¡Bienvenida al país de La Pesadilla, Alicia!
Ya has tenido la oportunidad de conocer un mundo donde los seres se encojen, se agrandan, dan órdenes, mandan a cortar las cabezas y ¡puff! de la nada… desaparecen. ¡Aquí sucede casi lo mismo!
No es tan colorido ni pintoresco, somos bastante diferentes al país que ya conoces… pero tan irreales como en el lugar que visitaste, hacemos suceder los más inesperados actos, las bromas más crueles se suscitan, decimos cosas que no te esperarías y también vuelan cabezas, vuelan muchas cabezas. Aquí no hay orugas o huevos parlantes, no hay conejos cuenta tiempo, ni reinas cabezonas y autoritarias, aún así los habitantes somos increíblemente fantásticos.
Aquí Alicia, no podemos dividirnos por especies, por fuera todos somos iguales. De lejos no podrías distinguir unos de otros, no sabrías la función de cada uno. Tienes que acercarte más para saberlo.
En este país pequeño, los seres llevamos ropas planchadas y olemos perfumado, se venden maquillajes y adornos brillantes y se fingen sonrisas amables, pero por dentro somos horribles monstruos difíciles de imaginar. Olemos a podredumbre, estamos vacíos y no nos llena la magia. En lugar de corazón tenemos hígados, por todos lados hígados, a punto de explotar, llenos de enojos y rencores… pero para apreciarlo debes acercarte un poco más.
Aquí pasa toda clase de extraños sucesos.
Los peores, los inimaginables. Las niñas se carbonizan en los supuestos lugares creados para protegerlas, sí se queman, sí vivas… porque no abren las puertas. Y desde fuera muchos observamos, acto seguido: ¡reclamamos a los padres que lloran! No, casi ninguno de nosotros nos ponemos a llorar.
Otros niños, también como tú Alicia, un poco más grandes gritan por la calle. Aquí a los “bien portados” tampoco los escuchan. Gritan y “estorban”. Gritan… pero no tan fuerte, la reina roja lo llamaría berrinche. ¿Tú acaso no has hecho alguno? Monstruos encolerizados nos agitamos porque nos bloquean el paso, monstruos encolerizados con máquinas les pasan encima. Los pisan, los trituran, los muelen, como si fueran piedras.
Así somos los habitantes de este país, agradables a la vista y temibles en lo profundo. Tan altaneros como para creernos capaces de diferenciar entre unos y otros, entre otros y uno. Capaces de distinguir y cuantificar el “valor” de cada vida. Luego de triturar a los niños, el encolerizado se marcha, los que observamos… ¡aplaudimos!
Estamos todos muy locos. Mucho más que el sombrerero, Alicia.
Al día siguiente de lo sucedido, los voceros oficiales vestidos de bufones preguntan sonriendo: ¿Cómo justificamos la actuación del asesino? ¡Muchos dan ideas para defenderlo! ¡Algunos señalan la culpabilidad de los pequeños! Otros de sus padres y maestros, otros de lo impropia que es la calle para acoger las voces de los pequeños, de los gritos de los pequeños, de su falta de responsabilidad, de la talla de los pequeños, de su falta de aptitud para salir corriendo, de que los pequeños sean pequeños, de que existan los pequeños. Y aunque nadie lo diga en voz alta… si te acercas a sus hígados escucharás el susurro: “yo habría hecho lo mismo”
Una niña se desangra.
—Bah, otra. —exclama una señora mientras lima sus uñas largas.
Dos días después la niña muere.
La señora no dice nada, pero tampoco deja de limar sus uñas.
Pensarás que no querremos ver más la espantosa imagen de lo sucedido, de un déspota en máquina pasándole encima a un grupo de niños. Pues somos capaces de repetir mil veces el momento en que la máquina los tritura. Lo compartimos, lo analizamos, lo difundimos, no nos retorcemos al verlo, no podemos pensar que ese dolor podría ser el nuestro. Somos iguales por fuera, pero no… estos niños parecen piedras. Solo son piedras. Parecería que les duele pero no nos dejamos engañar, son solo piedras.
¡Bienvenida Alicia al país de las pesadillas!
Aquí no hay reina roja, pero sí guardias que siguen las instrucciones de una alteza invisible. El pueblo tampoco los quiere. Sus actos hacen que todos desconfiemos y les gritemos de vez en cuando ¡que ya corten sus cabezas! Solo de vez en cuando los quiere, la última de sus grandes hazañas: “se prohíben programas de diversidad sexualidad o enseñar como normales las conductas sexuales distintas a la heterosexualidad.”
Posiblemente hablo en términos que no entiendes, pero en este país se le da mucha importancia a los términos. Especialmente estos guardias sordos que escuchan ¿escuchan? y solo vocean mal lo que no escuchan. Mientras los peones del ajedrez piden medidas para no ser violentados en las calles, para que quienes lleguen a las ollas de oro no tomen para sí toda la fortuna, para que la mayoría de niños puedan estudiar y la mayoría de ancianos morir dignamente. Se les ocurre proponer a estos soldaditos sordos que se discuta entre los poderosos la inexistencia de una clase de ser humano.
Los heterosexuales somos algunos, la mayoría; así que se propone reconocernos solamente a nosotros. Solo nosotros seremos educados. No importa que en otras sociedades –también bestiales- este tema se hubiera superado con creces, tampoco importa que efectivamente los “no heterosexuales” convivan diariamente con nosotros, los veamos todos los días, juguemos de vez en cuando con ellos un partido de fútbol… aquí no reconocemos conductas distintas a la heterosexualidad. ¡Lo proponen como la ingeniosa novedad del momento! ¿Y los otros, los que estamos tan cansados de sus propuestas ignorantes? … aplaudimos.
¿Y las niñas? Se olvidan con la última noticia. El monstruo maquinizado ya ha sido encontrado, ahora pensándolo bien sí nos parece un poco culpable, especialmente porque sus padres profesan la religión de forma sonora. Algo graciosísimo “la religión” en este país, Alicia. Singularmente se arremete contra este monstruo porque debía ser más bueno que nosotros, se le exige la bondad que no tenemos nosotros, que la religión enseña. La misma religión que enseña a velar por los niños, a cuidar a los niños, a proteger a los débiles… es gracioso… desde aquí ya no se recuerdan las niñas.
—¿Qué niñas? ¿Las piedras?
—Sí, las piedras. ¿Y sabes qué es aún más gracioso? Hace solo un par de semanas algunos –muy religiosos- sí llevaban sobre sus hombros una piedra… lloraban, sufrían, recordando su muerte.
Afuera se desmaya el presidente.Todos nos reímos.
Olvidemos nuevamente el asunto, pequeña. Aquí no hay tiempo que recordar, no hay conejo blanco. Estamos destinados a repetir los mismos errores. Espero que disfrutes tu estadía.
Bienvenida, Alicia.