Oscar Flores / Opinión/
“No ha de ser dichoso el joven, sino el viejo que ha vivido una hermosa vida.” – Epicuro de Samos
Era la hora indicada, en el lugar acordado y el día calendarizado: cada cual en su bici dispuesto a rodar por el cambio; las nubes temerarias en el horizonte, el tráfico moviéndose por inercia, los truenos haciéndose escuchar y el viento soplando. “¡Si llueve no vamos a parar, aunque sea mojados llegamos al parque central!” gritaban a viva voz los ciclistas. No era mi primera vez en una marcha, pero sí la primera en bicicleta; todos los sectores se habían pronunciado previamente y confirmaban su participación en la histórica jornada de aquel día. Al enterarme que los ciclistas harían acto de presencia, no como diferentes colectivos, sino como ciudadanos indignados que harían expresar su sentir, decidí acompañarlos. Porque de eso se trató el 16 de mayo, era un pueblo sin distinción de credo, ideologías, clases sociales, equipo de fútbol o cualquier otro prejuicio que nos ha mantenido separados por tanto tiempo; éramos una cosa nada más… guatemaltecos, unidos.
Llegué al obelisco pensando cómo sería nuestro recorrido al parque central, qué tan grande sería el grupo, que como yo, disfruta recorrer la ciudad a bordo de su bicicleta; pasada la hora acordada, habíamos pocos, tan pocos que muchos mostraban su preocupación e incertidumbre. “¿Dónde está toda esa gente que sale por las noches con la muni?” pensé con cierto desasosiego, me negaba a creer que los ciclistas, siendo quienes ven la ciudad y su realidad de cerca, podían ser también indiferentes como muchos a lo que estaba sucediendo.
Uno tras otro iban llegando, solos, en pareja, a veces en grupos grandes y cada ciclista que llegaba era vitoreado, porque era un hermano más a la causa, a la lucha.
Mientras aguardábamos la hora de salida, deliberaba y recordaba cómo nos habían llevado a esto, a llevar nuestra voz a las calles, a pronunciarnos, unirnos finalmente o por lo menos estar juntos en este ideal; porque a todos nos tomó por sorpresa cuando la CICIG sacaba a la luz una estructura alterna y clandestina obrando por el beneficio de unos pocos y a costillas de todo un pueblo. No era la primera vez que pasaba algo así, y me atrevo a decir que no será la última tampoco, al menos mientras no hagamos cambios profundos a distintos niveles. Los de arriba resultaron ser los más “involucrados”, esos mismos que cuatro años antes, con ofertas de seguridad, empleo y transparencia pedían que se confiara en ellos, se les diera la oportunidad de enderezar el rumbo y cambiar la historia del país. La gente confió, tomó las promesas como propias y el compromiso como tarea de todos; pero las promesas fueron solo eso, promesas y las acusaciones hacia el gobierno anterior parecían las instrucciones a seguir.
“Los de arriba” habían pasado su tiempo desbaratando la confianza que “los de abajo” habían depositado en ellos; se creyeron invencibles, inmunes e inmortales. Sin embargo, no contaban con lo que pasó, con lo que está sucediendo en la recta final de su mandato, porque la verdad siempre prevalece, o como decía Sir Francis Bacon “La verdad es hija del tiempo, no de la autoridad”. Así es, la verdad no estaba con los de arriba, con los que mandaban, con esos que “nos representaban”, la verdad estaba y está con todos esos que a diario han trabajado sin descanso por amor a este país, por la justicia, por la igualdad, por la educación, por el futuro que todos queremos. Una noticia que pudo hundirnos más, pudo ser otro titular en los periódicos y no pasar a mayores, pero terminó siendo el detonante para que la gente se diera cuenta de su poder, de sus responsabilidades y se cuestionara qué estaba haciendo. Aún cuando el tiempo habían traído duras pruebas para este país (guerras internas, secuestros, violencia, miedo, corrupción, represión, apatía e indiferencia) había en el corazón de los guatemaltecos la esperanza y certeza de que todo sería mejor.
El sonido de los silbatos me devolvió a la realidad, anunciaban que saldríamos, que tomaríamos la calle; habíamos muchos titubeando si acaso esto haría alguna diferencia, si subidos en nuestra bicicleta tendríamos algún impacto en las personas, si llegaríamos sanos y salvos a casa después de esta jornada, pero había que pedalear, ahora o nunca. El organizador dio a conocer la ruta, a los encargados y con un grito de “¡Guatemala!” salimos todos a recorrer la ciudad, unidos en un mismo objetivo: demostrar que la situación actual era cosa de todos, que hasta esos locos en bicicleta estaban dispuestos a que su voz se escuchara y que no soportaríamos un día más las injusticias que nos agobian. Íbamos enfilados en la Avenida Reforma, cuando la lluvia hizo su aparición y no era cualquier llovizna, era lluvia como de tormenta; con viento, tempestad, granizo y grandes gotas. “Acá se acabó nuestra marcha” pensé, entonces un joven a la par mía empezó a gritar “A este movimiento ni la lluvia lo detiene…” y luego otro gritó lo mismo, otro más, otro atrás, los de adelante, los de atrás y otro más. Terminamos gritando todos, con el puño levantado una y otra vez esas palabras; se había convertido en el himno de quienes pedaleaban. En la algarabía del momento recordé el poema “Brigada ligera” por Lord Alfred Tennyson
“Media legua, media legua,
Media legua ante ellos.
Por el valle de la Muerte
Cabalgaron los seiscientos.
“¡Adelante, Brigada Ligera!”
“¡Cargad sobre los cañones!”, dijo.
En el valle de la Muerte
Cabalgaron los seiscientos.
“¡Adelante, Brigada Ligera!”
¿Algún hombre desfallecido?
No, aunque los soldados supieran
Que era un desatino.
No estaban allí para replicar.
No estaban allí para razonar,
No estaban sino para vencer o morir.
(Brigada ligera – Fragmento)
Pero el nuestro no era un valle de la muerte, era el valle de la esperanza, nuestro Valle de la Ermita y no estábamos cabalgando, sino pedaleando; no cargamos sobre los cañones, pero sí sobre la lluvia que pudo haber detenido nuestro avance y estábamos allí para razonar nuestro papel como ciudadanos, para replicar a tantos años de indiferencia, para vencer o morir. Éramos un colectivo de hermanos en el pedal, una brigada ligera, unidos en un ideal común; avanzábamos y los automóviles detenían su paso al vernos, los autobuses urbanos hacían sonar su bocina como muestra de apoyo, agentes de PMT deteniendo el tránsito y hasta radiopatrullas de PNC prendiendo sus luces y sirenas para demostrar que estaban con nosotros. La emoción nos invadía, a nuestro paso encontrábamos gente que salía saludarnos, a gritar con nosotros, tomar fotos o simplemente ver que estaba pasando; las cuadras pasaban una tras otra y no importaba ya el cansancio ni la lluvia, porque la rodada se había convertido en algo más grande que nosotros.
Cuando el parque se vislumbró cercano, pude ver esa imagen que había visto antes en tantos países: personas exigiendo justicia, clamando por un país diferente, sin miedo al que dirán o lo que pudiera pasar; era nuestra gente, nuestra generación, nuestro país el que estaba allí. Quizá soportar lluvia no nos hizo mártires, sin embargo con ese clima se estaba poniendo a prueba nuestra determinación; pero ese día nada detendría a todos esos guatemaltecos que con su paciencia y trabajo duro, han luchado sin cansancio.
No callaríamos, no más guatemaltecos apáticos o indiferentes, no más miedo e incertidumbre.
Estaban los que querían estar, nadie fue acarreado ni llevado en contra de su voluntad; pude ver religiosas y frailes, personas en sillas de ruedas, ancianos, niños, jóvenes, campesinos, hasta indigentes y algo que sin duda me llenó el alma, universitarios unidos en una sola voz, unidos al fin; marianos, marrocos, del valle, landivarianos y sancarlistas, sosteniendo una manta enorme con el mensaje #SOMOSPUEBLO, porque en efecto todos los universitarios somos pueblo y al pueblo nos debemos. Era una jornada histórica, que por más hermosa y heroica que parezca no puede detenerse allí; lo que comenzó la CICIG es tarea de cada uno de nosotros continuarlo, no debe cesar el clamor por justicia, las muestras de repudio a la corrupción, la exigencia del pueblo y tantas otras cosas que estamos haciendo. Asimismo las cosas deben cambiar en nosotros, porque lo único que puedes transformar verdaderamente es a ti mismo; una vez cambias tu interior, impactas en tu entorno, inicias un efecto dominó, una cascada que va cobrando fuerza en su camino.
Como guatemaltecos, jóvenes y universitarios que somos, debemos renunciar al conformismo que nos estanca, a la arrogancia que nos corroe, al miedo que nos paraliza, a la superficialidad que nos separa, a los prejuicios que nos limitan, a los dogmas que limitan nuestra mente y a la indiferencia, que nos llevó al borde del abismo como país. Porque en la tierra del quetzal era invierno desde hace años, pero ahora vemos en el horizonte los primeros rayos de sol, que anuncia el regreso de la primavera.
No hay duda que Guatemala florecerá, sus hijos han despertado y no están dispuestos a que la cosa siga igual, estamos juntos en este ideal; no olvidamos las palabras de tantos que fueron callados por la fuerza, ellos que tomaron las calles, que murieron con el sueño de una patria mejor, acabaron con los soñadores pero nunca con el sueño… “Porque mientras haya pueblo, habrá revolución”
Era un sábado por la tarde y allí estaba yo, volando bajito con mis hermanos por la ciudad; porque este país no es asunto mío, es asunto y responsabilidad de todos. Un día que tuvo su punto máximo cuando 60 mil personas gritaron en una sola voz:
“OJALA QUE REMONTE SU VUELO
MAS QUE EL CONDOR Y EL AGUILA REAL
Y EN SUS ALAS LEVANTE HASTA EL CIELO
¡GUATEMALA TU NOMBRE INMORTAL!”
Paz y bien para la eterna primavera.