Anónimo / Testimonio /
Desde primero básico fuimos mejores amigos. Nuestra amistad empezó con tropiezos y dificultades, pero más adelante todo se superó, dando lugar a la gran amistad que duraría tanto tiempo. Aun siendo personas tan diferentes, logramos encontrar diversidad de elementos en común, que nos mantuvieron lado a lado por más de 10 años.
En algún momento durante esos 10 años, él empezó a sufrir de una silenciosa depresión. Cuáles fueron las causas, qué experiencias vivió o cuál fue la raíz para su depresión, nunca supe. Lo que sé es que me enteré de su enfermedad cuando me llamó una tarde, con voz de llantos recientes, para pedirme que nos juntáramos, pues le urgía hablar conmigo.
Llegó a mi casa más o menos a las 5:30. Le abrí y pude notar que había estado llorando. Me abrazó fuerte y pasó adelante.
Nos sentamos en la cocina, donde empezamos a platicar sobre sus problemas. Resultaba que había tenido problemas con dos amistades recientes y eso le había afectado mucho. No sé si es desde mi perspectiva, pero sentí que exageró los problemas, haciéndolos mucho más grandes de lo que realmente eran. Puede que yo sea demasiado positivo y lo vea todo muy simple.
Hablamos durante varias horas. El lloró, habló. Yo escuché. Me confesó que tenía pensamientos suicidas y que no era la primera vez. Que varios años atrás había estado en el psiquiatra y había logrado superar la depresión. Dijo que esta vez los sentimientos eran más intensos, y que varias veces había estado muy cerca de hacerlo.
Cuando una persona te expresa deseos de lastimarse o quitarse la vida, no es fácil. En ese momento no supe qué pensar, qué decir, ni qué hacer. Lo escuché y lo hice prometer que no lo haría. Intenté hacerlo entrar en razón, que viera el lado positivo de la vida. Que viera más allá. Nunca he sido hábil para expresarme verbalmente, suelo olvidar palabras y mezclar mis pensamientos, resultando en oraciones cortas sin sentido. En ese momento el estrés, el miedo y las ansias de ser un buen guía me traicionaron, por lo que, recordando esos momentos, siento que no logré expresar bien lo que quería decir.
Él se fue, un poco más tranquilo. Yo me quedé inquieto, pero puse en manos de Dios la situación, lo que me dio tranquilidad.
Pasaron un par de días, noté que él estaba un tanto más tranquilo. Intenté ocuparlo, distraerlo. Me convertí en su madre, pendiente y cuidándolo constantemente. Nunca pensé que me fuera a afectar tanto.
Dos semanas después tuvo otro grave problema, causado por él mismo. Estaba exageradamente afectado y nuevamente resultamos en mi cocina, yo calmándolo y él llorando. Pero algo distinto sucedió esta vez. Tal vez el hecho que pude ver fue que en esta ocasión él fue quien causó los problemas que tanto le afectaban, me molesté mucho. En vez de protegerlo y apoyarlo, lo regañé. Le dije todo lo que estaba haciendo mal, y que necesitaba ayuda urgentemente. Me comentó que estaba de nuevo en el psiquiatra, pero que no le estaba ayudando mucho. Le comenté sobre la mamá de una amiga que hace terapia regresiva, le hice cita para un par de días después y le di el contacto.
En los siguientes días hablé con mi familia, con mis padres, mi hermano y mi hermana. Todos me dieron su punto de vista, me aconsejaron cómo ayudarlo o qué camino tomar. De igual forma hablé con mi psicólogo y hablé con la misma señora que hace terapia regresiva. Fui a un seminario sobre el suicidio y qué pasos seguir para poder apoyar a una persona que siente la necesidad de hacerlo.
Ya informado, cambié mi forma de ayudarlo. Me sentí más cómodo y seguro de poder guiarlo en la dirección correcta.
Un día normal, en el cual él estaba estable, le pedí que nos juntáramos. Fuimos a una cafetería y platicamos a profundidad sobre sus sentimientos y sobre el suicidio. Pude entender mucho mejor su perspectiva. En esta reunión no le aconsejé nada, solo escuché y le pregunté los detalles de todo. Le pedí que me explicara desde el inicio, ¿de dónde nació este pensamiento?, ¿hace cuánto tiempo? ¿qué motivos o experiencias le afectaron para llegar a pensar en esto? ¿ya sabía cómo se iba a suicidar? ¿cuándo lo iba a hacer?. Le hice un sinfín de preguntas, lo que incluso pareció divertirlo. Me explicó y contestó todo sin miedo. Escuché, intentando no parecer sorprendido a algunas respuestas crudas. Terminó la plática y él parecía mucho más feliz, tranquilo y estable. Mientras yo, por dentro, sentía un gran peso crecer y muchas preocupaciones, pensamientos negativos, miedo, estrés, nervios, etcétera que nacían en mí.
Él empezó a mejorar. Jamás le di la espalda, a pesar que no me sentía bien estando con él. A través de varios meses logró estabilizarse. Dejó de tomar medicamento, dejó de tomar alcohol y dejó atrás las amistades que tanto le habían afectado. Él estaba muy bien, era yo quien seguía muy afectado y aún más cuando estábamos juntos. Ya no disfrutaba la amistad, la sufría. No quería verlo, no quería estar con él ni hablarle. Era como si se hubiese alimentado de toda mi energía, dejándome exhausto y destruido.
A pesar de que él estaba emocionalmente estable, seguía teniendo mucha negatividad y exageraba cualquier detalle. Por lo que pasar un par de horas con él era agotador, especialmente siendo yo tan positivo y feliz. Pude ver claramente que su negatividad empezaba a romper con mi estilo de vida. Me sentía aún como su madre, el responsable de todas sus acciones. Me di cuenta que no era así y que mi apoyo y ayuda habían llegado a su límite. Luego de varios berrinches, llegué a tomar la decisión de tomarme un descanso de él.
Doy gracias a Dios de que él logró mejorar, superar de nuevo su depresión y seguir adelante. Ahora era mi momento de recuperación. Hizo un último berrinche, demandando mi atención. No reaccioné como él quería, es más, no reaccioné en absoluto e ignoré todo esfuerzo de él por llamar mi atención. Luego de un par de semanas, se empezó a molestar, o quizás a sentir culpable, y me buscó de nuevo. No quise verlo nuevamente, sino que le escribí una carta, breve y directa, explicándole mi perspectiva y haciéndole ver que necesitaba tiempo para recuperarme, para estar bien. Le pedí que estuviéramos aparte un poco más de tres meses, luego podríamos vernos nuevamente y continuar nuestra amistad, pero sí necesitaba mi tiempo aparte. También le expresé el cariño que le tengo, lo valiosa que fue su amistad por tanto tiempo y el apoyo que siempre seguirá teniendo en mí.
Lamentablemente, exageró de nuevo las cosas. No daré detalles, simplemente diré que me sacó completamente de su vida. Me borró y borró cualquier cosa que lo pudiera recordar a mí. Conociéndolo tanto, temía que esto fuera a suceder. Una vez sucedió, le pedí a Dios que lo mantuviera en el camino correcto y que no permitiera que recayera en la depresión.
Ya ha pasado algún tiempo en el cuál no he sabido nada de él. Espero de todo corazón que esté bien, y espero que algún día pueda ver mi perspectiva. Que eventualmente regrese la amistad, con los dos renovados y libres de energía negativa, listos para reconstruir la amistad. Solo Dios sabe qué va a pasar, solo le pido que lo cuide y que le haga ver el lado positivo de la vida.
Imagen: www.Flickr.com