Sofía Hernández/ Opinión/

Mi nombre es Sofía Hernández, tengo 20 años y estudio Derecho en la Universidad Rafael Landívar (URL). Siempre he creído que una sociedad es cada día mejor, si cada uno de sus miembros aporta algo para ella. Y no solo me refiero a las habilidades profesionales, que como estudiantes universitarios es nuestro deber aportar, sino también a otro tipo de esfuerzo, uno más profundo, que es el que intento dar en el Voluntariado Social Universitario de la URL. ¿Y por qué es más profundo? Porque este no tiene una retribución directa y requiere algo que a veces estamos pocos dispuestos a ofrecer: tiempo. En una época en donde todos corremos por llegar del punto A al punto B lo más rápido posible (y no únicamente en el tráfico), donde deseamos determinadas cosas y hacemos todo lo posible por conseguirlas, muchas veces no nos detenemos a pensar si es eso lo que en realidad queremos o si nos volverá mejores seres humanos.

Siempre ponemos la excusa de “no tengo tiempo” para no hacer algo que no queremos; yo lo he hecho.

Sin embargo, me propuse dedicar al menos dos horas a la semana a una causa muy especial para mí: visitar a los niños que se encuentran en el Hospital Juan Pablo II. Junto a mis compañeros voluntarios, juego memoria, dominó, lotería, jenga, palitos chinos, escaleras y serpientes; ¿saben qué? ¡En realidad son divertidos! Nos la pasamos bien jugando con estos niños, que a pesar de que están en camillas, con sondas en sus manos o mascarillas para respirar, solo necesitan de estos juegos para reír con ganas. Es increíble la distracción que se puede lograr cuando nos concentramos en no dejar caer la torre del Jenga… y para nosotros eso es suficiente. Hacerlos olvidar por un momento que fueron operados o que van a ser operados; y eso ni siquiera requiere un gran trabajo, únicamente jugar la memoria del tiburón.

A veces las personas que se enteran que hago este voluntariado me dicen: “Qué lindo lo que haces por los niños”, pero en realidad no lo hago por ellos. Lo hago por mí. Y puede parecer una idea contradictoria y egoísta en el ambiente “voluntario”, pero verán que tiene sentido: cuando salgo del Hospital, después de haberme reído un rato, bromear con los niños, emocionarme (sí, lo digo en serio) con los juegos, me siento muy bien. Me siento feliz, porque por dos horas no sentí ninguna preocupación, no hubo problemas; solo se trata de jugar. Salgo con más que con lo que entré.

Por eso lo hago por mí, porque efectivamente uno recibe más cuando da. Si no me creen, pregúntenle a alguno de los voluntarios de la U, hay 134 que les dirán lo mismo que yo.

Por lo tanto, quiero invitarlos a que hagan algún tipo de voluntariado para ustedes mismos. No por los niños hospitalizados, o los tristes ancianos o por los jóvenes con deseos de aprender… por ustedes. Porque hacer esto los hará mejores seres humanos. Especialmente porque la humanidad parece perder más valor con cada día que pasa, y el compartir con alguien que lo necesita, se vuelve la mejor forma de recordarnos que somos humanos. Este es el aporte más profundo del que les hablaba, y que por ende es más trascendente. No un título universitario, no una práctica supervisada; es curioso como a la larga el jugar con un niño… los llenará más.

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