Carlos Guzmán y Gabriela Carrera/

Como acto humano, imaginar la escena: tres carros blindados, hombres armados que entran a la estación de policía de Salcajá y asesinan a ocho hombres, todos policías, pero ante todo, hombres. Los familiares de Amílcar Wosbeli Castillo de León, Héctor Bosel Tun, Leonel Estuardo Fabrel López Hules, Juan García Chun, Rodolfo Herrera Solís, Omar Estuardo Tomás Mérida, Rigoberto Sales Hernández y Selvin Roderico Fuentes Miranda, aparecen en cada noticiero. Imágenes vivas de cómo la muerte también es cuestión de los vivos.

Y una muerte así, es cuestión de todos los vivos.

 

Desde el jueves, Carlos se ha dado a la tarea de mantenerme frente a quiénes somos como sociedad, no me ha permitido cerrar los ojos. En pocas palabras, me enfrentó de nuevo a la muerte. Con Carlos y otros hemos compartido ya algunos espacios, y cuando digo esto, quiero decir que hemos salido a los espacios públicos y hemos dicho qué pensamos, manera reflexionada del sentir de una realidad tan cruda como la  guatemalteca, que constantemente realiza transacciones de muerte y violencia por silencio e indiferencia. 

No sabemos qué somos Gabriela, pero tenemos claro que toda muerte violenta es motivo suficiente para amargar hasta el más jovial corazón.

En esta sociedad fragmentada y apática debemos luchar para no uniformarnos con la camisola de la apatía; todos los días leemos sobre muertes violentas, escuchamos ambulancias y sirenas policiales que nos recuerdan lo duro que es vivir en esta jungla de concreto, incluso en un exceso de  mala suerte podemos ser testigos presenciales de hechos delictivos en semáforos, aceras y parqueos. Al contrario de dejar doblegarnos, es necesario que hagamos una pequeña resistencia ante la violencia. No podemos quedarnos de brazos cruzados, con los ojos cerrados, los oídos tapados y la boca amordazada. Como seres humanos que abrazamos la vida como un valor fundamental y absoluto, debemos empezar a gritarle a la muerte violenta.

Por este motivo consideramos adecuado mantener viva la llama de la solidaridad en nuestra rutina y en nuestros corazones. Lamentemos todas las muertes violentas en Guatemala. Gritemos para que así empiece a aflorar el sentimiento de solidaridad que todos los guatemaltecos y guatemaltecas tenemos  (algunos más escondido que otros, pero eso no significa que no lo tengan). Pronunciémonos en contra de todo acto sangriento que ampute miembros de las familias.  Hagamos conciencia y meditemos un momento por las personas que directa o indirectamente han sido víctimas de esta espiral de violencia caótica.

“Un pequeña movilización quedaría bien” me escribe al celular Carlos. El sábado frente al antiguo edificio de la Policía,  éramos seis. Suficiente para apartar el silencio y mostrar con flores y palabras – siempre las palabras- nuestro sentir de indignación y rechazo. Nuestro grito a la muerte.  Algunos policías se acercaron, nos preguntaron quiénes éramos y por qué lo hacíamos. Son las mismas razones.  Definitivamente un partido de fut y la muerte de ocho personas no son “cuestiones diferentes”; son elementos que dibujan la sociedad que somos. Una sociedad  que no quiere ni se atreve a ver, escuchar, ni entender. Mientras sigamos siendo algunos que desde dónde estemos digamos que no estamos de acuerdo y que vemos en el dolor ajeno y la muerte brutal –con las dudas que puedan existir, con las explicaciones por dar,  sin conocernos, sin saber quién es el otro- una razón para la solidaridad, seguiré saliendo cada vez que sea necesario. 

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PD: Antes de poner las flores, Valeria, una niña de tres años se acercó y me pidió una flor. Me dijo que se la quería poner entre la oreja. Se la puse y al hacerlo, pensé en cómo nuestra vida siempre está ligada a los otros, por detalles que nos hacen ser y sentir como humanos.

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