Colaboración-Oscar-Flores-Abril

Oscar Flores / Colaboración /

[quote]“Algo no marcha bien en una sociedad que va en coche al gimnasio” – Bill Nye[/quote]

Alguien dijo una vez, que para hacer un cambio en tu vida necesitas varias razones que te hagan creer en eso que estás a punto de hacer, que vale la pena y que no te arrepentirás, que quizá ese cambio es lo que estabas esperando o es todo eso que no sabías que necesitabas; me tomo tiempo cambiar, pero para decidirlo me bastaron un millón de razones para hacerlo, para convertirme a esto, que hoy predico, defiendo y comparto con gran alegría. Porque cuando de cambios se trata, nos aparecen excusas por doquier y los buenos motivos se vuelven esquivos; lo cual hace difícil, para cualquier persona, dar un primer paso en una dirección desconocida. Es eso desconocido lo que debería motivarnos, llenarnos de curiosidad y osadía; impulsarnos a tener el valor necesario que nos permita dejar a un lado las excusas y embarcarnos en nuevas aventuras.

Mi millón de razones para el cambio eran más simples de lo que cualquiera se podría imaginar, no tuve que buscarlas una por una, no estaban ocultas y tampoco son ajenas a cualquiera que lea esto; hasta me atrevería a decir que no hay día en el cual no se sepa de ellas. Están allí, rugiendo antes de que amanezca y se van hasta el punto más oscuro de la noche, los hay de todas las formas, tamaños, colores y marcas; unos más rápidos, otros más lentos, algunos van casi vacíos por dentro, otros se desbordan desde su interior. Esos que se apoderan de la ciudad y hacen a un lado a todos aquellos que no sean como ellos; los mismos que no soportan la presencia de un gran número de iguales en un mismo lugar… los automóviles. Un millón de ellos, un millón de autos, un millón de porqués para convertirme a la bicicleta.

Podría enumerar los diferentes motivos, similares a ese millón de autos, que me llevaron a este cambio y las muchas razones que pudieron evitar que lo hiciera. Porque cuando decidí dejar mi carro en casa y subirme a la bicicleta, no faltaron las típicas opiniones: “Te van a atropellar un día de estos” – “Aquí nadie respeta cuando va en su carro” – “¿Qué hay de bonito en llegar todo sudado a tu destino?”. Pedía su opinión pero no su permiso, porque una vez decides hacer algo, ya no hay vuelta atrás; debes seguir adelante y permanecer firme en el cambio, sobre todo si el cambio que estás creando será un impacto positivo en tu vida e impactará a los que te rodean. Si definimos “Impactar” según la RAE es “una intensa impresión emocional o un gran desconcierto” y creo que eso necesitamos en esta ciudad, en este país y en esta generación. Hacer las cosas que amamos hacer, hacer lo que hagamos con amor y que la gente note en nosotros esa pasión que buscan; proponer alternativas inéditas o poco convencionales para lo que sucede.

Habiendo 2,149,107 habitantes en la ciudad de Guatemala (ONU 2001), quienes de lunes a viernes van a trabajar, estudian, comen, caminan y viven aquí, es inevitable que no veamos los efectos de este gran número en nuestra ciudad; el Plan de Ordenamiento Territorial  se encuentra desactualizado, 1,900,000 autos circulan diariamente por calles que se quedan pequeñas para la cantidad de usuarios que las transitan, asimismo nos encontramos con un sistema de transporte público deficiente que no satisface a los usuarios (quienes representan un 75% de la población de la ciudad). Se vuelve inevitable y necesario que los citadinos empecemos a buscar alternativas para movilizarnos de forma más eficiente, porque ir por la ciudad representa una actividad donde “perdemos” en promedio 3-4 horas diarias por los embotellamientos de las principales calles y avenidas; ante esto, hay quienes han decidido adelantarse y augurar sobre el porvenir del automóvil o el transporte público, pero otros más astutos ven al pasado para volver al futuro, ven un mundo y sus ciudades en dos ruedas.

La bicicleta, con su silencioso andar, cero emisiones, múltiples beneficios a la salud, economía y medio ambiente, representa una alternativa viable para las grandes ciudades que sufren de problemas de movilidad ante un crecimiento rápido.

Sin embargo, somos una ciudad tan rutinaria y acomplejada, que la agresividad para todos aquellos que hagan algo diferente es casi ley; ya sea que caminen, vendan algo, pidan limosna o anden en bicicleta. Este absurdo miedo a lo extraño, a lo nuevo y a la innovación puede detenernos en la búsqueda de nuevas propuestas para mejorar nuestra ciudad y su cultura vial; deberíamos cuestionarnos cuando la ciudad se dejó de pensar para las personas y se empezó a priorizar a los automóviles. Si son más los que caminan ¿Por qué la ciudad no se piensa ni se construye para ellos? Invertimos más en calles para autos que en parques para las familias, hay más “pasos a desnivel” por la ciudad que espacios culturales, se subsidia un sistema de transporte publico deficiente pudiéndose invertir en salud o educación, la paranoia está a la orden del día entre los citadinos; moverse en la ciudad es más una hazaña que un simple acontecimiento de la vida diaria. Sin embargo, allí están Ámsterdam, Oslo y Copenhague para comprender que otra forma de vida y transporte es posible; respetando al peatón, garantizando su seguridad y brindándole prioridad por encima de cualquier otro transporte, desarrollando espacios pensados por y para las personas.

Debemos entender, que la ciudad del futuro no es esa donde todos pueden usar el wifi del parque central y conectar su laptop o tablet, tampoco es esa donde todos puedan tener un auto y manejarlo todos los días; la verdadera ciudad del futuro es amigable con el ambiente y las personas que la habitan, proporcionando alternativas seguras y eficientes para vivir y movilizarse. Escuchar a las personas y como se sienten en la ciudad. Quizá podríamos hacer una ciudad que nos ayude a ser mejores, más fuertes, unidos, activos y libres; solo debemos decidir para quién y por quien es nuestra ciudad, pero por sobre todo creer que las cosas pueden cambiar.

¿Y si fuéramos capaces de invertir los recursos que tenemos, en diseñar ciudades que sean capaces de valorar la experiencia individual de las personas?

La bicicleta tiene todas las posibilidades de ser el medio para un cambio en nuestra forma de ver y vivir en la ciudad, un camino tangible y sencillo pero poderoso que facilitará alcanzar lo que nos propongamos. Porque andar en bicicleta representa libertad para quien la conduce y alegría para quien la comparte, una libertad que no es efímera o dogmática, que no se acaba y se conserva a raíz de los paradigmas que rompe, los miedos que vence y los prejuicios que hace olvidar. Es un instrumento de paz, capaz de crear lazos entre los que creen en ella y una útil herramienta para romper barreras en el tejido social de una ciudad. Porque no es lo mismo 20 automóviles en una calle, creando tráfico y contaminación, que 20 ciclistas saludándose al pasar; respeto, coexistencia e innovación son las características del ciclismo urbano, un ideal que compartimos aquellos con “un millón de razones” para recorrer la ciudad todos los días. Esos, que no estamos dispuestos a creer en el automóvil como verdad futura, absoluta e incuestionable.

Quizá nuestra ciudad no esté preparada para los cambios que necesita, pero eso no debe detener las mejoras que se estén fraguando por un mejor lugar para vivir; si bien en este momento los avances sean pocos, la infraestructura no sea la ideal, las autoridades no nos tomen en cuenta y la ciudad siga pensándose para el automóvil, se debe luchar. Aún si somos una cantidad mínima, los pocos que seamos podemos mantener una reacción en cadena que impacte positivamente nuestro entorno y a quienes nos rodean, ser una Masa Crítica porque muchos pocos hace un mucho cuando se unen. Sin embargo, hasta que comprendamos que no necesitamos más cilclovías, más semáforos o más buses para cambiar, sino voluntad individual y colectiva seguiremos ahogados en largas filas de automóviles, viajando con miedo por el autobús y arriesgando nuestra vida al caminar. Se puede ser diferente y apreciar lo que no vemos por simple omisión, hallar lugares donde el tiempo se detiene, espacios donde la cultura florece; todo es posible recorriendo el mundo en bicicleta, porque tomar el timón nos libera, nos acerca al cielo, nos devuelve al futuro y nos da alas para volar bajito por la ciudad.

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