Brújula/
De lejos parecían camiones de juguete. En fila, uno tras otro, cinco camiones amarillos se alineaban esperando su turno. El encanto de la escena de juguetería se rompía en el preciso instante en que se revelaba lo que llevaba dentro: toneladas de basura.
El empaque de Tortix de limón, a la basura. La publicidad barata de las gradas eléctricas de los centros comerciales, a la basura. El teclado que dejó de servir, a la basura. La manzana, el cuaderno, el cartón, la lata de cerveza. Todo lo que consumimos –y desechamos- día con día, llega sin lugar a dudas a un destino final: el basurero municipal.
El vertedero municipal de la Ciudad de Guatemala es un lugar con mucho movimiento, un manto gris que lo cubre y un olor peculiar. Desde la orilla de un barranco escondido en el cementerio general es posible observar desde las alturas, el panorama silencioso del trabajo que día con día realizan miles de personas dentro del basurero municipal.
Nadie puede dejar de sentirse un poco extraño al observar el panorama, especialmente cuando quien te acompaña a la orilla del barranco es un zopilote.
Los zopilotes son los compañeros diarios de los trabajadores del basurero. Con su plumaje negro y su aspecto de gusto por la putrefacción, estos animales rodean toda la zona del vertedero municipal, intentando ser ellos (y no los trabajadores) quienes obtengan la ganancia de cada montaña de basura que los camiones vierten hora con hora.
A pesar que desde el 2005 la Municipalidad de la Ciudad de Guatemala prohibió el ingreso de menores de 14 años al vertedero municipal, instaló un muro perimetral alrededor del basurero y actualmente impulsa algunos programas de desarrollo integral para las personas que viven en los alrededores, observar las escenas de lucha y “convivencia” entre seres humanos y aves carroñeras en un lugar de trabajo hace reflexionar sobre nuestras actitudes como consumidores de basura, así como las condiciones que como Estado ofrecemos a las personas que se dedican a la recolección y clasificación de desechos sólidos.
A pesar que siempre escuchamos las trilladas frases de “cualquier trabajo es digno, incluso el de un basurero”, las condiciones en las que trabajan las personas del basurero municipal de la zona 3 de la ciudad son todo, menos dignas.
El trabajo es peligroso e insalubre. Diariamente el vertedero recibe aproximadamente 2,500 toneladas de basura. El año pasado un derrumbe en una de las áreas, sepultó y desapareció a algunos trabajadores. Cortarse con vidrio o ser mordido por un rodeor es probablemente uno de los riesgos menos peligrosos que les podría preocupar. Inhalar día con día los tóxicos que la basura desprende, seguramente el mal menos percibido, pero uno de los más dañinos.
Es responsabilidad del Estado, a través de la Municipalidad de Guatemala, garantizar mejores condiciones para el basurero municipal. Mejores condiciones que van, desde seguridad ambiental para la ciudad derivado del tema de desechos sólidos, hasta seguridad industrial con el tema de los trabajadores y recolectores. Estas personas son muchas veces los más pobres entre los pobres, y por ello tan importante garantizarles las mejores condiciones laborales posibles.
Por nuestra parte como consumidores de basura, pequeñas acciones como envolver en papel periódico y bolsa plástica el vaso que se rompió durante la cena, pueden ser de utilidad para evitar que el trabajo de los recolectores sea aún más riesgoso. Otras acciones sutiles e invisibles también pueden contribuir de formas distintas.
“¡Mama, ya vino la basura!” Una frase común en los hogares de muchos citadinos guatemaltecos. Ese joven de gorra azul semipercudida, playera gris y zapatos deportivos que siempre encontrás esperando afuera de tu casa por las bolsas de desecho, no es basura.
A tu casa llegará el camión de basura o el joven que trabaja recolectando basura, pero no llega la basura.
Estemos atentos a cambiar estos detalles que cuentan. Y especialmente, detalles que dignifican.