Diego Díaz / participante Actividad Tengo algo que dar

Todavía estoy pensando la palabra que realmente describa la experiencia que viví este fin semana  en la aldea Guineales de Santa Catarina Ixtahuacán, Sololá. Pero mientras la encuentro, me gustaría compartirles un poquito de lo tanto que compartí con mis hermanos en el interior.

Y es que a muchos se les iba el tiempo en escudriñar en errores y fallas. A muchos otros les volaba la lengua en criticar hasta el más mínimo detalle de la iniciativa, tachándola de ingenua o simplemente bautizándola como “puro marketing”. Pero a mí no me importó, como tampoco me importó la idea de embarcarme solo en el viaje. La decisión estaba hecha. Una decisión que no fue inspirada en la moda de obras sociales o ambientalistas, sino una decisión que fue tomada por inspiración divina. Es así, no les miento, fue Dios quien se encargó de mover todas las piezas para mostrarme esta gran oportunidad de servicio. Una oportunidad que despertaría mi alma.

Es así como durante el viaje fui conociendo a tantas otras personas que dejaron de lado las buenas intenciones, y se subieron al bus para llevarlas a la acción. Desde la gente de organización y logística, al igual que todos mis compañeros, incluyendo nuestros líderes y guías. Con plena seguridad puedo decirles que cada uno de ellos tenía algo que dar.

La aventura de este fin de semana fue un gran despertar para mí. Llegué a valorar tanto lo que tengo mi hogar y en mi familia. Y es que en plena crisis económica, ya casi se nos vuelve costumbre el estarnos quejando de una u otra cosa. Si no es la gasolina, es la comida. Si no son las cuotas universitarias, son los materiales que uno debe comprar. En fin, las quejas están a la orden del día, tomando muchísimas cosas por sentado. Sin embargo, hay tantos hermanos que con tan poco logran gozar de los pequeños momentos de la vida; una muy dura para ellos, por cierto.

Para mí la pobreza y la desnutrición en mi país ya no es una simple estadística.

Ya no es un noticiero nocturno ni tampoco periódico amarillista. Ahora la pobreza tiene el nombre de Juan Elías GuarchajTepaz, Lidia GuarchajTzep y Emerson Lionel Guarchaj. Una pequeña familia que me recibió como muy pocas lo han hecho en mi vida. El mejor plato, la mejor silla y el mejor vaso eran para mí.  La mejor atención y la mejor sonrisa fueron para mí.

Con Juan platicamos de tantas cosas. Fue uno de los diálogos más profundos que he sostenido con una persona. Más que como amigo, hablábamos como hermanos. En el muy básico de su lenguaje castellano, hablamos de nuestros trabajos y familias, de la importancia del estudio y hasta de nuestros equipos de fútbol. Pero al final, nada nos apasionaba más que hablar sobre el mismo Dios que amamos y adoramos. Se imaginarán aquel diálogo entre un hermano indígena evangélico que sufre pobreza y otro ladino católico de clase media. Cualquiera diría que no tendríamos mucho de qué hablar. Pero el amor por el prójimo que Dios inspiró en cada uno de nosotros, simplemente cambió la historia. Como jamás lo pude haber imaginado.

Pero lo mejor de todo es que la historia no termina aquí. Tanto mis compañeros del bus 25 como yo, estamos convencidos de cuánta vale la pena el proyecto Despertemos 2012. Ahora todos, tanto en Guatemala como en Sololá, esperamos ansiosamente para volvernos a ver en julio. No sólo para dar amor, sino para obrar y servir con soluciones concretas y efectivas.

De verdad, vale la pena. Y no lo digo yo, lo dice mi mejor amigo de apellido Nazaret (Mt 20:28).

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