La identidad es todo aquello que nos hacer ser lo que somos y que nos diferencia de los demás. Es también un rasgo que nos une a muchos otros y que compartimos cotidianamente en nuestros espacios más cercanos. Nuestra identidad la llevamos siempre a donde vayamos, y la mostramos con quien sea que estemos. La identidad se aprende, se hereda, pero también se construye cuando nos relacionamos con los otros. Toda identidad nos hace ser humanos.

Como estudiantes universitarios landivarianos, nuestra identidad como tal está dada en principio por una educación jesuita y luego por rasgos obtenidos del pensamiento y vida de Rafael Landívar. Una universidad jesuita es una universidad que sigue los pasos de Ignacio de Loyola, santo español que se vertió en la búsqueda de Dios desde el conocimiento y a través del conocimiento buscó la construcción de lo que se llama el Reino de Dios y no es más que el ideal de una sociedad justa, que reconozca la dignidad humana y que logre armonizar la vida colectiva.

Pero Rafael Landivar también es el segundo pilar de nuestra identidad. Poco sabemos de él. Landívar es un guatemalteco que nació el 27 de octubre de 1731. Como muchos estudiantes de esta universidad, se graduó de la secundaria en un colegio jesuita de la época, el Colegio Jesuita de San Lucas (ahora diríamos el Liceo Javier). A los 16 años entra a la Compañía de Jesús, y es ordenado a los 24 años como sacerdote (como nuestro padre Rector Rolando Alvarado, el Padre Cabarrús o el padre Valdéz). Regresó a Guatemala y se consagró a la educación. El padre Rafael Landívar era poeta y filósofo, atento con sus alumnos y siempre maravillado de las bellezas de su tierra natal. De él tenemos cuatro grandes compromisos que nos toca asumirlos a todos como landivarianos: el reconocimiento de identidad ligado a la tierra de dónde venimos, la preocupación por el medio ambiente, la reivindicación de América Latina como comunidad regional y la apuesta por nosotros, por los jóvenes.

No es casualidad que cuando se piensa en fundar la Universidad Rafael Landívar, se retome el ideal jesuita y lo sume a un ejemplo guatemalteco de vida de fe y de conocimiento para proponer una educación superior, que si bien no es perfecta, es una propuesta diferente en un mundo que sólo se preocupa por intereses particulares y muchas veces egoístas. Todos somos landivarianos, y si hemos dicho que la identidad no se aprende solamente, sino que se construye, todos estamos llamados a ser fieles a lo que se nos dice que somos (si es que estamos dispuestos a ser landivarianos), aunque muchos otros no lo sean. Ser landivariano, es ante todo, algo que me interroga a mí. Los valores son una forma de entender nuestra identidad y aplicarlos en nuestra vida diaria. El conocimiento comprendido no como fin, sino como medio de transformación, es el instrumento práctico de nuestro ser landivariano.

Ser landivariano no es sólo estar en una universidad jesuita en Guatemala. Es una opción de vida para aquellos que estamos en el andar académico y buscamos contribuir con lo que aprendemos, a ser un mejor país. Como dice nuestro himno: “Vamos hoy con valor en la vida”. Valor de decir lo que pensamos y seguridad de que estamos involucrados con un proyecto de país que nos trasciende y trasciende nuestra comodidad.

Hace 50 años los primeros landivarianos abrieron las puertas a la discusión, la reflexión y el conocimiento. Así que felicitamos a todos los administrativos landivarianos, a los docentes landivarianos, a los padres jesuitas landivarianos, a los estudiantes landivarianos que han continuado con esta tarea y que se han convertido en un ejemplo de vida para muchos otros que estamos comenzando a vivir nuestro ser landivariano.

Compartir