Ma. del Mar Grajeda/ 

Tus manos. Ante el más mínimo contacto con las mías, disparan un millón de reacciones, pensamientos y sensaciones. Las observo a veces tranquilas, delicadas, reposando, y a veces inquietas y juguetonas, cansadas a causa del trabajo, fuertes, varoniles. Tuyas. Pero el momento en el que más me gustan es cuando toman las mías, tus dedos acariciando mi mano fría mientras la tuya siempre es cálida. Mía.

Tu sonrisa. Cuando aparece a causa de un comentario pícaro o uno tonto proveniente de otros, de mi o incluso de ti. No sé cuál es mi favorita, la pequeña y fugaz o la amplia acompañada de risas, las tuyas. Mi corazón teme cuando esta amante mía aparece como resultado de la compañía de alguien más. Pero luego veo la sonrisa sincera, tierna, larga reservada para mí. Mía.

Y tus ojos. Esos ojos cafés como caramelo, dulces, a los que me he vuelto adicta son el peor vicio que alguna vez tendré y disfrutaré sin luchar contra él. Pequeños y rasgados. No, lo siento; no hay adjetivos para esos ojos. Los tuyos. Que me ven, que me hablan, que me matan. Ojos en los que encuentro pasión y amor, ternura y alegría. Esos ojos que, a veces distantes, son como una daga a mi corazón. A los que mi vista siempre está dirigida y los que quiero encontrar a mi lado en todo momento.

Pues son tus ojos, tus manos y tu sonrisa esas tres cosas que se han adicionado a mi lista de cosas favoritas que tú encabezas. Tuyos, que se han vuelto inevitablemente míos.

Imagen: Unsplash

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