Mi último año de colegio fue bastante estresante y les cuento porqué:

Estaba por graduarme y aún no me había decidido por una carrera universitaria. Había tres opciones, pero entre ellas, las que más pesaban eran la de Medicina Veterinaria (influenciada en gran parte por el hecho de que mi papá es veterinario y zootecnista), y la de Relaciones Internacionales (debido a mis aptitudes y mis intereses). Hubo varios factores que incidieron en la toma de mi decisión, como el hecho de que ese año me fue otorgada la Beca Loyola por la Universidad Rafael Landívar (URL). Esto significaba que llevaría a cabo mis estudios universitarios en la URL. Gracias a la ayuda brindada, me decidí por la carrera de Relaciones Internacionales.

Sin embargo, un requisito para mantener la beca es el realizar alguna actividad extracurricular (deportes, arte, clubes, agrupaciones estudiantiles, entre otras actividades) a manera de retribuir a la sociedad, pues es parte de los principios de esta casa de estudios. Por tanto, tenía que tomar en cuenta dentro de mi horario de universidad, el horario en que estudiaba un tercer idioma; entre otras cosas; para poder optar por una de esas actividades. Además, quería hacer algo que me apasionara, que involucrara mis habilidades y que no se sintiera como una obligación.

Fue así como en busca de una actividad extracurricular, llegué a la oficina del Voluntariado Social Landivariano (VSL). Allí descubrí un proyecto de voluntariado que cumplía con aquello que yo estaba buscando: el voluntariado en el Albergue Municipal de Mascotas en zona 21. Era perfecto, puesto que se acoplaba a mi horario y me permitía hacer lo que más me gustaba: cuidar a los perros que habían sido rescatados de las calles. Quienes me conocen saben que amo los animales, especialmente los perros. Sin pensarlo dos veces, me inscribí en el proyecto y fue así, como a lo largo del primer año de universidad, estuve asistiendo al proyecto de voluntariado para limpiar, bañar y jugar con las mascotas.

Una de las mejores cosas que me dejó este voluntariado fue el conocer a mi mejor amiga. Ese primer año de asistir al VSL, me encontré con una perrita que había sido rescatada de vivir en las peores condiciones, que había sido abandonada y maltratada.

La vi, fue amor a primera vista, y fue así que la adopté.

El siguiente año, asumí el cargo de Coordinadora de dicho proyecto, y me volví a postular para el mismo cargo el siguiente año (2019).

Actualmente tengo 20 años, curso el tercer año de la licenciatura en Relaciones Internacionales en la URL. Es mi segundo año como coordinadora del Voluntariado en el Albergue Municipal de Mascotas y puedo decir que participar en un proyecto de voluntariado (tanto como voluntaria, como coordinadora del mismo), es una experiencia única. No solo pude encontrar el espacio para hacer lo que más me gusta, sino, estoy dedicando un tiempo a ayudar a aquellos seres que no tienen voz y no pueden defenderse por sí solos, y para mí no hay nada más satisfactorio que eso. También puedo mencionar que aprendí muchas cosas sobre mí misma, puesto que me di la oportunidad de hacer algo y explotar mi liderazgo a la vez que hacía lo que más me gusta

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