Liza Noriega / Opinión /

Mi subconsciente juega conmigo cada 8 de marzo.   Hace aproximadamente 15 años que vengo vistiéndome de morado en esa fecha.  Puedo olvidar dónde dejé la bolsa de maquillaje, la fecha de cumpleaños de mis amigas de infancia o el final de la película que tanto me gustó hace unas semanas.  Pero vestirme de morado cada 8 de marzo no puedo.   El pequeño duende que hace travesuras en mi subconsciente no lo pasa por alto, por mucho que mi mente tenga otros cincuenta pendientes y listas de “no olvidar”.

¿La razón? Seguramente porque estudié en el mismo colegio por doce años.  Probablemente porque desde que no tengo uso de razón, cuando como buena niña guatemalteca me gustaba jugar a la mamá con mis muñecas, había alguien que me hablaba del día de la mujer y de la importancia de valorarme a partir de mi condición de género.

Estudié en el Colegio Monte María y –ahora sí- desde que tengo uso de razón, cada Día Internacional de la Mujer los jardines y los corredores del colegio se llenaban de puntos morados.  Puntos que corrían, reían y jugaban, y que al verlos en perspectiva  no podían pasar desapercibidos.   Más de mil mujeres vestidas de lila o morado, con helados de mora en la mano y asistiendo a actos de conmemoración a la mujer en la gran galera que todas llamábamos gimnasio, recordando la historia y la importancia de esos días.

Sin embargo, ¿el estudiar en un colegio “de señoritas” es una garantía inconfundible del compromiso con la causa de la mujer? ¿Basta únicamente con llevar una prenda alusiva a la fecha todos los años para hacernos creer que estamos convencidas y vivimos como mujeres independientes, críticas, seguras y libres? Me parece que no y es muy arriesgado creer lo contrario.

Tengo un par de conocidas ex alumnas de estos colegios que no hacen más que reproducir todos los esquemas machistas que como mujeres comprometidas buscamos romper.  Mujeres que por ejemplo, les encanta que los hombres paguen la cuenta (lo cual es lindo como un gesto de amistad o amor, ¿a quién no le gusta?), pero nunca piensan en ser ellas las que alguna vez inviten al amigo o el novio.

El contexto nos determina, y a pesar que muchas de nosotras podamos haber tenido la oportunidad de ser educadas conociendo de cerca la historia, las luchas y los triunfos alcanzados por la mujer en la historia desde su condición de género; si en casa y con los amigos seguimos observando y palpando prácticas machistas, y si nosotras no luchamos por romperlas, no cabe duda que en algún momento las llegaremos a reproducir inconscientemente.  Y de esto, todas tenemos algo.

Sin embargo, así como conozco mujeres a quienes el contexto las absorbió totalmente dentro de su paquete de personas indiferentes ante días como estos, también conozco mujeres y amigas que sin necesariamente estar involucradas en trabajos vinculados a la lucha de la mujer, desde sus oficinas, casas y espacios viven plenamente su condición.  Y así como aman intensamente y se quiebran ante el dolor de otros, como toda mujer, también levantan decididamente la mano  en una reunión llena de extraños sin temor a opinar, se defienden de prácticas machistas de coqueteo y construyen con sus parejas relaciones igualitarias, humanas y solidarias.

Algunas de estas mujeres que conozco son mis amigas de infancia y colegio, y a ellas agradezco su existencia.   Pero también muchas de ellas crecieron en colegios mixtos y laicos, y aún así viven su condición de mujer plena.  Creo que aprender que como mujeres tenemos un espacio igual al hombre en este mundo y en todas sus esferas – trabajo, familia, amor, amistad- es algo que se puede construir tanto en un colegio de mujeres, en un colegio de hombres, como en uno donde convivan juntos hombres y mujeres.  A pesar que es un factor importante, no considero que la composición de género de un establecimiento educativo sea indispensable para formar mujeres y hombres convencidos de un mundo equitativo.

En días como hoy, me gusta pensar en esos momentos en que necesitamos estar solas para encontrar respuestas a nuestra vida.  Tal y como la historia que nos cuenta Simone de Beauvoir cuando dice: “En ese momento (Francisca) no lamentaba que Pedro no estuviera junto a ella, había alegrías que no podía conocer en su presencia…”  Hoy es un buen día para ello.

Cada 8 de marzo me visto de morado.  Sin embargo, todos los días intento vivir plenamente la mujer que soy y no la que me construyeron.

Imagen de: http: http://www.craftycakesandblooms.co.uk

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