En nuestra sociedad el machismo está normalizado. Es tan normal que, desde pequeñas, a las mujeres nos enseñan varias cosas que a los hombres no; como que si somos mujercitas hay que sentarnos bien y estar tranquilitas. Debemos adaptarnos a esta sociedad enferma de estereotipos, de violencia. Nosotras somos las que no debemos provocar. Todas tenemos una historia que contar respecto al acoso, agresiones o misoginia (odio a las mujeres).

Muchas otras, tienen historias más aterradoras de violencia psicológica, económica, física y/o sexual; de trata, de torturas y femicidios.

Recuerdo perfectamente la primera vez que pasé por una situación de estas. Tenía 7 años e iba en el bus del colegio cuando este se detuvo en medio del tráfico de la tarde. Compartía el sillón con mi amiga Sofía. Ella y yo veíamos los carros detenidos por el semáforo. Pero había algo que nos llamó la atención, y es que un hombre de unos 40 años venía haciendo muecas dentro de su carro para que lo viéramos. Mi amiga hasta lo saludó.

Él, saludó de regreso y segundos más tarde, se sacó el miembro del pantalón y comenzó a masturbarse frente a nosotras. Entendí lo que sucedía cuando la monitora del bus nos dijo que no viéramos. Sentí mucho miedo, me tapé los ojos y me escondí bajo el sillón. Quería borrar ese instante dentro de mi cabeza. Tuve el mismo miedo que cuando unos hombres se subieron al bus para asaltarlo unos años antes. Desde entonces, nunca más regresé la mirada a los carros detenidos en el tráfico ni a los hombres que me encontraba mientras caminaba.

Tenía 7 años y caminar en la calle me daba pánico.

No me llamo mamacita

Existe un gran debate con el tema del acoso callejero. Las mujeres latinoamericanas cohabitamos con machos tropicales con los que nos topamos a diario. Ellos no creen que sea un tema por discutir. Hace unos días hice un comentario en twitter quejándome del piropo que me dijo un tipo en la calle. Los comentarios son peores que el acoso que sufrí. Habían desde “los piropos son cumplidos”, “a las mujeres les gusta”, “no es acoso si es un comentario bonito”, hasta “a las feas no les pasa” o “para qué nos provocan”.

Se podría discutir las mil excusas que utilizan los machos tropicales para decir piropos cuando voltean a ver a una mujer. Pero el tema es sencillo cuando lo estudiamos desde el fondo. Decirle a una mujer: mamacita, rica, preciosa, deliciosa… (y todo lo demás que la creatividad/morbosidad les alcance) mientras ella camina por la calle, está mal por el simple hecho que para el hombre que lo dijo, la mujer es un objeto. La idea que las mujeres disfrutamos los piropos supone que el piropo se hizo con cierto “respeto” y por esto, según los machos, no nos debería ofender.

Claro que ofende porque nos sexualiza, nos hace pensar que para ellos solo somos un pedazo de carne que se ve apetitosa en esa falda.

Por eso que ningún piropo en la calle es bienvenido, porque no nos gusta, porque no lo disfrutamos, porque sentimos miedo y asco cuando los vemos a la cara después de escuchar sus terribles palabras o chiflidos. Los piropos no son cumplidos. El acoso callejero no es normal y, aun así, se normalizó en todos los países y estratos sociales.

El 84% de las mujeres en Estados Unidos han sido acosadas antes de los 18 años.

Alrededor del mundo, existen mujeres y organizaciones que han decidido combatir el acoso. Ejemplo claro de la repugnancia que provoca la situación, son iniciativas como la que tomó una mujer en Nueva York que se grabó caminando 10 cuadras para ver cuántos “piropos” recibía o la chica en Holanda que se tomó selfies con todos sus acosadores.

En Guatemala, existe el Observatorio Contra el Acoso Callejero (OCAC), el cual tiene datos interesantes, campañas contra el acoso y una página en línea en donde se puede conocer la ruta para denunciar y contar testimonios.

Para eliminar el acoso callejero, todas las mujeres (y los hombres que quieran), debemos unificarnos. La lucha es de todas, es un pacto de sororidad. Luchemos por no tener que pensar cómo vestirnos en la mañana para no ser acosadas; miremos a los acosadores a los ojos y si nos atrevemos, digámosles que no nos gusta lo que dicen. Hagamos ver nuestro descontento; discutamos estas situaciones en casa, en el trabajo.

No permitamos que el miedo a ser agredidas nos detenga y si ven a una mujer que está siendo acosada o violentada, acerquémonos y ofrezcamos nuestra ayuda, seamos empáticas. Los grandes cambios también tienen primeros pasos.

Aquí una herramienta útil, una guía de defensa para mujeres contra el acoso callejero.

Compartir