Me gusta definirme como alguien que gusta del tiempo a solas, de la soledad, de la compañía de mis pensamientos e ideas por mas extrañas que resulten; obviamente la soledad no es ni remotamente parecido a sentirse solo, el segundo es horrible y si no se sabe manejar, puede resultar tortuoso y desgastante. Somos seres gregarios por naturaleza, nos hallamos realizados cuando nos sentimos acompañados, complementados, queridos, apoyados, respaldados y sobre todo cuando podemos sentirnos parte de algo. Suena idílico y extremadamente bonito hablar de comunidad, amistad, pertenencia y sororidad, pero una cosa es lo que hablamos o teorizamos y otra completamente distinta lo que las cosas son en realidad ¿Podrías decir (por ejemplo) que entre nosotros existe la verdadera camaradería y respeto? ¿Me aseguras que en este paraíso desigual todos podemos sentirnos parte?

Tengo la dicha de haber dejado mi ciudad hace algunos meses, ahora vivo en una ciudad a varios (muchos) kilómetros de mi casa, en un ambiente que resulta completamente diferente a lo que estuve acostumbrado por más o menos toda mi vida. Andando en bicicleta por la capital, me parecía extraño como todos, enlatados en nuestros autos, somos incapaces de voltear a ver al prójimo o entender que está sucediendo en las calles, mientras vamos, cual autómatas a nuestros respectivos lugares de destino. Aunque no es solamente el concepto de la burbuja o la lata que resulta ser el automóvil, también las cuatro paredes de donde sea que nos congreguemos terminan por volverse una especie de fortín, donde la realidad no nos asedia, no molesta, ni incomoda.

Hay que salir de la ciudad y conocer otras urbes para darse cuenta de que a los capitalinos nos han robado la vida, la felicidad, la capacidad de asombro y la empatía.

Hay una frase en una canción de  The Killers que dice:

“… down at the border, they’re gonna put up a wall, concrete and rebar steel beams, high enough to keep all those filthy hands off of our hopes and our dreams..” (“… en la frontera van a construir un muro, de concreto y vigas de acero reforzado, lo suficientemente alto para mantener a todas esas manos sucias lejos de nuestros sueños y esperanzas…”)

La frase nos queda ridículamente como anillo al dedo en este país, donde construir muros parece la norma y tender puentes es una (extraña) excepción. Muros de concreto, muros de alambre, muros digitales, muros ideológicos y de fe para separarnos, para “protegernos” de todo lo que no es igual o propio; pero estamos tan ocupados y ensimismados en nuestros espacios, en nuestras ideas y burbujas, que nos perdemos de todo lo que sucede allá afuera.

La mayoría de las veces, los muros que construimos nacen de la absurda necesidad de mantener a salvo las ideas, imágenes y figuras con las que nos sentimos más tranquilos ¿Por qué? Porque allá afuera el mundo real es algo totalmente distinto a lo que podamos imaginar, es tan plural, diverso, vasto y extravagante, que no hay regla lo suficientemente larga para medirlo o juicio que alcance para tener a todos regidos por igual.

Nos han robado la ciudad esas ganas de estar lejos de todo, nos han robado las oportunidades de tener espacios dignos y buenos, nos han dejado sin nada bajo la idea de que todo lo que tenemos es lo mejor que podríamos tener; nos han dejado sin agua, sin tierra, sin aire, sin fuego en el corazón y parece que no nos importa, porque estamos demasiado ocupados construyendo o decorando los muros que nos rodean. Sin darnos cuenta que nos asfixian, que la indiferencia nos roba el aire, que el desinterés solo nos aísla y que la soledad que nos invade es un subproducto de la absurda necesidad de estar, de saber, de tenerlo todo y quererlo todo. Hoy, lejos de la ciudad, rodeado de tanto verde, respirando aire más puro y caminando nuevas veredas, puedo decir que es más que evidente que lo que creemos vida, no lo es, lo que probablemente hemos etiquetado como “felicidad” o “verdad” o “gozo” no se parezca ni remotamente a lo que cada una de estas es

La vida se nos va entre estos muros, pero solo la vamos a vivir destruyéndolos y construyendo puentes a partir de sus escombros.

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