500 kilómetros no distinguen entre adultos, adolescentes, niños, sexo o nacionalidad.

Alrededor de 500 personas mueren ahogados cada año intentando cruzar el Río Grande, en la frontera de México y Estados Unidos, sin mencionar aquellos que mueren por las extremadas condiciones climáticas a las que son sometidas y las muertes producto de ataques violentos, violaciones o enfrentamientos de cárteles y bandas criminales.

Convertirnos en un “País Seguro” no es nomás firmar un convenio y retener migrantes que intentan llegar a Estados Unidos, implica proveer de servicios básicos a aquellos que cumplan esa calidad, aún cuando ni siquiera el 70% de los guatemaltecos nacionalizados puede optar satisfactoriamente a estos servicios. Es un ciclo enfermizo y repetitivo, tratar de solucionar las consecuencias de determinado problema con una “solución” que evitaría desde un principio la existencia del mismo problema.

Por empatía quizá, o simple realismo, me conmuevo y me indigno por las atrocidades que viven miles de guatemaltecos que tienen el valor suficiente de arriesgar lo poco que tienen por una vida mejor, en busca de condiciones que su patria no es capaz de ofrecerles. En conclusión, señor Morales, no hay necesidad de pedir al Gobierno de los Estados Unidos respuestas sobre los responsables por las muertes de los 3 niños migrantes, la respuesta la tiene usted junto a los funcionarios que designó y no se han inmutado por resolver de raíz los verdaderos problemas de este país. La solución no es capturar migrantes, cuando son ellos las víctimas y el Estado el victimario; la solución es proveer los recursos necesarios y garantizar los derechos fundamentales para que migrar ilegalmente a otro país no sea una necesidad.

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