Procesión

José Rodolfo Ruiz / Corresponsal/

 –          Y vos, ¿cargaste?

–          No, ¿y vos?

–          (Con una fuerte dosis de orgullo) Sí, yo cargué dos veces. ¿Por qué no cargás?

–          Soy ateo.

Dicho esto, ella resumió su cerveza en silencio. El silencio incómodo suele acompañar esos momentos en que aclaro mi ausencia de fe, pero en este artículo no vengo a hablar de la libertad de creencias.

Hoy quiero atacar la hipocresía.

Quiero dejar claro que no soy creyente, ni siquiera soy quien ejemplifica los más altos principios morales o éticos. Pero soy honesto conmigo mismo y con los demás, y a mi parecer, es justo que todos seamos así.

Hace dos años tuve la conversación del inicio con una conocida.  Ocurrió en la casa de un amigo común mientras bebíamos licor y  nos permitíamos otros vicios. Hago énfasis en decir que a ella la conozco por su promiscuidad, aunque ella intente mantenerla en secreto y aparente ser una “niña buena”.

Tengo entendido que el propósito de cargar una procesión va más allá de las tradiciones y lo bonito de las procesiones. Para los católicos, cargar el anda de Cristo, de la Virgen María o de los santos es una forma de penitencia. En cierta forma es una retribución simbólica por el sacrificio de Jesús. Debe ser, como cualquier rito o acto de fe, un hecho solemne y personal. Además, dado que es una forma de pedir perdón por los pecados del creyente, debe de tener la misma intención de arrepentimiento y reformación que tiene la confesión.

Entonces, ¿se carga por fe o por tradición?

No generalizo, pero conozco varios casos de personas que cargan por tradición.

Esta conocida es un claro ejemplo; ella terminó la noche en tal estado de ebriedad que sus acciones terminaron chocando con el propósito de su penitencia cuaresmal.

Y no es la única. Tengo amigos que han cargado con resaca y que han llegado a “ponerse una buena” para “ver a Cristo” después de su turno. He estado presente cuando alguno de los cargadores le dice a su amigo de enfrente o de atrás: “Hoy si está pesada esta mierda, ¿vaa vos?” o cuando los cucuruchos que caminan al frente mientras esperan su turno hablan por teléfono con la novia y le cuentan lo que van a hacer (o le van a hacer a ella) más tarde. Y el último caso es un poco irónico: evangélicos que cargan.

Desconozco la cantidad, pero cada año hay cientos, si no miles de hombres y mujeres de todas las edades que se inscriben para cargar. Este año escuché que hubo tantos inscritos en una de las procesiones que decidieron aumentar el número de brazos al anda. Hay quienes cargan en dos o tres procesiones el mismo día, otros lloran en aparente solemnidad mientras llevan el anda en el hombro, y nunca faltan las fotos “pal face”.

¿De qué sirve toda la pinta si al final del día se regresa al mismo “camino pecaminoso” sin reformación ni arrepentimiento verdadero?

No es el caso de todos,  por supuesto. Hay muchos y muchas que cargan con fe y saben vivir la semana santa de acorde a su religión. No estoy generalizando, solo quiero lanzar la crítica a los hipócritas entre nosotros.

Fotografía:  www.upload.wikimedia.org

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