Gabriel Reyes Silva/ Opinión/
Cada evento o noticia que tiene relevancia o implicación dentro del panorama político en Guatemala y el mundo, despierta un debate bipolar que agudiza los odios heredados del pasado de la Guerra Fría. El debate debe ser una herramienta necesaria para el desarrollo político de cualquier gobierno, y dicho debate generalmente se realiza desde un punto de vista ideológico, el problema es que en el país dicho enfoque ideológico ha perdido el norte del desarrollo.
Las ideologías se han convertido en un mecanismo generador de violencia y un medio para alcanzar intereses personales de empresarios, ideólogos radicales, ex militares, ex guerrilleros y periodistas, así como en las esferas de la opinión popular que convierten el problema ideológico en un agudo debate que se asemeja a la rivalidad entre equipos de fútbol.
El problema no radica en profesar una ideología política ni sus orígenes, tampoco en generar opinión ni en emitirla, el problema es que los enfoques ideológicos se han alejado de su función principal, ser medios para buscar el desarrollo.
Podemos pensar que existen dos niveles de la expresión de una ideología, aquel que se encuentra en el discurso popular o en el “boca a boca”, y aquel que tiene una trascendencia académica, científica o gubernamental. Foucault en su crítica al concepto de ideología diría que “no podemos colocar las ciencias del hombre al nivel de una ideología que es mero reflejo y expresión en la conciencia de las relaciones de producción”; dicha afirmación evidencia el primero de los niveles.
Un ejemplo reciente es la contradicción de la opinión pública guatemalteca en relación al actual conflicto político en Venezuela, el debate ideológico ha trascendido las barreras de la razón, creando una batalla mediática que ha llevado a opositores del régimen de Maduro a falsificar imágenes, a llamar a la violencia, a rechazar la institucionalidad y sobre a todo, a quienes desconocen de los motivos originales de la protesta, a declarar su apoyo a los manifestantes. Estas personas son seguramente quienes apoyaron la intervención del Ejército de Guatemala para desarticular la manifestación del 4 de octubre del 2012 en la cumbre de Alaska, amparándose en el derecho de libre locomoción, intervención que provocó la muerte de ocho manifestantes. Al mismo tiempo, la polarización ha llevado a los partidarios del gobierno a negar los abusos de las fuerzas del Estado, a apoyar la violencia y los crímenes y a negar los problemas económicos que atraviesa el país.
El prisma ideológico ha imposibilitado, tanto a la opinión pública como a los medios de comunicación, de transmitir la información correcta.
Pero no solo la opinión pública sufre de esta ablepsia, el germen ha contaminado a la academia. Recientemente la Universidad Rafael Landívar rechazó la participación del Movimiento Cívico Nacional en una conferencia que aparentemente se tenía programada; aunque dicha agrupación juvenil no sea de mi agrado y en su mayoría no coincido con sus posturas e intervenciones, considero que la universidad debería promover el pensamiento universal y permitir a sus estudiantes tener acceso a todas las corrientes de pensamiento en su país y así ser los estudiantes, quienes elijan la postura que les parezca más acertada.
La ideología debe entonces ser un mecanismo que nos ayude a encontrar herramientas para promover el desarrollo, ya sea de aquellos que conciben el mismo a través de las fuerzas del mercado, o aquellos que consideran al Estado como el único que puede promoverlo. La guerra fría terminó y el debate debe de ir enfocado hacia la modernidad, hacia comprender que la ideología es un aspecto técnico enfocado hacia lo que los partidos políticos hacen y deben hacer.
Recomiendo la lectura entonces del Texto del académico español Manuel Alcántara Sáez, “La ideología de los partidos políticos latinoamericanos”, donde se hace un análisis de los enfoques ideológicos desde su racionalidad institucional en América Latina, para entender un poco la que la ideología debiese representar, más allá de un debate hepático de la coyuntura.