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Juan Cifuentes/ Opinión/

Probablemente te sientas identificado con esta interrogante. Hace algunos años, recuerdo algo que me sucedió en el curso de estadística que recibía en el edificio “L” de 3:50 a 5:20 de la tarde. Ese día por alguna razón en mi trabajo, no pude entregar la tarea asignada al curso, por lo que antes de retirarme del salón me acerqué a mi catedrático y le dije:

“Ingeniero disculpe, ¿es posible entregarle mi tarea el próximo día de clase o se la envío hoy mismo por correo electrónico? Ahora estoy trabajando y no me dio tiempo hacerla…”

Después de un silencio un poco incómodo y su mirada muy analítica (típico de un estadístico), se tomó la barbilla  con la mano izquierda y me lanzó la pregunta:

“¿Usted es… un trabajador que estudia o un estudiante que trabaja?

Con una mirada atónita y sin poder responderle, me quedé en silencio –ahora sí, muy incómodo-, con mis manos solo le hice un gesto como diciendo… “no sé qué responderle”. Ahora era él, quien se acercaba a mí para decirme:

“Porque usted tiene que definir cuál es su prioridad, si usted es un estudiante que trabaja entonces haga primero sus tareas y después su trabajo; si por el contrario es un trabajador que estudia, entonces cumpla con su trabajo y después si le da tiempo haga sus tareas… Pero no se preocupe, tráigame su tarea el próximo día de clase”

Me fui entonces pensando en la respuesta que le daría a esa pregunta, no sin antes ver pasar por mi mente todas aquellas situaciones que conlleva la misma. Por ejemplo: Mi padre (QEPD) me daba todo lo necesario para estudiar aquí en Guatemala (yo soy de Coatepeque); hospedaje, alimentación y transporte –cuando se podía-. En pocas palabras, me pagaba todo.  Sin embargo después de su fallecimiento, me tocó hacerme cargo de mí mismo y afrontar la vida así como decimos en buen chapín “como viene”. Entonces, ahora debía trabajar para poder estudiar y obviamente mantener todos mis gastos.

Cumpliendo un horario laboral de 7 de la mañana a 2 de la tarde (sin derecho a tiempos de comidas para salir temprano por supuesto) y estudiando de 2 y 20 de la tarde a 9 de la noche; me toca llegar a casa exhausto prácticamente a las 10 de la noche, tirarse a la cama con todo y mochila,  justo cuando estoy a punto de quedarme dormido me doy cuenta que tengo hambre y por supuesto hay que tomar la difícil decisión de dormirse con hambre o comer con sueño, hacer tareas, cocinar, preparar todo para el siguiente día, etcétera, etcétera.

No pretendo contarles mi vida, pero sí quisiera resaltar que cuando se estudia y trabaja o trabaja y estudia (eso depende de cada uno), el sacrificio que se hace es grande, claro, “de todo hay en la viña del Señor,” dicen. Uno quisiera que los catedráticos comprendieran que también uno trabaja y que los jefes comprendieran que también uno estudia. A veces tus jefes quieren apoyarte y aunque lo hacen cuando pueden, son los superiores los que no lo permiten.

He llegado a preguntarme si los catedráticos y jefes han estado alguna vez en una situación similar, si no tuvieron que trabajar para poder estudiar, ¡qué bueno!, es comprensible que en alguna medida no sean tan permisivos puesto que no tuvieron esa experiencia. Pero si ellos tuvieron que trabajar para poder estudiar y no te apoyan por la simple y sencilla razón del clásico “resentimiento profesional”, y además su actitud va en la línea de “Si a mí me costó, que les cueste a ellos también” , creo que no vamos por buen camino.

Cierto día un catedrático me dijo, “¡yo también tuve que trabajar para poder estudiar! (casi gritando por cierto) pero si no puede venir a mi clase por el trabajo, entonces bote el curso.”  Solo pensé dentro de mí, “de verdad que no entiendo”,  al final gané el curso con 65, pero lo gané.  No es que me conforme con esa nota, esa calificación fue a base de puro esfuerzo y dedicación, me sentía tan orgulloso como mi compañero que la ganó con 90 o más.

Pues siempre he creído que disfrutas tus triunfos en la misma medida que te ha costado alcanzarlos.

Después 6 años sigo en la búsqueda de mi título universitario y aunque me ha tomado mucho más tiempo de lo esperado, cada vez estoy más cerca de lograrlo y estoy seguro que ese día será uno de los más felices de mi vida.  Solo espero que llegado el día que esté detrás de un escritorio, sea dando una cátedra o dirigiendo una empresa o mejor aún, la mía; pueda en todo momento ser consciente de lo difícil que puede llegar a ser alcanzar metas y ponerme en el lugar de aquellos alumnos y/o subordinados que lo necesiten.

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